viernes, 7 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 14

Para Paula, la naturaleza tenía un sentido del humor macabro. Ella era de estatura media y Delfina, algunos centímetros más alta. Ella había heredado unos rizos anaranjados que, afortunadamente, se habían convertido en un dorado rojizo mientras que Delfina tenía el pelo ondulado y color caoba. Se despertaba como si fuera una estrella de cine de los años cuarenta y, con un maquillaje mínimo, parecía una diosa. Paula había necesitado casi toda su vida, pero había conseguido no atormentarse por aquella tremenda injusticia.
—¿Qué tal el segundo día? —preguntó Delfina—. ¿Gloria sigue siendo una prueba a superar?
—Exactamente. Esta mañana casi me dio a entender que le gustaba tenerme cerca y luego se pasó el resto del día insultándome. Tengo que decir que su cerebro funciona perfectamente. Es una maestra aplastándote con una frase.
Delfina se cruzó los brazos por encima de la camiseta de la Universidad de Washington.
—¿Sigue cayéndote bien?
—Sí. Ya sé que no debería. Mantenemos una lucha de poder y voy a ganar, pero, aun así, tiene algo especial. Intenta por todos los medios ser desagradable, y no sé por qué. ¿Es un mecanismo de defensa? ¿Es una forma de salir adelante? ¿Tuvo que ser desagradable durante todos aquellos años y se ha olvidado de dar marcha atrás? Llamó uno de sus nietos, un tal Matías, para ir a verla, pero ella no se puso al teléfono y me dijo que le dijera que iba a morirse muy pronto y que él podría ser feliz.
—No se lo dijiste, ¿verdad?
—No, pero me dio que pensar.
—No todas las personas enfermas son unas santas. ¿Acaso no son igual que en la vida normal?
—Sí, en teoría. Sin embargo, no quiero que sea así en el caso de Gloria. Sigo pensando que pasa algo. Quizá sea por el empeño de Pedro en mostrarla como espantosa. Cuando me entrevisté con él para el trabajo, me la presentó como el diablo.
—Vaya, volvemos a hablar de Pedro —Delfina sonrió—. No te lo quitas de la cabeza.
—No sé de qué estás hablando —Paula esperó no haberse sonrojado—. Huele a ajo. ¿Qué hay de cena?
—No cambies de tema. Reconócelo, Pedro Alfonso te gusta. ¿Mi juiciosa hermana se ha prendado de un as del deporte?
—No me he enamorado —farfulló Paula—. Siento una atracción estúpida, es verdad. Es algo físico y no es culpa mía. Me altera, pero no quiere decir nada. Lo superaré. Soy más inteligente que él.
—Ser inteligente no tiene nada que ver.
—Es lo mismo que me dicen mis hormonas todo el rato.
—A lo mejor deberías salir con él. Quizá sea mejor de lo que te imaginas.
Seguramente, Delfina era una de las personas más buenas del mundo. Veía bondad en todos y creía en los milagros. Ella, en cambio, no era tan incondicional y casi todo el mundo la sacaba de quicio. En el mundo de fantasía de Delfina, los hombres como Pedro Alfonso salían sin problemas con las mujeres como ella y podían encontrarlas fascinantes. Desgraciadamente, ella no vivía en el mundo de su hermana.
—Cree que no soy su tipo —Paula se levantó las gafas—. Le pongo nervioso. No soy lo bastante complaciente.
Era una mera excusa; Pedro nunca la consideraría un ser con sexualidad. Era la enfermera de su abuela, una especie de aparato viviente. Por mucho que se empeñara en que fuera de otra forma, no lo sería.
—Eres divertida, guapa e inteligente. Claro que eres su tipo.
Paula  evitaba los espejos siempre que podía, pero no podía escapar de ellos. ¿Guapa? Era normal.
—Eres muy optimista —replicó Paula—. A veces, es un fastidio.
—No puedes enfadarte conmigo —Delfina se rió—. He hecho espaguetis con pan de ajo.
—¿Un festín de hidratos de carbono de cena? —preguntó Paula, a quien se le había hecho la boca agua.
—Efectivamente. Me apetecía —Delfina agarró a su hermana del brazo y la llevó a la cocina—. Mientras cenamos, podemos planear una estrategia para que captes la atención de Pedro.

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