domingo, 30 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 85

Por algún motivo, se supo que en la sala de espera había una fiesta y algunas enfermeras y celadores se pasaron por allí. Paula se fijó en que la familia de Pedro se ocupaba de su madre; hablaba con ella y la distraía. Se sentó al lado de él en el sofá y apoyó la cabeza en su hombro. Los minutos pasaban lentamente. Podía pensar en algo distinto durante algunos segundos, pero luego, su cabeza volvía al quirófano. ¿Cuántas horas quedarían hasta saber que todo había salido bien? ¿Cuánto quedaría hasta que Delfina  estuviera fuera de peligro?
El médico entró en la sala de espera. Era alto y todavía llevaba la bata, que estaba manchada. Paula se levantó de un salto. El arrebato de alegría dio paso al desconcierto. Era demasiado pronto. La operación podía durar todo el día. Entonces se dio cuenta. Ni siquiera tuvo que mirar a los ojos del médico para captar el desconsuelo. La habitación se disipó en una nebulosa. Sólo quedaron los latidos de su corazón y la expresión abatida del médico.
—Lo… siento —susurró con la voz entrecortada por el dolor y la impotencia—. Fue el corazón. Una complicación inesperada.
Siguió hablando, pero Paula dejó de escuchar. No hacía falta. Su hermana perfecta ya no estaba allí.
Paula no se acordaba de haber salido del hospital ni de haber ido a su casa, pero, súbitamente, se encontró allí. Pedro le rodeaba la cintura con un brazo. La llevó hasta el sofá y quiso que se sentara, pero ella se resistió. No podía pensar ni moverse. Casi no podía respirar. Era como si se hubiera quedado sin aliento vital. Sentía un dolor tan abrumador que ni siquiera tenía ganas de llorar. Era como si llorar fuera una reacción insignificante para lo que había pasado. Delfina estaba muerta. La frase le daba vueltas en la cabeza como la letra de una canción obsesiva. El dolor le brotaba de lo más profundo y supo que todo sería distinto. Delfina ya no estaba. Su hermana, graciosa, hermosa y perfecta no había sobrevivido a la operación que debería haberte salvado la vida.
—¿Quieres que te traiga algo? —le preguntó Pedro.
Ella negó con la cabeza. Le parecía imposible poder hablar. La puerta de la calle se abrió y Agustín y Matías entraron con Alejandra entre ellos. Su madre había envejecido un millón de años en una hora. Las arrugas habían convertido su cara en una máscara de dolor. Paula la abrazó con todas sus fuerzas.
—No puedo creérmelo —dijo su madre con un hilo de voz—. No me lo creo. No ha podido morir. No es posible.
Paula estaba de acuerdo, pero la verdad era innegable; era como una criatura sombría que la atenazaba por dentro. Estaba temblorosa y sabía que había que hacer mil cosas, pero no se le ocurría ninguna.
El resto de la familia de Pedro entró en la casa. Estaban en silencio y se quedaron sin entrar en la sala. Paula sabía que debía decirles algo: darles las gracias y permitirles que se fueran. Antes de que pudiera reaccionar, Pedro rodeó a su madre y a ella con los brazos.
—Nosotros nos ocuparemos de todo. Ustedes, se quedan juntas.
Paula asintió con la cabeza. Llevó a su madre al sofá y la anciana se derrumbó. Dani se acurrucó a sus pies y le tomó las manos.
—¿Quieres una taza de té o café?
—De té, gracias —contestó la madre de Paula.
—La traeré —Dani se levantó—. ¿Paula?
Paula sacudió la cabeza. Pedro la sentó junto a su madre. Las dos estaban muy pálidas y él nunca había visto esa expresión de desolación en los ojos de Paula.
—¿Conoces a algún médico? —preguntó él—. Alguien que pueda recetarles algo.
—¿Qué? No lo sé —Paula sacudió la cabeza y fue a levantarse—. No…
—Mi bolso —dijo su madre—. Ahí tengo el nombre del médico.
Pedro encontró el bolso y llamo al médico. En cuestión de minutos, Agustín había salido a recoger la receta y el medicamento. Sofía salió de la cocina y se acercó a Pedro.
—No hay comida. Tengo lo que hice para pasar el día en el hospital, pero no es suficiente. Le haré una lista a Matías y me quedaré para preparar algunas cosas.
Sofía  siempre había creído que la comida era la solución de todos los problemas. Era una de sus mejores virtudes.
—Gracias —le dijo él—. Vendrá muy bien.
—De acuerdo. Haré la lista y Matías puede hacer la compra y traerla. Luego, irá a recoger a Sol . Clara se la ha llevado a casa con Luz. Lo siento, Pedro. Por tí, por Paula y por su madre. Es espantoso.
Él asintió con la cabeza. No existían palabras para expresar lo que había sucedido. Le horrorizaba lo que estaba pasando Paula y lo que tendría que pasar. Esa perdida inesperada sería demoledora.
Dani descolgó el teléfono y lo llamó con la mano.
—He hablado con el hospital y me han dicho que necesitan el nombre de la funeraria. No en este momento, pero, seguramente, mañana. También he hablado con mi jefe. Me ha dado libre hoy y mañana, así que puedo quedarme para organizarlo todo.
Pedro se inclinó y la besó en la cabeza. Sofía era perfecta con la comida y Dani podía organizar un ejército entero. Entre las dos, todo iría sobre ruedas.
—Gracias —le dijo él.
—Quiero ayudar.
—Yo también.
Él quería facilitar las cosas, pero ¿cómo? Notó que le tocaban delicadamente el brazo y cuando se dio la vuelta, se encontró con Paula.
—Deberíamos llamar a algunas personas —le comentó ella—. Amigos y conocidos. También tenemos algunos familiares.
—Yo lo haré —se ofreció Dani—. Si me dices dónde puedo encontrar los nombres y los números de teléfono, los llamaré.
—Muy bien —Paula estaba pálida y parecía como si no supiera muy bien dónde estaba—. Habrá un entierro. Tiene que haberlo.
—Te ayudaremos con eso —intervino Pedro—. Podemos ocuparnos de esas cosas. No tienes que hacer nada.
A Paula le tembló el labio inferior. Pedro la abrazó y ella se derrumbó. La tomó en brazos y la llevó a su dormitorio. Por el rabillo del ojo vio que Dani se sentaba con la madre de Paula y le pasaba un brazo por los hombros.
—Se ha ido —susurró Paula—. No puedo creérmelo. Esto no era lo que tenía que pasar.
—Lo sé. Lo siento…
La dejó en la cama y se tumbó a su lado. Ella se acurrucó contra su costado y él la abrazó.
—Duele mucho —susurró ella con la voz temblorosa—. No quiero que esté muerta. Es espantoso y no puedo llorar.
—Ya llorarás. Tienes mucho tiempo para llorar.

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