miércoles, 13 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 35

Pedro frunció el ceño y se dió cuenta de que no debía haber hecho ningún comentario, pero la forma en que la doctora Anderson hablaba con tanta seguridad en sí misma y en lo que relataba lo había enfurecido. Había sentido ganas de hacer que aquella mujer se bajara de su pedestal, pero debía haberlo pensado mejor. Conocía a mucha gente como ella en Boston y sabía que no se podía hacer nada contra aquel sentimiento de superioridad.

Paula sospechaba algo y él no quería que lo hiciera, quería que ella lo tratara como lo había estado tratando hasta el momento, como un amigo. Quería que le hablara cono si le gustara el hombre llamado Pedro Alfonso, no por ser un prestigioso cirujano, ni por tener una fundación de ayuda a niños, estaba disfrutando mucho por ser valorado por quién era, no por lo que hacía, y quería que las cosas siguieran así durante un tiempo.

Sabía que todo cambiaría cuando le contara la verdad, siempre le pasaba lo mismo. Apartó unos segundos la mirada de la carretera para mirarla y se dio cuenta de que parecía preocupada, ¿estaría preocupada por lo que él había dicho?

—Ví un documental sobre el cerebro una vez —Pedro omitió el hecho de que lo había visto en su tercer año de medicina.

—Debía tratarse de los documentales del canal Nova, hay algunos muy buenos pero el del cerebro no lo ví, debí perdérmelo.

Pedro se sintió aliviado a la vez que culpable. Se sentía aliviado porque no tendrá que dar más explicaciones y se sentía mal porque cada vez le costaba más mentirle. Incluso cuando se trataba de mentiras sin importancia, Paula era una mujer tan sincera que él quería comportarse de la misma forma con ella, pero no se atrevía a arriesgarse, tenía mucho que perder.

Cuando llegaron a la casa y salió del coche, Pedro se dijo a sí mismo que quizá al día siguiente Paula ya no se acordaría de lo que había pasado en le conferencia.

—Creo que esta noche no ha salido muy bien —dijo Paula.

—Olvídate de las conferencias—dijo Pedro mientras abría la puerta de la casa.

—No creo que sea para tanto, quiero decir que sólo porque ésta haya sido...

—¿Una basura?

Paula se rió y aquella risa hizo que Pedro se llenara de júbilo y tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no estrecharla entre sus brazos y besarla. Y se contuvo porque pensó que sería incapaz de besarla una vez y dejarlo ahí, tendría que llevarla hasta el dormitorio y hacerle el amor... Y no podía hacer algo así, si él lo intentaba ella seguramente saldría corriendo y no la volvería a ver. Aquella idea no le gustó.

Pedro se dijo a sí mismo que llevaba demasiado tiempo aislado en aquella casa de campo y que una vez volviera a Boston y al trabajo su fascinación por Paula desaparecería. Era extraño pero aquella idea no lograba calmarlo.

Paula dejó el monedero en la mesa de la entrada y miró a Pedro, tenía una expresión extraña en la cara. Se fijó en sus anchas espaldas y en las duras facciones de su cara. Parecía enfadado por algo.

Pero aquella expresión en su cara no tenía nada que ver con ella, se dijo Paula. Después de todo ella sólo estaba de paso y además tenía el suficiente sentido común como para no arriesgarse a enfadarlo, además era incapaz de hacerlo.

Para que alguien se enfadara con una persona tenía que importarle bastante y no conocía a Pedro lo suficiente como para saber lo que él consideraba importante, además no era tan tonta como para pensar que ella podía ser importante para él. Aquello no le gustó aunque sabía que era mejor así. Ella tenía que regresar a Illinois en un par de meses, no podía permitirse enamorarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario