viernes, 22 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 1

-¿Me concede este baile?

Paula Chaves Rodríguez, que estaba hablando con su suegra, se volvió lentamente para mirar al desconocido. La verdad era que había empezado a cotillear con Pilar cuando aquel hombre se levantó para cruzar la habitación, de modo que él seguramente sabría que no interrumpía nada importante.

Había estado observándola toda la noche, aunque ella no sabía quién era. El baile benéfico para el programa de donantes estaba abierto a todo el mundo.

-Se lo agradezco... pero no bailo.

No recordaba la última vez que había dicho una mentira y las palabras se le atragantaban.

Pilar Rodríguez se rió.

-Qué bobada, Paula-se volvió hacia el alto desconocido cuyo pelo negro y muy corto tenía reflejos que parecían azul oscuro-. Claro que baila. Le encanta bailar. Adelante.

La última palabra se la dirigió a Paula.

Paula esbozó una sonrisa forzada. Adoraba a su suegra, con quien seguía manteniendo un trato muy íntimo a pesar de la muerte de Pablo, el marido de Paula, y sabía que Pilar tenía buena intención. La buena mujer le había dicho muchas veces que era demasiado joven como para encerrarse, que Pablo habría querido que saliera y encontrara a alguien con quien compartir su vida, pero ella preferiría que su suegra dejara de intentar emparejarla. Durante los últimos seis meses le había presentado un montón de solteros. posó lentamente la mano en la que tenía extendida el hombre y lo miró a los ojos mientras sentía que la calidez del contacto le alteraba el pulso.

-Gracias... será un placer...

Él tenía los ojos más azules y más oscuros que había visto en su vida y la mirada era tan intensa que se olvidó de lo que había dicho. Él la miraba penetrantemente, casi indiscretamente, como no había dejado de hacerlo desde que sus miradas se cruzaron al principio de la velada.

¿Quién era?

La agarraba con fuerza de la mano mientras la acompañaba a la pista de baile. Cuando él se volvió y la tomó entre sus brazos, ella se puso tensa antes de que pudiera evitarlo. No había bailado ni había estado en los brazos de un hombre desde la muerte de Pablo.

-Soy inofensivo -le susurró él al oído mientras la llevaba al compás del vals.

Ella lo miró con incredulidad.

-¿Lo es?

El arqueó las cejas negras y pobladas y sonrió.

-Más o menos. Me llamo Pedro Alfonso.

-Encantada de conocerlo, señor Alfonso -replicó ella intentando no hacer caso de la punzada que había sentido en las entrañas cuando él sonrió-. Yo me llamo...

-Paula -terminó él-. Paula Chaves Rodríguez.

Ella esbozó una sonrisa inexpresiva para que no se notara lo mucho que le alteraba su proximidad y la forma de decir su nombre como si fuera interminable.

-Me saca ventaja, señor Alfonso. ¿Nos conocemos?

Él negó con la cabeza.

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