domingo, 30 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 88

Dani se levantó y tomó la carpeta, pero no la abrió.
—¿Qué me ocultas? ¿Es un asesino o algo parecido?
—En absoluto. Es… —hizo un gesto con la mano—. Ábrela de una vez. Entenderás lo que quiero decir.
Dani tomó aliento y abrió la carpeta. En la primera página vio la foto de un hombre de cincuenta y tantos años. Era guapo, sonriente y le pareció increíblemente conocido. Se quedó petrificada. No pudo leer lo que decía debajo ni pasar la página. Miró a Gloria.
—¿Miguel Schulz? —preguntó con un hilo de voz—. ¿El senador Miguel Schulz?
—Sí.
—¿Es mi padre?
—Sí.
Dani se quedó atónita.
—Aspira a ser presidente de Estados Unidos. ¿Quieres decir que mi padre puede ser el presidente?
—Todavía está calculando sus posibilidades, pero eso tengo entendido.
Dani se dejó caer otra vez en la butaca. No podía asimilar ese cambio en su vida.
—No puedo creérmelo —susurró—. Miguel Schulz… Sé quién es. Le he votado.
—Estoy segura de que le encantará saberlo —comentó Gloria con una sonrisa.


Pedro se despertó a mitad de la noche y se encontró solo en la cama. Se quedó tumbado un instante antes de levantarse e ir a la sala. Paula estaba acurrucada en un rincón del sofá. Las luces de la calle se filtraban por la ventana entreabierta y pudo comprobar que estaba despierta.
—¿Has tenido pesadillas? —le preguntó mientras se sentaba a su lado.
—Eso cuando me quedo dormida —ella se encogió de hombros—, que es muy pocas veces.
—Podrías tomar algo.
—No estoy preparada para automedicarme, aunque estoy a punto de hacerlo —Paula tomó aliento—. ¿Por qué estás levantado?
—No estabas en la cama.
Ella no contestó y él la abrazó, pero estaba rígida. Pedro se sintió intranquilo. Ella seguía sufriendo por la muerte de su hermana y no era el momento adecuado para hablar de su relación, pero se sintió obligado a decir algo.
—Has estado muy callada —dijo él—. Sé que estás pasándolo muy mal. Me he quedado para ayudarte, pero ¿preferirías que me marchara?
Ella lo miró con unos ojos indescifrables en la penumbra.
—Creo que sería lo mejor. En estos momentos, necesito algo de espacio.
Fue como si ella se hubiera infiltrado en su pecho y le hubiera pateado el corazón. No supo qué pensar ni qué decir. Paula no lo quería cerca; no lo quería.
—Está bien —Pedro se levantó—. Me marcharé.
Él esperó un segundo, pero ella no dijo nada y no le quedó más remedio que marcharse. Mientras se vestía, se acordó de todas las veces que ella se había preocupado porque él podía hacerle daño. Al parecer, Paula se había preocupado demasiado y él demasiado poco.
Gloria dejó la servilleta con un golpe.
—¿Qué te pasa? No paras de dar vueltas por la casa. Francamente, estás empezando a sacarme de quicio.
—No me apetece salir —contestó Pedro mirando a su abuela.
—No lo entiendo —ella resopló— pero me gustaría saber por qué estás tan alicaído. Delfina era una joven encantadora, pero casi ni la conocías. No puede ser por eso.
—Echo de menos a Paula—reconoció al darse cuenta de que no tenía sentido negar la verdad—. Por fin había encontrado la mujer con la que quería estar y no podemos mantener una relación.
—¿Por qué? Esa chica está loca por tí. Lo ha estado desde el principio. Intenté disuadirla, pero no me hizo caso. Los jóvenes de hoy en día sois así.
—Ya no está loca por mí. Casi ni me habla. La semana pasada le pregunté si quería que dejara de ir a verla todo el rato y ella me contestó que necesitaba espacio —Pedro clavó la mirada en la comida que no había probado—. No puede perdonarme y lo entiendo. Yo no me lo perdonaría.
—¿El qué? —preguntó su abuela—. ¿Qué delito has cometido?
¿Cómo era posible que no lo supiera? ¿Cómo podía esperar que lo dijera en voz alta? A menos que quisiera obligarlo a aceptar su responsabilidad.
—Delfina murió por mi culpa.
—Siempre has tenido tendencia a lo dramático —sentenció Gloria—. Por favor, Pedro… Tú no estabas en el quirófano y tampoco la atropellaste con el coche. ¿Por qué es culpa tuya?
—Yo encontré el donante y me empeñé en que se operara.
—Para darle una oportunidad. El hígado nuevo debería haberle salvado la vida.
—Pero no se la salvo —Pedro notó la rabia de la impotencia—. No conseguí nada. Si hubiera dejado las cosas como estaban, habría vivido otro año. ¿Sabes lo que habría significado otro año para ella, y para Paula y su madre?
—No lo sé —contestó Gloria—, pero estás llevando demasiado lejos tu desproporcionado sentido de ser imprescindible. Intenta ser lógico. Delfina  quería un trasplante de hígado. Tú no la obligaste. Paula  y su madre también lo querían. Para ellas, hiciste un milagro.
—No puedes saberlo.
—Tengo una idea muy aproximada. Además, según lo que me contaste, Delfina  no habría sobrevivido a ninguna operación un poco complicada. Nadie sabía el estado de su corazón. Independientemente de quién encontrara el donante, no lo habría superado.
—Pero no habría muerto ese día. Quizá, con el tiempo, habría podido tener alguna oportunidad.

2 comentarios:

  1. Que capítulos tan triste! realmente creí que el trasplante iba a salir bien... que pena! Espero que Paula y Pedro puedan acercarse de nuevo!

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