domingo, 3 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 4

Pedro suspiró al ver lo atemorizada que parecía la mujer cuando Javier se acercó más a ella. No debía estar sola si no sabía librarse de los hombres como Javier.

Pero Pedro no pudo evitar notar el creciente miedo que ella parecía sentir y se dijo a sí mismo que intentaría ayudarla. Espantaría a Jim, la acompañaría hasta su coche y asunto zanjado.

—Ya has oído a la señorita, Javier —Paula se giró y vió a Pedro Alfonso.

Tenía unos preciosos ojos miel y sintió como si se estuviera derritiendo. Tomó aire para intentar tranquilizarse y pudo oler su embriagadora colonia

— Déjalo ya, Javier —dijo con dureza al ver que Javier no se apartaba.

—No hace falta que te pongas así, Pedro. No me dí cuenta de que estaba molestando. Pero si cambias de opinión, encanto, pregunta por mí. Todo el mundo me conoce por aquí.

Paula suspiró aliviada cuando Javier se alejó.

—Soy Pedro Alfonso, te acompañaré hasta el coche.

—Paula Chaves, y muchas gracias —dijo ella mientras pensaba en algo que decir, algo que hiciera que él quisiera conocerla más—. ¿Vienes mucho por aquí? —dijo finalmente, y segundos después se arrepintió de haber dicho algo tan estúpido.

—No, ¿dónde tienes el coche? —le preguntó él mientras salían del bar.

—Al otro lado de la calle —contestó ella. La falta de interés de él la había desilusionado, pero intentó que no se notara.

Él la agarró de repente del brazo mientras ella bajaba de la acera, y la empujó hacía él evitando que un coche que pasaba en aquellos momentos la atropellara. Maite se quedó apoyada en el pecho de él y la sensación que aquel pecho fuerte le provocó la dejó paralizada durante unos segundos.

—¿Estás bien? —le preguntó él al ver que ella no se movía.

Paula se dijo a sí misma que no estaba bien, estaba muy cerca de perder por competo la compostura y no sabía qué hacer para evitarlo.

—¿Sigues afectada por lo de Javier? —le preguntó preocupado.

—No, yo...

Paula sentía que se estaba comportando como una tonta al estar cerca de un hombre tan atractivo.

—¿Podrás conducir?

Paula  tomó aire y reunió fuerzas para separase de él.

—Estoy bien —le dijo y después se reprochó haber dejado escapar la oportunidad de alegar que estaba asustada para que él le ofreciera invitarla a un café y poder estar más tiempo con él.

—¿Ese Ford azul es tuyo?

—No —dijo ella negando con la cabeza—El mío es un Toyota marrón —dijo mientras se daba cuenta de que su coche no estaba donde ella lo había dejado.

Frunció el ceño y miró a su alrededor algo inquieta. Estaba segura de que había aparcado delante del restaurante, pero no estaba allí.

—No lo entiendo —dijo Paula— Dejé el coche allí.

Pedro miró el lugar que ella señalaba y no pudo evitar fijarse en aquellos dedos largos de uñas cortas. Odiaba las uñas largas y pintadas.

—Estoy segura de que lo dejé allí—volvió a hablar ella.

—Pues o bien te equivocas o bien alguien se lo ha llevado.

—¡Qué astuto! -replicó ella algo molesta.

—¡Todo el mundo odia al portador de malas noticias!

—Perdona, no pretendía contestarte así, pero todas mis pertenencias están dentro de ese coche. No me pueden haber robado, quiero decir... ¡Esto es una ciudad pequeña! ¡Aquí no deberían pasar estas cosas!

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