domingo, 23 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 62

Pedro se puso muy derecho. No sabía nada de fundaciones, salvo que hacían cosas buenas. Se acordó de lo que había disfrutado viendo a aquellos niños con su material deportivo nuevo.
—Podría centrarme en lo que quiero —se dijo Pedro a sí mismo en voz alta—. Los niños y el deporte.
—Más aún —intervino su hermano—. Todo el mundo está interesado en ti. Puedes acceder a gente a la que los demás no soñamos con conocer.
Pedro sabía que era verdad. Le bastaba con llamar para hablar con quien fuera.
—Podría ser generoso sin que nadie supiera que soy yo.
—¿Es lo que quieres?
Pedro pensó en todas esa cartas y peticiones, y en las respuestas tan frías que habían recibido.
—Ya no necesito que se me aprecie por hacer lo correcto —contestó Pedro con calma.

Paula entró en la habitación de Gloria y se preparó para oír todo tipo de comentarios. Llevaba unos vaqueros nuevos y un jersey ceñido. Pese a su inexperiencia, había conseguido imitar las cascada de rizos de Ramón y no se había sacado un ojo al maquillarse. Sin embargo, una vez allí, se sentía ridícula. Como una cabra que intentara pasar por una gacela.
—Buenos días —la saludó Gloria mientras la miraba por encima del periódico—. ¿Lo pasaste bien en tu día libre?
—Sí. ¿Qué tal te encuentras?
—Como una vieja con la cadera rota. Esta mañana me duele un poco, pero sobreviviré.
—Esperaba algo más de la vida. Sobrevivir no es divertido.
—Crees que vas a distraerme para que no me de cuenta de los cambios, pero te equivocas —Gloria sonrió—. Ponte en medio de la habitación y date la vuelta despacio.
—No me pagas para que haga de modelo.
—Te pago para que satisfagas mis caprichos. Adelante.
Paula, cohibida y sintiéndose absurda, obedeció. Se puso en el centro de la habitación y se dio la vuelta lentamente. Gloria la miró y asintió con la cabeza.
—Mejor —dijo—. Mucho mejor. Viste a Ramón.
—Sí. Me cortó el pelo y me enseñó a usar unos productos bastante pringosos.
—La ropa también es bonita. Por fin pareces una mujer y no una patata.
—¿Una patata…? —Paula se rió.
—Si hubiera tenido que volver a ver otro jersey marrón, habría vuelto al hospital.
—Lo dudo.
—¿Te ayudó tu hermana a elegir la ropa?
Paula pensó decirle que era perfectamente capaz de hacerlo sola, pero las dos sabían la verdad.
—Sí. Lo eligió todo. Es un poco bochornoso que yo no sepa lo que me favorece.
—Claro que lo sabes —Gloria se inclino hacia delante —, pero hay que hacer algo con esas gafas.
—No puedo llevar lentillas y no empieces a hablarme de rayos láser. No voy a achicharrarme la córnea. ¿De acuerdo?
—No te la achicharran entera, pero déjalo. Estás muy bien. Pedro se quedará impresionado.
Paula  se quedó helada. La verdad era que se había acostado con Pedro en casa de Gloria, pero nunca se habría imaginado que ella lo sabía. No podía saberlo. Sería demasiado humillante. Debía estar hablando de otra cosa. De Pedro en general o de su enamoramiento de él, algo que tampoco debería saber nadie.
—No lo he hecho por… Pedro —balbució Paula.
—Claro que no, cariño. Sólo quiero que tengas cuidado. Te aprecio mucho y no quiero que te hagan daño.
Paula agradeció el gesto. Supo que Gloria lo decía con cariño y preocupación. Sin embargo, la inquietó que diera por supuesto que Pedro sería quien hiciera el daño. Parecía imposible que ella pudiera ser quien lo dejara o le hiciera sufrir. Era lógico, pero, por una vez, le gustaría ser ella la que tuviera la sartén por el mango y no la que fuera suplicando.
—Te traeré café —dijo Paula antes de salir de la habitación.
Fue a la cocina y se sorprendió de encontrarse con Pedro. Él levantó la mirada, empezó a hablar y la miró fijamente.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Nada. Hola, me alegro de verte. Ayer te eché de menos.
—Tenía el día libre.
Ella supo que había sido un poco antipática y el verdadero motivo no tenía nada que ver con él.
—Nadie ha dicho que no lo tuvieras —él se acercó y la besó—. Me gusta tu pelo.
—Me lo he cortado —Paula se sintió ridícula y cohibida.
—Antes no sabías si querías cortártelo. Estás bien —Pedro sonrió—. Mejor dicho, estás fantástica.
—Ahora —Paula no pudo evitar el tono de rencor—. Te has olvidado de decir «ahora». Pero me alegro de haber salido del pelotón de las feas y ser una más de tus guapas.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás furiosa conmigo?
No lo estaba. Estaba furiosa consigo misma, pero era más fácil gritarle a él.
—Soy lamentable. Doy verdadera pena y no lo soporto. ¿Por qué no puedo cautivarte? ¿Por qué no estás preocupado de que ya no me intereses más?
—¿Qué te hace pensar que no lo estoy?
Ella agarró la cafetera, se sirvió y lo miró con rabia.
—Por favor… Me he transformado. Llevo maquillaje y un tanga y lo he hecho todo por ti. ¿Para qué? ¿Cuál es el objetivo? Es un disparate y es culpa tuya.
—¿Culpa mía? ¿El qué? ¿Por qué?
Lo oyó farfullar algo mientras ella se marchaba, pero no se dio la vuelta. Había sido un error, se dijo sombríamente. ¿A quién iba a engañar? No daba el tipo y nunca lo daría. Había sido un error intentarlo. Era preferible jugar sobre seguro y no correr el riesgo de sufrir.

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