domingo, 30 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 87

Me acuerdo de que estábamos en el cuarto de estar de mi casa y de que nos reímos de que no fuera capaz de elegir la blusa adecuada —se secó las lágrimas que le rodaron por las mejillas—. Siempre estaba dispuesta a reírse de sí misma.
—Me acuerdo. Intentó que me quedara la blusa, pero le dije que era imposible que me sentara mejor que a ella.
—Siempre fue muy guapa —su madre suspiró—. Incluso de bebé era una preciosidad.
—Lo sé. No salió mal en ninguna foto. Salía bien hasta en esas fotos espantosas del colegio. Me fastidiaba muchísimo.
Paula se dejó caer en la cama y abrazó el oso de peluche viejo y desgastado.
—La odiaba —siguió ella—. Que Dios me perdone. A veces no soportaba que fuera tan guapa y encantadora: que todo el mundo la quisiera tanto.
Su madre se sentó a su lado y la abrazó con fuerza.
—Tranquilízate. No te atormentes. No odiabas a tu hermana. Nunca lo hiciste. Querías lo que ella tenía, pero eso es muy distinto. Nunca le diste ningún mérito. Sé que tengo la culpa y lo siento.
—No lo sientas —la tranquilizó Paula—. No pasa nada. Estoy bien. Me habría gustado… —tragó saliva—. Me habría gustado ser más simpática o algo así. Me habría gustado que ella hubiese sabido cuánto me importaba.
—Lo sabía. ¿Crees que no lo sabía? Le pediste que viniera a vivir contigo cuando más lo necesitaba. Le abriste tu corazón y tu vida. Ahorrabas para no tener que trabajar durante sus últimos meses. Ella lo sabía. Te habría querido en cualquier caso, pero también te quería por eso. Te respetaba y admiraba. Me lo dijo.
Paula  lloró, por primera vez desde que su hermana había muerto. Unas lágrimas enormes y ardientes le cayeron por las mejillas.
—La… echo de menos —balbució entre sollozos—. La echo mucho de menos. Quiero que vuelva. Sé que tenía que intentar el trasplante y siempre estaré agradecida de que muriera con esperanza, pero la añoro.
—Lo sé.
Se abrazaron unidas por un dolor que pareció interminable. Sin embargo, las lágrimas cesaron y Paula se secó la cara.
—Mamá, ¿quieres venir a vivir conmigo?
—Te lo agradezco —su madre sonrió—, pero las dos somos demasiado cabezotas para que salga bien. Sin embargo, me gustaría que no nos alejáramos. Nos tenemos la una a la otra y no quiero perderme ni un minuto de eso.
—Yo tampoco.
Entre su trabajo nuevo y los preparativos del entierro, Dani no había tenido ni un segundo libre. Pasó una semana antes de que pudiera encontrar una tarde libre y el valor para ver a Gloria.
Aparcó delante de la enorme casa y se quedó mirando las ventanas iluminadas. De niña, la casa la aterraba. De joven, represento un sitio del que tenía que escapar. Nunca se había sentido cómoda entre aquellas paredes y no esperaba sentirse mejor después de esa reunión, pero tenía que intentarlo.
Había llamado a Gloria y le había pedido una cita. Le explicó el motivo y, aunque su abuela se portó muy civilizadamente durante el entierro, supuso que le colgaría el teléfono. Sin embargo, esa mujer a la que siempre consideraría su abuela, aceptó.
—Eso no significa nada —se dijo Dani en voz baja mientras se acercaba a la puerta—. Sólo quiere torturarme personalmente.
No había otra explicación lógica para que Gloria hubiera aceptado verla. Aun así, no pudo evitar que un rayo de esperanza la iluminara por dentro.
Pedro le abrió la puerta, la acompañó hasta el cuarto de Gloria y le hizo un gesto con el pulgar hacia arriba.
—Hola, Dani —la saludó Gloria desde su butaca de orejas—. Siéntate.
—Gracias —Dani se sentó en la otra butaca que había en la habitación—. Estás mucho mejor. Te apañaste bastante bien en el entierro de Delfina.
—Estoy reponiéndome —Gloria se encogió de hombros—, pero cada día estoy más vieja. Es un incordio, pero es lo que hay.
Dani parpadeó. Nunca la había oído hablar de forma tan natural y sincera, y le asustó un poco oírla en ese momento.
—Creo que has entrado a trabajar en Bella Roma… Una elección interesante.
—Estoy contenta. Se trabaja muy bien con Bernie.
—Su madre puede ser un poco pesada.
Dani se acordó de que Lucia Giuseppe tampoco había tenido palabras muy amables para con Gloria y se preguntó qué habría pasado en otros tiempos.
—Disfruto con mi empleo nuevo —Dani decidió no tomar partido—. Es complicado, pero divertido. Los empleados son fantásticos, los clientes son fantásticos y la comida increíble.
—Hacía mucho que no sabía nada de ti —comentó Gloria mirándola fijamente.
—Lo sé.
—¿Qué ha pasado?
Dani también la miró fijamente, como si no pudiera creerse la pregunta.
—Dejaste muy claro y muy cruelmente que no soy de la familia. Me hiciste daño a conciencia. ¿Para qué iba a venir a recibir más y para qué ibas a querer que viniera?
Gloria bajó la mirada
—Claro, visto de esa manera…
Se hizo un silencio incomodo y Dani se sintió casi culpable, algo que la sacó de quicio. Ella no tenía la culpa de nada. No había hecho nada mal. ¿Por qué iba a tener que sentirse responsable?
—No quiero entretenerte —Gloria le señaló una carpeta que estaba en una estantería—. Eso es para ti. Hay alguna información elemental sobre tu padre. No me he molestado con nada más porque serás capaz de encontrar lo que más te interese.
Dani miró la carpeta, pero no la agarró.
—Vas a decirme su nombre.
—Naturalmente, Dani. Entiendo por qué haces esto, pero, por favor, ten cuidado. Un hombre en la posición de tu padre… —Gloria suspiró—. No será fácil y tienes que entenderlo.

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