lunes, 10 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 26

—Lo siento muchísimo —dijo Pedro—. Sé que no sirve de nada, pero no sé qué decir.
Paula, mientras lo miraba a los ojos, pensó que parecía sincero. Ninguno sabía qué hacer y eso era algo interesante para compartir.
—Gracias —dijo por fin—. Yo también lo siento, me derrumbé y nunca me pasa. Suelo mantenerme firme.
—No te preocupes, le pasaría a cualquier en esas circunstancias.
Paula tragó saliva y se obligo a decir la verdad.
—Me has ayudado.
—Algo es algo —Pedro esbozó una levísima sonrisa.
Él se fue de la cocina y ella se quedó mirándolo. ¿Habían vivido un momento con cierta sensibilidad? Prefería que sólo fuera una cara bonita. Lo demás lo convertía en alguien mucho más peligroso para su frágil tranquilidad de espíritu. Sin embargo, no dependía de ella.
Pedro entró en la pequeña habitación que había convertido en su despacho provisional. Que la gente pensara que era una nulidad en la cama no era nada comparado con una hermana que se moría. Naturalmente, también estaban los niños defraudados; desdeñados por alguien que debería ser un héroe. Decir que no había sido culpa suya ya no servía de nada.
Miró el montón de cartas. Las cosas habían salido mal. ¿Podía solucionarlo? Hizo una mueca de disgusto al acordarse de la llorosa madre de Frankie. Si pudiera…
No, no podía solucionarlo, pero podía evitar que volviera a pasar. Podía tomar medidas y cerciorarse de que las personas adecuadas recibieran lo que necesitaban. Vio la carpeta de los niños que intentó que fueran a la final del campeonato estatal: los que se quedaron sin billete de vuelta. Leyó las cartas acusadoras y airadas. Sintió un nudo en el estómago. No había sido culpa de él. No tuvo nada que ver con la organización del viaje, pero eso daba igual. La oferta se hizo en su nombre. Leyó la carta del entrenador. Sin saber muy bien qué iba a decir, descolgó el teléfono y marcó un número. Después de hablar con dos personas, le pasaron con el entrenador Roberts.
—Siento el embrollo con los billetes de vuelta —empezó Pedro después de presentarse—. No supe nada de lo ocurrido hasta dos días después. La agencia de viajes que contrató mi representante metió la pata. Dije que les mandaran un cheque para reembolsarles los gastos, ¿les llegó?
—Sí, claro —confirmó el entrenador—. No cubrió casi nada, pero lo importante es el gesto, ¿no?
—¿De qué me está hablando? —preguntó Pedro perplejo.
—¿De verdad cree que mil dólares cubren los gastos de diecisiete niños y sus familias?
—No. Tiene que haber un error. Tenía que cubrirlo todo.
—No sé a qué cree que está jugando, Alfonso. Es usted un desgraciado de la peor especie. Éste es un pueblo pobre en la zona más pobre del Estado. Los niños son de familias trabajadoras. Ni siquiera pueden permitirse un billete de autobús. Embargaron el coche de una de las familias porque tuvieron que elegir entre pagar la letra o que los niños volvieran a casa. Eligieron a los niños. Usted manda un cheque de mil dólares y cree que eso significa algo…
—Tenía que ser… más —balbució Pedro.
¿Qué había hecho Germán? ¿Por qué había mandado tan poco?
—Esos chicos lo admiraban —siguió el entrenador—. Lo idolatraban. Usted hizo que sus sueños se hicieran realidad para luego estamparlos contra el suelo.
—Lo siento —insistió Pedro.
—Seguro… Seguro que no duerme por las noches. Usted representa todo lo que no quiero que sean esos niños.
—Quiero compensarlos —Pedro estaba aturdido—. ¿Puedo mandarlos a Disney World o algo así?
—Sería maravilloso. Como todo el mundo puede pagarse el billete de vuelta desde Florida… Limítese a hacer lo que sabe hacer: acostarse con mujeres. Aunque, al parecer, tampoco lo hace muy bien. Aquí nadie quiere saber nada de usted. No podemos permitirnos su caridad.

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