domingo, 30 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 82

Paula se sentó en la cama de Delfina y empezó a contar calcetines.
—No tenemos que preocuparnos por llevarlo todo —comentó Paula—. Puedo llevarte cualquier cosa en cualquier momento.
—Lo sé —Delfina esbozó una sonrisa, pero sus ojos denotaban preocupación—. Estaré mejor cuando tenga la maleta hecha.
Paula sospechó que la preocupación de Delfina no era por la maleta.
—¿Te pasa algo?
—No. Estoy asustada, pero ilusionada. ¿He dicho que estaba asustada?
—¿Asustada? —preguntó Pedro  mientras entraba con una maleta vacía y la dejaba en la cama de Delfina—. ¿Quién está asustada?
—Nadie —contestó Delfina con una sonrisa.
Paula se levantó y abrazó a su hermana.
—Es maravilloso. Lo sabes, ¿verdad? Es tu oportunidad.
—Lo sé. Sólo estoy un poco acoquinada. Me siento muy agradecida de que hubiera alguien compatible. No creía que fuera a aparecer. Es un tipo de sangre muy raro, pero ha aparecido y tengo otra oportunidad. Pedro, no quiero que pienses que soy una desagradecida. Te has expuesto por mí.
—He divulgado un mensaje importante. Nada más —él le dio una palmada en el brazo—. Os dejaré haciendo la maleta.
Delfina  suspiró cuando se fue.
—Es muy bueno. Me encantaría que hubiera más tiempo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula.
—No estoy preparada —Delfina levantó la mano antes de que Paula dijera algo—. Lo sé. Sin trasplante, moriré. Quiero operarme, pero…
Paula  lo entendía. Estaban hablando de una operación comprometida.
—Tu médico es muy bueno. No lo olvides.
Delfina  retrocedió y sonrió.
—No lo olvido. Pero es muy raro pensar que tengo el hígado de otra persona en mi cuerpo. Me repele la idea.
—Es mejor que estar muerta.
—Siempre se te dio bien poner las cosas en su sitio —Delfina dobló un camisón—. Estoy contenía, claro. Tengo la oportunidad de llevar una vida relativamente normal. Pero no puedo dejar de pensar en que alguien ha tenido que morir para que esto pasara. Creo que no puedo compensar eso.
—Tú no mataste a esa persona. Estará muerta aunque no aceptes su hígado.
—Lo sé, pero… —Delfina sacudió la cabeza—. No puedo explicarlo. Tengo una sensación rara. Estoy contenta y agradecida, pero me siento rara.
—No vas a cambiar de idea sobre el trasplante, ¿verdad?
—Es demasiado tarde —Delfina sacudió la cabeza—. Además, ¿cuántas personas tienen una oportunidad como ésta? Nunca pensé que fuera a pasar, pero aquí la tengo. Aun así, me hace pensar. Si no vuelvo, quiero que lo aceptes bien.
¿No volver? Delfina siguió hablando, pero Paula no la escuchaba. Tenía que volver. No había otro resultado posible. Lo esencial del plan era que volviera. Hasta ese momento, la muerte de su hermana era algo meramente teórico. La intervención podía complicarse, pero eso era algo que le pasaba sólo a otras personas. Su hermana era parte de su vida. Eran una familia.
—No puedes morir —Paula lo dijo tajantemente y sin pensarlo—. No lo soportaría.
Delfina  la agarró de la mano, se sentó en la cama y la abrazó.
—No voy a morir.
—Pero es una posibilidad. Sé que tu hígado puede fallar, pero no ahora. Sería injusto.
—La vida no siempre es justa, pero lo más seguro es que siga mareándote durante muchos años.
—Eres mi mejor amiga —replicó Paula  con lágrimas en los ojos.
—Lo sé. Tú también lo eres para mí.
—Yo no lo sabía —reconoció Paula—. Te he odiado y adorado, y durante todo ese tiempo has sido mi mejor amiga —Paula parpadeó para contener las lágrimas—. Lo siento.
Delfina le pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja.
—¿Por odiarme? No lo sientas. Si yo hubiera sido tú, también me habría odiado.
—Porque eres perfecta.
—No soy perfecta.
—Tengo fotos para demostrarlo. Te quiero aunque seas perfecta.
—Gracias por ser tan generosa —Delfina se rió—, pero olvídate de eso. Las personas perfectas no se ponen enfermas.
