lunes, 25 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 17

-Pero Pablo se ocupó de ella -intervino Pilar con un tono cantarín-. Se casaron cuando ella se licenció y yo me llevé la nuera más maravillosa del mundo.

Paula sonrió forzadamente mientras se dirigía a su suegra.

-Yo también fuí muy afortunada. Pilar ha sido como una madre para mí.

-¿Sabes una cosa, Pedro? -dijo Pilar mientras untaba minuciosamente una tostada de mantequilla-. Me parece una tontería que te prepares la cena para tí solo. ¿Por qué no cenas con nosotras todas las noches?

Lo inesperado de la propuesta lo dejó desconcertado.

-No querría abusar -contestó prudentemente sin mirar a Paula.

Sabía perfectamente lo que estaba pensando ella.

-No es un abuso -afirmó Pilar alegremente-. En realidad, creo que sería una forma maravillosa de que Pablito se acostumbre a que haya un hombre en casa.

Paula arqueó las cejas.

-¿Por qué tiene que acostumbrarse a qua haya un hombre en casa? -preguntó con un tono delicado.

-Bueno, cariño, estoy segura de que te casarás algún día -le contestó Pilar.

Pedro miró a Paula y ella sonrió mientras sacudía la cabeza.

-Pilar no descansará hasta que vuelva a casarme.

-Bah -Pilar agitó una mano-. Sólo quiero lo mejor para Pablito y para tí.

Pedro no pudo evitar reírse.

-Me imagino que Paula lo resolverá cuando le parezca oportuno -dijo él.

-Gracias -había cierto tono de desesperación en la voz de Paula.

-Entonces, ¿cenarás con nosotras mientras estés aquí? -insistió Pilar.

Pedro comprendió que era obstinada.

-Me encantará venir de vez en cuando -contemporizó él para que Paula no se sintiera abrumada-, pero prefiero no comprometerme a venir todos los días. Sin embargo, gracias por el ofrecimiento.

Quería tanto conocer al hijo de Paula que no podía más. Sin embargo, no podía entrar en la casa para conocer a Pablito sin ser un incordio o sin inventarse una excusa que Paula descubriría.

Pasaron tres días antes de que conociera al hijo del hombre que le había dado su corazón. También fue la primera vez que volvió a ver a Paula desde que Pilar lo invitó a cenar.

Él estaba en el dormitorio que había acondicionado como estudio. Estaba trabajando en el proyecto de una casa de tres pisos que le había encargado un actor para un terreno en Colorado. Le estaba saliendo muy bien y se planteaba presentarlo a un prestigioso concurso de arquitectura. Además, no tenía ni una ventana solar, se dijo con satisfacción.

Se alegraba mucho de todas las ventajas que tenía su invento, pero empezaba a cansarse de que siempre le encargaran casas con cuatrocientas ventanas de esas por las fachadas.

Estaba dándole vueltas al salón cuando oyó una voz estridente. Se levantó, fue hasta le ventana abierta y separó las cortinas.

Paula iba por uno de los senderos empedrados del jardín. Llevaba unos pantalones caqui, unas sandalias y una camisa azul claro. Tenía el pelo recogido en una cola de caballo bastante suelta. Junto a ella, agarrado de su mano, un niño con un peto vaquero y una cabeza llena de rizos rubios andaba torpemente.

Pedro se agarró al alféizar y se sintió desbordado por una inesperada oleada de orgullo.

Casi al instante, se apartó de la ventana presa de la conmoción. ¿Qué le pasaba? Había leído las teorías obre la memoria celular en los transplantes, sabía que había pruebas empíricas que las sustentaban, pero lo que había sentido no era memoria, había sido una reacción.

Se dió un momento para comprenderlo, pero no consiguió encontrar una explicación lógica. Se sentía como si hubiera asimilado parte del alma de Pablo Rodríguez, como si realmente se hubiera emocionado al ver a su hijo por primera vez. Pero eso era imposible. ¿O no lo era?

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