lunes, 17 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 48

—Eres un adulto, no un adolescente. Más aún, has sido un atleta. Te han enseñado lo que le conviene a tu cuerpo. Esta bazofia te matará. Ésa es la mala noticia. La buena es que morirás lentamente y tendrás tiempo de disfrutar de tu viaje a las tinieblas.
—Así me gusta.
—Lo digo en serio —Paula entrecerró los ojos—. Come verdura y fruta. Para esto, bébete un litro de lejía y acabarías antes.
—No va a hacerte caso.
Ella se dio la vuelta y vió a Matías en la puerta.
—Lo sé. Me deshago porque lo necesito, no porque quiera cambiarlo.
—Bien hecho —Matías se acercó a ella—. Aunque si hay alguien capaz de hacerle entrar en razón, creo que serías tú. Parece que puedes obrar milagros.
A ella se le paró el pulso por un instante. ¿Podía cambiar a Pedro? ¿Cómo? ¿Le había dicho algo a su hermano? ¿Matías había captado que a él le gustaba ella o que él…?
—No sé qué le has hecho a Gloria —siguió Matías—, pero es increíble.
¡Se trataba de Gloria! Paula recuperó el pulso.
—Sólo le hice ver las posibilidades —contestó ella con un tono jovial que intentó parecer convincente—. Ella tomó la decisión de cambiar. Es un proceso que lleva tiempo, pero va bien.
—Mejor que bien —apostilló Matías—. No sé cómo agradecértelo.
—No hace falta que me lo agradezcas.
Pedro le rodeó los hombros con un brazo.
—¿Las elijo bien o no?
—A mí no me engañas —replicó Paula—. La agencia de enfermeras te mandó una lista de nombres y elegiste al azar.
—Eso no lo sabes —Pedro pareció ofendido.
—Apostaría algo.
—No se traga tus cuentos —intervino Matías—. Me gusta.
—Hace que sea sincero —reconoció Pedro—. Nadie lo había conseguido.
Paula intentó complacerse con el cumplido, pero no quería conseguir que Pedro fuera sincero, quería conseguir mantenerlo despierto durante noches de placer desenfrenado.
—Sincero, ¿eh? —Matías arqueó las cejas—. Interesante…
—Sí… Fascinante —farfulló Pedro—. Vamos a comer. Gloria tendrá hambre.
—Ni hablar. Tu abuela no va a comer esa comida espantosa.
—Crees que lo sabes todo, pero no —replicó Pedro mientras se apartaba de ella.
Entonces, él le dio el plato de alitas de pollo con el cuenco de salsa en medio.
—Matías,lleva el resto —siguió Pedro—. Yo llevaré platos y servilletas. Dile a Sofía que no quiero quejas sobre la comida. Ahora que es una chef consumada, se queja demasiado.
Paula se sintió incómoda mientras llevaba el plato a la habitación de Gloria. Había demasiada familia y no quería que nadie creyera que daba por supuesto que era una más. Sin embargo, cuando entró, vio que había cuatro sillas junto a la cama de Gloria. Paula dio vueltas con la comida y los platos hasta que Pedro la sentó en una silla y se sentó a su lado.
—Yo debería… —empezó a decir hasta Pedro le dio un plato lleno de comida frita.
—Come —le ordenó él.
—Pero…
Pedro  agarró un taquito y se lo puso entre los labios.
—Come.
Ella comió y la conversación fue como la seda. Escuchó mientras hablaban de los negocios y de la familia. Ya conocía a Agustín y podía situarlo, pero todavía no había visto a Dani, la hermana de Pedro y Matías.
—Agustín le ha tomado la medida al negocio —comentó Matías—. Las ventas han aumentado.
—Eso me fastidia un poco —reconoció Sofía—. Me he ausentado durante casi dos meses. ¿Cómo han podido aumentar las ventas sin que yo supervisara las comidas? No soporto la idea de ser sustituible.
—Nunca lo serás —le dijo Matías.
Gloria masticó y tragó.
—Evidentemente, has dejado una plantilla bien formada. Además, Agustín dijo que había aumentado la publicidad. Eso no habría servido de nada sin tus magníficos menús.
Matías y Sofía se intercambiaron una mirada de perplejidad.
—Gracias —susurró Sofía.
Paula se sintió como una madre orgullosa que presenciaba la primera representación de su hija. Quiso recordarles a todos que Gloria no era mala. Sólo se había descaminado, pero prefirió no decirlo y estropear el ambiente. A cambio, disfrutó de esa comida mortífera y de la proximidad de Pedro. Era una sandez absoluta fingir que todo aquello era real. Fingir que era una más y que Pedro… ¿qué? ¿Que le gustaba Pedro?
El anhelo era tan intenso como estúpido. Si fuera amiga de alguien en su situación, le aconsejaría que se olvidara de un hombre que estaba fuera de su alcance y que siguiera con su vida; perdía el tiempo soñando.
Pedro le pasó un par de alitas de pollo.
—Es una receta secreta —le susurró al oído—. Te encantarán.
Él le guiñó un ojo mientras hablaba. Hablando de encanto, ella ya sabía más cosas de su pasado y no podía pensar que tenía la misma profundidad emocional que una galleta. Era algo más que un hombre guapo. Eso le sirvió de poco. Él seguía tan lejos de su alcance como la luna y ella era como un lobo que aullaba por lo que nunca alcanzaría.

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