—No es culpa tuya. Tuviste aquel accidente de coche y te hicieron una transfusión de sangre.
—Muy bien. Mi marido me abandonó cuando caí enferma. Eso no le pasa a las personas perfectas.
—Tampoco es culpa tuya —Paula puso los ojos en blanco—. Es un cretino.
—Yo lo elegí.
—Es verdad. Ya tienes un defecto. Un gusto pésimo con los hombres.
—Es un defecto considerable que impide que sea perfecta.
—Para mí siempre serás perfecta —Paula la abrazó—. Te quiero. Ni se te ocurra morirte.
—No lo haré. Lo prometo. Quiero llegar a ser un incordio para ti cuando seamos viejas.
—Me encantaría.
—Además, también quiero bailar con Pedro en su boda.
—No habrá ninguna boda.
—Creía que estabas loca por él.
—Lo estoy, pero no tengo ni idea de lo que piensa Pedro. Sé que le gusto, pero entre eso y casarse hay todo un mundo. Ni siquiera pienso en ello.
Era mentira. Claro que pensaba. A veces, era lo único que pensaba. Estar con Pedro le parecía un sueño imposible. Sin embargo, a veces se concedía esa fantasía.
—Es mucho mejor de lo que me imaginé —siguió Paula—. Es un hombre maravilloso.
—Tú tienes el mérito de algunos cambios.
—Te lo agradezco, pero lo hizo todo él solo. Yo… —Paula tragó saliva— estoy enamorada.
—¿Se lo has dicho?
—No. Me da miedo de que se ría.
—¿Qué posibilidades hay de que pase eso?
—En este momento, hasta la más mínima posibilidad es demasiado grande. No soportaría ese sufrimiento.
—Está loco por ti —Delfina la agarró de la mano con fuerza.
—Es posible…
Aun así, Paula  no sabía si eso era suficiente.
—Lo está —insistió su hermana—. Plantéatelo de esta manera. Ha estado con suficientes mujeres para saber lo que quiere. Te quiere a ti. Lo veo en sus ojos.
Paula  quiso creerlo con tanta fuerza que le dolió.
—Cambiemos de tema —ordenó Paula —. Ahora no puedo seguir hablando de Pedro.
—Hablemos de mamá —propuso Delfina—. Vas a tener que ayudarla con todo esto.
—Lo sé.
Paula  tampoco quería pensar en eso.
—No es el demonio.
—Nunca he dicho que lo fuera.
—Tienes que perdonarle lo que paso —insistió Delfina—. No era ella misma.
Paula no estaba segura de que las borracheras fueran una excusa, pero asintió con la cabeza por Delfina.
—Si pasara algo —siguió su hermana—, he detallado mis cuentas bancarias y otra información económica en una carpeta. Está en el cajón superior de mi cómoda. También hay una póliza de un seguro de vida. Me la hice cuando me casé, pero ahora mamá y tú sois las beneficiarias. Ayúdala a invertir el dinero. Ella no sabe de esas cosas.
Paula tuvo que hacer otro esfuerzo para contener las lágrimas y dio una palmadita en el brazo de su hermana.
—Deja de hablar como si fueras a morirte.
—Tengo que decirlo —replicó Delfina con delicadeza—. Ayuda a mamá. Tendrá dinero para comprase un piso. Le dará cierta seguridad.
—Querrá comprarse otra caravana. Estoy segura.
—Entonces ayúdala a comprarla. Está haciéndose mayor, Paula. Su salud no es muy buena. Tantos años bebiendo la han envejecido. Quiero que esté contenta y segura.
—Muy bien —Paula se secó los ojos—. La ayudaré para que se asiente en algún sitio, sea un piso o una caravana. Si sobra, la ayudaré a invertir el dinero en algo seguro. No quiero seguir hablando de esto.
—Lo sé, pero quiero que lo prometas.
—Lo prometo.
—¿Estás segura?
—¿Por qué no? —Paula sollozó—. Las dos sabemos que no va a pasarle nada. ¿Por qué no iba a prometer cualquier cosa?
—Me gusta que pienses así.
—¿De cuánto dinero hablamos por el seguro de vida? —Paula  decidió que eso les pondría de mejor humor—. ¿Debería hacerme ilusiones?
—Tendrás que esperar —Delfina sonrió.
—Me encantaría esperar para siempre.

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