viernes, 8 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 20

Paula apartó aquella idea de su cabeza, no sabía si a Pedro le gustaba o no, ambas posibilidades eran igual de probables. Actuaría como si fuera una persona interesante e igual él se lo creía, incluso ella podía llegar a creérselo.

Como había llegado a creerse los constantes comentarios de su madre acerca de su delgadez y su altura, ella siempre bromeaba diciendo que tenía una hija que parecía una jirafa. Sin embargo ella no era demasiado alta para Pedro, era perfecta ya que el era sólo un poco más alto que ella.

Paula se olvidó de todo al acercarse a la caja registradora.

Llagaron a casa un poco antes de la una y después de una comida a base de sopa y bocadillos, Pedro subió al piso de arriba y Paula se dispuso a limpiar la cocina.

Cuando él se fue ella le observó marcharse y tuvo la extraña sensación de que estaba escapando, pero enseguida se dijo a sí misma que aquello era absurdo y se propuso no buscar una segunda intención en cada cosa que él hiciera.

Cuando terminó de fregar la cocina, se dirigió al salón. Decidió llamar primero, después limpiaría un poco más. Y cuando Pedro bajara le propondría dar un paseo, y si terminaba y él no había bajado lo iría a buscar. La idea de dar un paseo con él la llenó de alegría.

Pero aquella alegría desapareció en cuanto llamó a la compañía de seguros, cuando habló con el banco que había emitido sus cheques de viaje se enfadó aún más y cuando colgó definitivamente tras hablar con el sheriff, la tercera llamada, estaba realmente furiosa.

Pedro se detuvo en la puerta del salón y frunció el ceño al ver la expresión enfurecida de Paula. Parecía que fuera a explotar en mil pedazos en cualquier momento.

—¿Algún problema? —le preguntó él.

—No, un problema no, muchos problemas.

—¿Qué ha pasado?

—¡Más bien debería preguntar lo que no ha pasado!

—Cuéntamelo y quizá pueda ayudarte.

Paula lo miró sorprendida, no le había contado sus problemas a nadie desde... Frunció el ceño mientras intentaba recordar. Desde que a su padre le habían diagnosticado cáncer. Comparado con los problemas de él, los de Paula se habían vuelto insignificantes y no había querido preocuparlo con ellos y su madre nunca se había interesado por sus cosas. Ni siquiera cuando Maite había sido una niña. Para su madre, ella era la única con derecho a tener problemas y desde luego la gente de su alrededor no tenía ni el más mínimo derecho a tenerlos.

—Soy un buen confidente —le dijo Pedro de nuevo.

Paula  estaba segura de que era bueno en muchas otras cosas, sin embargo confiarle sus problemas...

De repente se dió cuenta de que no tenía por qué ocultarlo, después de todo no eran problemas personales, quizá podría darle alguna solución.

—De acuerdo, tú lo has querido. En primer lugar la compañía de seguros dice que no me darán nada hasta que no pasen treinta días desde la denuncia o hasta que aparezca el coche destrozado.

—¿Te dijeron por qué?

—Me contaron algo sobre la cantidad de coches que después de ser robados aparecen al cabo de un par de días en perfecto estado.

—Entiendo que eso les haga esperar unos días, pero treinta días me parece excesivo.

—Eso es lo que le dije a la chica.

—¿Y qué te dijo ella?

—Que la compañía tenía ese acuerdo y que había otras compañías que esperaban incluso cuarenta y cinco días y que ella no decidía esas cosas.

—Y supongo que eso te hizo sentirte además de enfadada culpable por haberte enfadado con alguien que no tiene la culpa.

Paula asintió.

—Pero no sólo eso, en la cláusula de mi seguro dice que se cubrirán los gastos de un coche alquilado siempre que se presente una copia de la denuncia como mucho tres días después del robo. Así que cuando llamé al sheriff y le pedí que me mandara una copia de la denuncia me dijo que no estaba lista porque... ¡Porque su mujer estaba visitando a su madre!

Pedro frunció el ceño.

—Supongo que Tamara ejerce de secretaria y escribe los informes a máquina.

—No lo sé, estaba demasiado enfadada como para preguntar. Tenía miedo de que si gritaba, podría llegar a decir más de lo que debía y él tardaría más en hacerlo en represalia.

—¿Y qué hay del asunto de los cheques de viaje? —le preguntó Pedro.

—Lo harán, pero para hacerlo necesitan la firma del director y el director no está los fines de semana.

—Ya te he dicho que estoy dispuesto a pagarte un salario.

—Y yo te dije que no quiero que me pagues nada, sólo quiero hacer un intercambio.

Estaba decidida a mantenerse al mismo nivel que él. Si él la contrataba, ella no podría verle como un hombre atractivo y deseable, y quería hacerlo, aunque todavía no sabía cómo... No tenía la experiencia suficiente como para decirle directamente que le gustaba, además, si le hacía una proposición y él la rechazaba ella se sentiría avergonzada y además no podría permanecer en aquella casa.

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