Mantuvo la vista clavada en el suelo mientras Pedro cruzaba la alfombra persa con su bebida y una igual para él. Su mano enorme empequeñecía los vasos y ella no pudo evitar volver a rozarle los dedos mientras tomaba su bebida. El acto, completamente inocente, le pareció demasiado íntimo para lo susceptible que estaba hacia cualquier gesto de él.
-Vamos, Paula -Pilar se había sentado en un sofá color Burdeos y agitaba el paquete en el aire-. ¡Tenemos que abrirlos!
Empezó a soltar el lazo, pero se paró para esperar a Paula. Ella habría dado cualquier -cosa por no abrirlo, pero sabía que su suegra no lo entendería. Soltó el lazo de mala gana y separó una punta del papel sin romperlo.
-Paula es de las personas que da mala fama a abrir paquetes -le dijo Pilar a Pedro-. Puede tardar media hora con un solo paquete.
Pedro sonrió.
-Mi madre era igual y también guardaba el papel para volver a usarlo. Es más, lo planchaba para quitarle las arrugas.
-¡Dios mío! Qué aplicada.
Pilar sacó una cajita dorada y esperó a Paula. Luego levantaron las tapas a la vez.
-¡Ohhh! -exclamó Pilar-. Es absolutamente precioso y delicadísimo -mostró un broche con forma de azucena y con un esmalte que daba vida a la flor-. Adoro las azucenas... Gracias, Pedro.
Pedro inclinó la cabeza.
-Es un placer, te lo aseguro. Agradecí mucho tu ofrecimiento de un sitio para vivir, pero ahora que lo he visto lo agradezco mucho más.
-¿Qué es tu regalo? -Pilar estiró el cuello.
-Un lirio. Mi flor favorita -miró a Pedro que estaba al otro lado de la mesa baja-. También es mi tono de color favorito. Muchas gracias.
-De nada -sus ojos eran cálidos y profundos-. Cuando lo ví, pensé en tí inmediatamente.
¿Por qué tenía ella la sensación de que quería decir exactamente eso?
Agitada, miró el reloj.
-Dios mío, Alicia va a matarnos. Será mejor que no sentemos a la mesa.
-¿Dónde está tu hijo? -Pedro tenía el ceño fruncido-. Daba por supuesto que cenaría con nosotros.
-Ha cenado antes -de dijo Paula mientras él apartaba la silla de Pilar en la cabecera de la mesa-. Suele cenar hacia las cinco.
-Tenía que habérmelo imaginado -reconoció Pedro.
Estaba detrás de ella y separó su silla para que se sentara. Al volver a colocar la silla, inclinó la cabeza y ella notó su aliento en la nuca. Sintió un estremecimiento en toda la espalda.
-La recepcionista que tengo en Filadelfia tiene dos hijos de tres y cinco años. Se ponen como furias si se retrasa la cena -Pedro sonrió mientras se sentaba.
En la mesa había ensaladas y consomé frío y Paula comió deprisa y dejó que Pilar se ocupara de la charla durante los dos primeros platos. Cuando todos hubieron terminado, pidió disculpas y llevó los platos a la cocina. Con movimientos diestros, cortó las pechugas del pollo que había hecho esa tarde, las puso en los platos, las acompañó de espárragos y las cubrió de salsa holandesa...
-¿Puedo ayudar?
Paula dió un respingo y sólo los reflejos de Pedro evitaron que la maravillosa porcelana de Pilar acabara en el suelo.
-Dios mío, no esperaba que aparecieras tan sigilosamente.
-Perdona -arqueó las cejas-. No quería asustarte. He pensado que podía ayudarte.
Muy lindos capítulos! Paula va aflojando!
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