domingo, 10 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 25

—Entonces, ¿qué cree que está haciendo?

—Tu madre está preocupada de que vuelvas a rodearte de mala gente y...

—¡Que vuelva!... Señor Mowbry, me temo que le están engañando.

En lugar de enfadarse, el abogado se limitó a suspirar.

—Tu madre me dijo que estabas muy enfadada y que la culpabas por no haberse dado cuenta antes de que tu padre estaba enfermo, pero si te paras a pensarlo te darás cuenta de que ella no tuvo la culpa.

Paula suspiró y se dio cuenta de que la batalla estaba perdida. Nunca sería capaz de desenmascarar las mentiras de su madre, era absurdo intentarlo.

—Señor Mowbry, le daré hasta finales de septiembre para que consiga una fecha para el juicio y si para entonces aún no la ha conseguido, buscaré otro abogado. Uno que sepa defender mis intereses, no los de mi madre.

—Creo que...

—Eso es todo, volveré a llamarlo dentro de un par de días.

Paula colgó el teléfono y sintió ganas de ponerse a gritar.

—Deja que lo adivine —dijo Pedro— ¿El abogado se estaba comportando como lo que es, un abogado, no es así?

—Como un abogado estúpido —replicó ella.

Durante unos segundos Paula sintió ganas de hablarle a Pedro sobre su madre, sobre sus mentiras... Pero enseguida cambió de opinión. Probablemente no la creería, nadie la creía.

—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó él deseoso de hacer algo que calmara un poco su enfado.

—No —le dijo ella con una sonrisa—Nada excepto un milagro puede hacer que los juicios se celebren rápidamente, y como las cosas son así me niego a enfadarme por ello.

Pedro sonrió.

—Es una buena idea, ¿podrás conseguirlo?

—Sí—dijo Paula mientras asentía convencida, estaba decidida a no ponerse de mal humor de nuevo. Tal vez las mentiras de su madre le hubieran arruinado su vida pasada, pero no iba a permitir que también empañaran su futuro— El ejercicio me ayudará a olvidarme de todo.

—¿Hasta dónde vamos a caminar? —le preguntó Pedro mientras se dirigían a la puerta trasera.

—No demasiado lejos —contestó Paula mientras olía la fresca fragancia del campo. Aquel olor siempre la tranquilizaba-— Quiero volver a tiempo para limpiar un poco y hacer la cena.

—¿Y cuánto es eso?

Paula se quedó pensativa.

—Una vez leí en una revista que todos deberíamos ser capaces de caminar casi cinco kilómetros en cuarenta minutos.

—Necesitamos un aparato de ésos que miden la distancia.

—Lo que necesitamos es un poco de perseverancia, no importa la distancia que recorramos, lo importante es que hagamos ejercicio ¿Qué tal si caminamos veinte minutos y luego volvemos?

—De acuerdo, ¿y si hacemos unos estiramientos antes?

—¿Estiramientos? —Paula lo miró perpleja.

Se quedó mirándolo y no pudo evitar imaginarse aquel musculoso cuerpo con el torso desnudo y haciendo estiramientos... Era una imagen muy perturbadora.

—La gente estira para no sufrir calambres en los músculos —Pedro parecía no haber notado su perplejidad.

—Yo no tengo músculos así que tampoco tengo calambres.

—Todo el mundo tiene músculos.

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