viernes, 28 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 78

—Voy a cortarte un sándwich en trocitos y te los daré —dijo Pedro con una sonrisa—. Luego, te leeré un rato.
—No harás tal cosa —Gloria lo miró con el ceño fruncido—. Estaré reponiéndome de una cadera rota, pero todavía puedo tirarte algo a la cabeza.
—¿Crees que me alcanzarías? Dudo de tu puntería.
—¿De dónde crees que has heredado tu destreza para lanzar pelotas? —Gloria hizo una mueca como si intentara contener una sonrisa—. Esta mañana estás de buen humor. ¿Por qué?
Porque, por primera vez, su vida marchaba sobre ruedas. Desde que se había lesionado el hombro y había tenido que retirarse, se preguntaba qué podía hacer con su vida. El béisbol había sido su mundo. Por fin, tenía alguna posibilidad.
—Estoy en paz con el universo —bromeo él—. Tengo tranquilidad de espíritu.
—Eres un pelmazo —Gloria puso los ojos en blanco—, pero me aguantaré. Constituir esa fundación ha sido una decisión acertada.
Él no necesitaba su beneplácito, pero le gustó oírlo.
—Eso creo.
—No me gustan las entrevistas. Has humillado a toda la familia.
Él pensó que ningún cambio era perfecto, acercó una silla y se sentó.
—Es necesario y es el precio que tengo que pagar para transmitir mi mensaje.
Gloria se sentó en la cama. Llevaba dos semanas vistiéndose y peinándose. Llevaba ropa de andar por casa, no la ropa elegante de costumbre, pero tenía casi el mismo aspecto que siempre. Había desaparecido la mujer frágil y desvalida de hacía un par de meses.
—Estás recuperándote —reconoció él—. Me alegro.
—O me recuperaba o me moría —replicó su abuela—. Paula me atosigó, pero hizo bien —Gloria entrecerró los ojos—. Sé que estás viéndola.
A él no le extrañó. No lo habían disimulado.
—Efectivamente.
—¿Es algo formal?
—No voy a comentar mi vida privada contigo.
—¿Por qué? Soy tu abuela.
—Sé muy bien cuál es nuestra relación —Pedro sonrió—. Llevas casi toda mi vida siendo mi abuela.
—Eres tremendamente insoportable —Gloria suspiró.
—Encantador. Querías decir encantador.
—No. Quiero hablar de Paula.
—Cotillear.
—Quiero saber qué estas haciendo con ella.
Él supo que se refería a la relación sentimental, no la sexual, pero, en cualquier caso, no iba a hablar. Tenía un par de motivos. Era juicioso que Gloria no entrara en sus asuntos personales. Además, no sabía qué contestar.
Sabía que Paula le importaba mucho. No quería pensar en sus sentimientos ni definirlos, pero los tenía. Cada vez más intensos. Se sentía bien con ella y la echaba de menos cuando no estaba. Por el momento, eso era suficiente.
—Pedro. Te he hecho una pregunta —insistió su abuela.
—Paula  es aparte.
—Podría decirte lo mismo.
—Sé que la aprecias y yo también.
—Yo no voy a romperle el corazón —puntualizó Gloria—.Tú podrías hacerlo.
—No voy a hacerlo —replico Pedro sinceramente—. Además, ¿cómo sabes que no será ella la que me haga daño a mí?
Su abuela no dijo nada, se limito a mirar por la ventana como si supiera algo que no quería decirle. ¿Habían hablado Paula y ella?
—He oído decir que has recibido llamadas sobre donaciones —comentó Gloria antes de que él pudiera decir algo—. ¿Qué tal va eso?
—Bien. Todavía no hay ninguna compatible. No va a ser fácil encontrar sangre para Delfina, pero hay posibilidades. La buena noticia es que un hombre que se dañó gravemente el hígado en un accidente va a recibir uno nuevo. Se ha salvado una vida.
—¿Te compensa? —preguntó Gloria—. He visto las entrevistas. Tienen que ser un mal trago para ti.
Si le parecía que la humillación pública en televisión por su rendimiento sexual era «un mal trago», entonces tenía razón.
—Me compensa —respondió él—. Aunque no se hubiera salvado ninguna vida. La gente tiene que donar, y yo se lo recuerdo.
Su abuela alargó mano. Él se inclinó y la agarró.
—Estoy orgullosa de tí.
—Gracias.
Por algún motivo que no podía explicar, esas palabras le importaron mucho.


Dani entregó las llaves del coche al recepcionista y entró apresuradamente en el restaurante. Vió que Marcos la esperaba junto a la ventana y se acercó a toda velocidad.
—Llego tarde —dijo a modo de saludo—. Lo siento. Es mi segundo día en el restaurante y tengo que aprender muchas cosas. Pierdo la noción del tiempo.
Marcos sonrió y la sorprendió cuando le dio un beso en la mejilla.
—Hola. No estoy enfadado. Pareces contenta.
—Lo estoy. Me encanta mi trabajo. Sé que es pronto y que todavía estoy en la fase divertida del proceso, pero me encanta. Me encanta el equipo, me encantan los clientes y adoro la comida. Es increíble. Voy a tener que empezar a hacer ejercicio para no engordar.
Ella siguió hablando sin parar. En parte, por el entusiasmo, pero, sobre todo, por la impresión. El leve roce de los labios de Marcos no había sido nada del otro mundo, pero había sido inesperado. Agradable, pero inesperado.
Hizo un esfuerzo para no llevarse la mano al punto donde su boca la había tocado e intentó no dilucidar lo que había sentido. No había sentido ningún chispazo ni excitación, pero eso estaba bien, ¿no? El sexo no lo era todo. Marcos  no la derretía, pero le gustaba.
—Creo que ya me he desahogado —Dani sonrió—. ¿Qué tal tú? ¿Qué tal tu día?
—Bien —la llevó a un pequeño mostrador—. Tenemos una reserva.
Ella miró alrededor. Era uno de esos restaurantes de barrio con comida muy buena y repleto de clientes habituales. Olía muy bien y le gustó la mezcla de clientes. Había familias, parejas, algunos grupos grandes y unas mujeres que se reían en una esquina.
—Está muy bien —dijo ella—. Nunca había estado aquí.
—La comida es excelente. El menú es variado y todo es bueno.
Siguieron al camarero hasta una mesa al fondo del restaurante.
—¿Cómo conociste este sitio? —preguntó ella.
Marcos retiró una silla y se sentó enfrente de ella.
—Trabajaba por aquí cerca.
Estaban en la parte antigua de Seattle y Dani frunció el ceño al intentar situar un centro universitario. No había ninguno. Era una zona residencial.
—¿Dónde? —preguntó ella—. ¿En un centro privado?
—No siempre he sido profesor… —contestó él vacilantemente.
—Ya, claro.

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