miércoles, 26 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 75

—Bernardo es muy bueno —dijo Lucia Guiseppe mientras vertía un cazo de salsa sobre la pasta de Dani—. Su padre puso el restaurante hace unos cincuenta años. Entonces éramos unos jóvenes soñadores y tontos.
La diminuta mujer vestida de negro miró la resplandeciente cocina del restaurante.
—Quizá no tan tontos —siguió ella mirando el plato de Dani—. ¡Come! ¡Come!
Dani tomó otro bocado de la magnífica pasta. La salsa era tan deliciosa que por un momento pensó en lamer el plato cuando hubiera terminado. Pero como todavía no había empezado la entrevista, decidió que lo mejor era no perder los modales.
Había llegado a las tres e inmediatamente la habían llevado a la cocina. Los cocineros estaban en plena faena y se gritaban e insultaban en italiano. Sin embargo, a tenor de sus expresiones y sus risotadas, podía entender lo que decían. Había cosas en las entrañas de los restaurantes que eran iguales en todas partes.
La había recibido Bernardo, el propietario de Bella Roma, pero lo habían llamado por teléfono y había dejado a Dani con su madre. Ésta le había ofrecido una comida increíble y Dani no tenía queja.
—He indagado —le comento Lucia—. Sé que eres una Alfonso, como los restaurantes. Tu abuela no es muy simpática.
Dani no supo qué replicar.
—Puede ser… exigente.
—¿Ahora se llama así? Bueno, no elegimos a la familia. ¡Qué se le va a hacer! Yo tengo cuatro hijos. Cuatro. Dios se portó bien con nosotros. De los cuatro, sólo Bernardo ha querido seguir con el negocio familiar. Con uno basta, ¿no? Ahora, mis nietos están creciendo. Uno quiere ser abogado, otro médico y Nicolás, peluquero —ella sacudió la cabeza—. Sin embargo, es de la familia y lo adoro. ¿El restaurante? A Alicia le encantaba trabajar aquí, pero se va a Nueva York para casarse. ¿Qué te parece? ¿Acaso no podemos celebrar una boda en Seattle? —Lucia suspiró—. ¡Qué se le va a hacer! ¿No estás casada?
—No. Lo estuve. Mi marido y yo… Él…
—Lo entiendo —intervino Lucia Guiseppe—. Algunos hombres son buenos y otros no tan buenos. Bernardo es bueno. Su mujer murió —hizo una pausa pensativa—. Eres demasiado joven para él. Es una pena.
Dani estuvo a punto de atragantarse. Bernie, como le había pedido él que lo llamara, tenía casi cincuenta años. El hombre en cuestión entró precipitadamente en la cocina.
—Perdona —se disculpó con Dani—. Mi hija va a casarse dentro de un mes. Tenemos que salvar una crisis cada cuatro horas. ¿Te ha torturado mucho mi madre?
—En absoluto —contestó Dani con la mirada en su plato—. Me ha dado de comer muy bien. Me encanta todo.
—¡Una chica que come! —exclamó Lucia—. Me gusta.
—Voy a ir con Dani al despacho, mamá —Bernie suspiró—. Vamos a hablar de trabajo. Querrás dejarnos solos un rato…
—Ya. Soy una vieja. ¿Qué sé yo de esas cosas? No me gustaría interferir en nada importante. ¿Acaso no levanté este sitio con tu padre? ¿No trabajé todas la horas del día mientras criaba cuatro hijos?
—No le hagas caso —le susurró Bernie mientras salían de la cocina—. Puede ponerse melodramática.
—Me encanta —replicó Dani sinceramente.
—Si no tienes cuidado, puede organizarte toda tu vida.
Dani pensó que ella no estaba haciéndolo muy bien y que quizá fuera buena idea que alguien lo intentara.
Se sentaron en el abarrotado despacho de Bernie. Éste miró el montón de papeles y cárpelas que tenía en la mesa.
—Tengo que ordenar todo esto —gruñó—. Nunca tengo tiempo. Por eso quiero contratar a alguien. Alicia, mi hija, se ocupaba de hacerlo, pero se ha ido a Nueva York para estar con su novio. Esperaba que le interesara a alguno de mis hijos o sobrinos, pero no. Les encanta comer aquí, claro, pero trabajar, no tanto.
Dani pensó que Bernie se parecía mucho a su madre y reprimió una sonrisa. Le impresionó que los dos pudieran trabajar juntos todos los días sin matarse.
—Nos llevamos muy bien —le explicó él—. Casi todos los empleados llevan años aquí. La mitad de los clientes son habituales. ¿Sabes lo que significa eso?
Dani captó que no era una mera conversación y que la entrevista había empezado.
—Los clientes habituales son una fuente de ingresos fija y quieres que estén contentos —contestó ella—. Tienen sus gustos. Algunos se resisten a los cambios. Esperan mucho. Quieren que se acuerden de ellos y que los traten de una manera especial porque están ofreciendo algo que no se puede comprar con dinero: fidelidad.
—Efectivamente —Bernie lo dijo complacido—. Durante un tiempo, casi todos nuestros clientes eran jubilados y padres de familia. Estaban envejeciendo. Entonces el vecindario empezó a cambiar. De repente, estamos en la onda. O de moda. Nunca sé como decirlo. No sé si hay diferencia.

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