domingo, 3 de abril de 2016

La Impostora: Capítulo 83

Pau  se apoyó en los cojines mirándolo. Se imaginaba cuánto le habría costado decir esto. Tenía que ser la verdad porque era demasiado doloroso para ser otra cosa.

Había removido sus emociones y como si se tratara de alguien que despertara tras un largo sueño se dió cuenta de por qué lo hacía.

Se lo había contado no sólo porque ella merecía saberlo sino para intentar sacarla de su apatía, sabiendo muy bien que podía explotarle en la cara. No quería perderla y por eso había antepuesto sus emociones a las de él. Eso demostraba su valor.

—Es toda una historia —dijo, pensando en cómo dos personas supuestamente cuerdas podían haberse hecho aquello a sí mismas.

—Tenías que saberlo.

—Ahora que me lo has contado, ¿qué quieres de mí? —preguntó.

—Quiero que me perdones. Sé que no me lo merezco, créeme. No estoy orgulloso de mi comportamiento, pero necesito que me perdones, Pau, como yo debería haberte perdonado.

—No pides mucho, ¿no? —preguntó con una risa cansada.

— ¿Es demasiado pedir? —preguntó él roncamente.

—No lo sé —susurró ella con los ojos llenos de lágrimas que no dejaba rodar—. Me has hecho mucho daño. Lo que hice estuvo mal, pero lo hice por amor. Lo que tú hiciste... —no pudo seguir.

—No tienes que decírmelo. Por mi culpa has perdido a nuestro hijo y nunca me perdonaré por ello —dijo con una voz ahogada por el dolor.

De repente, se levantó y se dirigió hacia la ventana.

—Ya no me conozco, Pau —siguió—. No sabía que podía ser tan egoísta y tan cruel. ¿Cómo puedo pedirte que me perdones? ¿Cómo puedo pedirte que sigas queriéndome después de lo que he hecho? ¡He matado a nuestro hijo, por amor de Dios!

Angustiada, vió cómo agachaba la cabeza incapaz de soportar el dolor. Su propio dolor la ahogaba ahora. Él se estaba culpando de todo y no podía dejar que fuera así.

— ¿Pedro? —lo llamó con una voz entrecortada—. Ya te he perdonado.

— ¿Cómo puedes hacerlo?

—Porque te quiero —susurró casi sin voz.

Pedro se dio la vuelta y Pau pudo ver que estaba llorando. Sin dudarlo, se levantó y lo abrazó, apretándose contra él fuertemente.

—Pau, no —suplicó él intentando romper el abrazo.

—No voy a soltarte. No voy a dejar que te culpes a tí mismo. Los dos hemos cometido errores. Es culpa de los dos y nuestro niño... quizá ha sido el destino... —dijo sin poder evitar que, por fin, las lágrimas rodaran por su rostro.

Con un gemido, Pedro la rodeó con sus brazos, apretándola fuertemente, como si quisiera sacar de ella todo el dolor.

Pasó un largo rato y Pau sintió que la paz volvía a ella. Esperaba que las lágrimas de Pedro también hubieran lavado su dolor. Él suspiró.

—No sabía que podía sentir tanto dolor. Primero, la idea de perderte, después la muerte de nuestro hijo. Lloré aquella noche en tu cama como no había llorado desde que era un niño. Me dí cuenta de que lo había perdido todo a causa de mi orgullo.

Pau frotó la cara contra su camisa, húmeda por sus lágrimas.

—Ninguno de los dos ha salido sin heridas, Pedro. Culparnos no servirá de nada. Tendremos que llegar a un acuerdo, tendremos que perdonarnos uno al otro —propuso ella y Pedro inclinó la cara para mirarla.

— ¿Tú crees que va a ser tan fácil?

—No quiero pelearme contigo, Pedro, sólo quiero amarte.

—Yo también.

— ¿Entonces? —preguntó ella con la voz ronca.

— ¿Aquí, ahora? —preguntó él con una sonrisa que Pau devolvió.

— ¿Se te ocurre un lugar mejor?

Los dos estaban heridos y los dos habían llorado juntos. Ahora tenían que empezar a curarse.

— ¿Estás segura? No quiero hacerte más daño —susurró Pedro acariciando sus húmedas mejillas.

— ¿Me quieres, Pedro?

—Más que a mi vida —respondió él roncamente.

—Entonces no me harás daño, Pedro. Me lo hiciste, pero no volverás a hacerlo. Si no creyera eso, no podría amarte como lo hago. Has sido toda mi vida desde que te conocí y quiero que seamos felices.

No hay comentarios:

Publicar un comentario