viernes, 29 de abril de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 25

No podía permanecer quieta, no podía dejar de agitarse en sus brazos, no podía evitar rodearlo con una pierna para apresarlo contra sí. Sentía toda su dureza en contacto con su centro suave y palpitante y volvió a gemir en su boca.

Él bajó las manos hasta rodearle el trasero para mantener la firmeza del contacto y apartó la boca.

-Estás acabando conmigo, corazón -gruñó él.

Corazón... La expresión cariñosa retumbó en la calidez de la noche. ¡Pablo la había llamado exactamente lo mismo! Pablo. Su marido.

La idea fue como un jarro de agua helada sobre las llamas de su pasión. Se quedó rígida y bajó las manos hasta los bíceps de Pedro para apartarlo.

Él no se quejó ni intentó detenerla, lo que en cierta forma le molestó a Paula. Ella no quería que se quejara, pero también le habría gustado que le molestara tener que soltarla.

-Paula. Lo... lo siento.

Pedro se apartó y se volvió. Estaba jadeante y los hombros le temblaban.

Sólo veía una espalda enorme y sus manos que le agarraban la cabeza. Ella se preguntó si el querría volver a abrazarla tanto como ella quería abrazarlo sin temer a las consecuencias.

-No quería que ocurriera...

Por algún motivo, a Paula le pareció gracioso y no pudo evitar que se le escapara una risita histérica.

-Si ha sido sin querer, ¿cómo será cuando quieras?

Él se volvió bruscamente y ella dejó de reírse al instante. Pudo ver el brillo de sus ojos.

-Yo no... yo no iba a tocarte.

Lo dijo con un tono tan desesperado que ella estuvo a punto de abrazarlo, pero se cruzó los brazos para evitar males mayores.

-No pasa nada -dijo ella con poca convicción y consciente de que era inapropiado.

Hasta que comprendió que estaba consolándolo...

-Sí -dijo él con rotundidad-. Si pasa.

Dió un paso a tras y ella dejó caer las manos con impotencia. Era evidente que no estaba contento consigo mismo y, seguramente, tampoco lo estaría con ella. Las últimas llamas de deseo que todavía le ardían en lo más profundo se apagaron definitivamente. La vergüenza empezaba a apoderarse de ella, se tapó la cara y se fue corriendo.

La pared de la casa le detuvo en su huida y ella, con la cabeza gacha, buscó el picaporte de la puerta corredera mientras deseaba que se la tragara la tierra para acabar con todo aquello.

-Lo siento. Yo tampoco quería que pasara lo que ha pasado -la voz de Paula parecía la de una desconocida-. Nos... mantendremos alejados. No pasará nada.

Sin embargo, claro que pasaba algo, se dijo Pedro tumbado en la cama de la casa de invitados de los Rodríguez. Su cuerpo ardía con sólo recordar su delicada carne que la acariciaba; necesitaba un alivio tan apremiantemente que cerraba los puños para no acabar por sus medios con esa situación.

No quería una solución temporal. Quería a Paula Chaves Rodríguez en su cama, rodeándolo con sus piernas y mirándolo mientras lo aceptaba en su cuerpo anhelante. Quería ver su sonrisa, como si su vida cobrara sentido cuando él entraba en la habitación. Quería poder abrir sus brazos para que ella se refugiara en ellos. ¿Cuándo había empezado a pensar que todo aquello era posible? Nunca ocurriría ni podría ocurrir. Paula casi no podía soportar la idea de hablar de la persona que había recibido el corazón de su marido y mucho menos conocerla. Enloquecería si supiera que había dado el beso más ardiente de su vida al hombre que tenía el corazón de Pablo.

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