domingo, 9 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 19

A cambio, recibió una foto y un bate de béisbol firmados —dejó el plato delante de ella y se sentó enfrente—. Es una pesadez.
Ella sintió lástima de él, pero también quería zarandearlo.
—Eres un jugador de béisbol famoso, ¿no? —preguntó ella antes de probar la quesadilla, que estaba deliciosa.
—Lo fui.
—Entonces puedes influir más que la mayoría de la gente. La cosas salieron mal, pero puedes arreglarlo. El periódico hablaba de unos niños que se quedaron abandonados sin billete de vuelta. Devuélveles el dinero. Llama a ese niño y vete a verlo. Ocúpate del correo de tus admiradores. Riñe a tu representante o despídelo. Participa.
Pedro  miró fijamente a la ventana que había encima del fregadero.
—No es tan fácil.
En ese momento, zarandearlo era más importante que sentir lástima.
—Puede serlo. Ya sé que antes estabas demasiado ocupado con tu apasionante vida, pero ya no te sirve de excusa. Tienes una responsabilidad. Sé la persona que todo el mundo espera que seas. Madura. Podrías sorprenderte a ti mismo.
—No tienes un concepto muy bueno de mí. ¿verdad?
—No.
Él sonrió lenta y sensualmente. Una sonrisa que la cautivó. Si hubiera mostrado el más mínimo interés, ella se habría arrancado la ropa y lo habrían hecho allí mismo, en la mesa de la cocina. Aunque, según Cassie, no era gran cosa en la cama. A ella, sin embargo, le daba la sensación de que Cassie mentía. Todo él, su forma de moverse, de coquetear y de hablar, dejaba muy claro que le encantaban las mujeres. Todas las mujeres. Todas las mujeres, menos ella.
La realidad le cayó como un jarro de agua fría. Fin de la fantasía. Ella no era su tipo. Él nunca la vería atractiva. Si llegara a saber cuánto la había trastornado, sentiría lástima por ella. La idea le avergonzó y empezó a hablar antes de poder evitarlo.
—Las cosas claras. No me interesas —aseguró ella sin inmutarse—. Ni tú ni ninguno como tú. No podrías gustarme ni te respetaría.
Las palabras se quedaron flotando en el aire y ella quiso recuperarlas como fuera. ¿En qué estaba pensando? Era Pedro Alfonso y podía despedazarla con un par de palabras bien elegidas. Se preparó para el ataque cuando él se levantó y la miró desde las alturas.
—Creía que eras distinta —dijo con tranquilidad—. No creía que fueras a hacer leña del árbol caído. Pero me he equivocado.
Él desapareció y ella se quedó sola. Volvió a sentir vergüenza, pero no por desear a un hombre que nunca conseguiría sino por hacer daño a alguien que no se lo merecía. Había intentado consolarse pensando que sólo era una fachada bonita y no una persona, pero se había equivocado. Pedro era de verdad. Había sido despectiva y desconsiderada, como había esperado que se comportara él. Como otros se habían comportado con ella. Se había convertido en alguien que no le gustaba y no sabía cómo arreglarlo.
El teléfono sonó y Paula se quedó mirándolo.
—¿Vas a contestar? —preguntó.
Gloria siguió mirando la revista de DVDs.
—No quiero hablar con nadie.
—Entonces hablaré yo —Paula descolgó—. Diga…
—Soy Matías Alfonso, tú eres, ah…
—Paula Chaves. Hablamos cuando llamaste antes. Hola, ¿qué tal?
—Bien. Llamo para saber qué tal está mi abuela. He pensado que luego podría ir a visitarla.
—Me parece muy bien —Paula tapó el auricular con la mano—. Es Matías. Quiere venir a visitarte.
—No —Gloria no levantó la mirada de la revista—. Dile que me deje en paz.
—Está encantada y deseando verte.
—¿Puedo oírselo a ella? —Matías se rió.
—No. No dice siempre lo que piensa. Hay que leer entre líneas.
—Cuelga inmediatamente —le ordenó Gloria tajantemente—. No volverás contestar el teléfono ni a hablar en mi nombre.
Paula se alejó un poco para ponerse fuera del alcance de su paciente.
—Tu abuela está mejorando, avanza día a día. Hasta el fisioterapeuta está impresionado y es un hueso duro de roer. Ha engordado un poco. No tanto como yo quisiera, pero soy muy exigente.
—Estás molestándome —Gloria frunció el ceño—. Cuelga o dile a Matías que puede visitarme, pero él solo, sin esa ramera con la que se casó ni ese espantoso bebé.
Paula  hizo una mueca de horror. No había tapado el teléfono y, a juzgar por los juramentos de Matías, había oído cada una de las palabras.
—¿Por qué me molestaré…? —dijo él antes de colgar.
Paula  también colgó.
—¿Qué mosca te ha picado? —preguntó Paula—. ¿Por qué has dicho eso? Es tu nieto. Era la segunda vez que llamaba para venir a visitarte. Eso me demuestra un interés impresionante. Si sólo quería ser cortés, habría bastado con una llamada.

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