domingo, 24 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 6

-Como acabamos de conocernos -dijo Pedro-, me parece que lo correcto es que le dé algunas referencias mías. Las mandaré el lunes.

Paula pensó que era como si le leyera los pensamientos, pero había uno que no había captado. ¿Qué pasaría con Pablito? ¿Había pensado Pilar en que la presencia constante de un desconocido podía afectar a su hijo? ¿Le gustaban los niños a Pedro? Pilar le había prometido silencio y había veces que Pablito era cualquier cosa menos silencioso. Ella tampoco iba a estar todo el día callando a su hijo porque el vecino necesitara paz para trabajar.

Tomó aire para tranquilizarse. Ese Alfonso tenía algo que la desconcertaba, pero no sabía qué era. Era como si sus ojos azules traspasaran la careta que se había construido y llegaran hasta la mujer insegura que era en realidad.

Era como si la conociera, aunque estaba segura de que no se habían visto jamás. Era un hombre que no se olvidaba fácilmente.

Pedro, que parecía no darse cuenta de lo que pasaba por la cabeza de Paula, tomó una mano de Pilar y la besó.

-No sabe cuánto se lo agradezco.

No podía creerse la suerte que había tenido

A la semana siguiente, Pedro se maravillaba de la suerte que había tenido mientras dirigía la mudanza de sus muebles y de la mesa de dibujo.

Había ido al acto benéfico con la única intención de conocer a la mujer de sus sueños. ¿Sueños? Ella no habitaba sus sueños, ella estaba en su memoria y sabía exactamente de dónde había llegado.

Era la viuda de Pablo Rodríguez. Paula. Se deleitó con cada sílaba. No vió su nombre en su historial médico, pero sí vió el nombre del hospital que envió su corazón en un helicóptero. El corazón tenía que ser reciente porque sólo servía durante seis horas, por lo que el donante tenía que haber muerto el mismo día del transplante en algún sitio de la región de Baltimore. El resto fue fácil.

Entró en Internet y buscó en el periódico más importante de esa región. Lo supo en cuanto leyó la noticia de la muerte de Pablo Rodríguez. El corazón se le salía del pecho mientras leía el artículo que describía a un hombre que encajaba con sus características. Hasta que leyó el nombre de ella: Paula Chaves Rodríguez.

Paula. Ni Pau ni Pauli ni Paulita. Sencillamente, Paula.

El nombre le había evocado la imagen borrosa de una sonrisa dulce, unas pestañas oscuras y unos ojos azules que llevaban meses adueñándose de sus pensamientos. Súbitamente, pudo imaginarse su rostro con una claridad cristalina, como si estuviera viéndola. ¿Era real o estaba volviéndose loco?

Durante días se devanó los sesos intentando encontrar la forma de conocer a Paula Chaves Rodríguez para conseguir saber si sólo soñaba despierto. Hasta que leyó que había ese baile benéfico; aunque tampoco sabía qué le diría si se la encontraba cara a cara.

«Hola, tengo el corazón de tu marido y me parece que te conozco».

Ella saldría corriendo del espanto. El artículo decía que ella estaba en el comité organizador y él supuso que asistiría al baile. Aunque no hablara con ella, por lo menos sabría si era como la mujer que lo abrumaba con su imagen.

Pero resultó que su plan tenía un fallo. Era ella. No pudo apartar los ojos de ella desde que sus miradas se cruzaron entre la multitud. Percibió que la conocía. Podía recordar su aroma y su tacto.

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