domingo, 16 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 42

Delfina no estaba dando conversación, estaba indagando y avisándole. Normalmente, aquello hacía que quisiera salir corriendo, pero en ese caso, estaba deseando mantener esa conversación. ¿Por qué sería? Supuso que en parte era porque le gustaba Paula. Le gustaba hablar con ella, incordiarla y hasta besarla. El beso había estado bien. Mejor que bien. En otras circunstancias, habría seguido adelante. El deseo lo dominó. Hacía tiempo que no se acostaba con nadie y, dadas las circunstancias, pasaría bastante más. Después de aquel artículo, no le apetecía estar con nadie. Sabía lo que estaría pensado la mujer en cuestión. Sin embargo, Paula era distinta. Era… Se dió cuenta de que Delfina estaba mirándolo fijamente.
— Perdona —dijo él—. ¿Qué me habías preguntado?
—Nada.
—Es verdad. Ibas a advertirme que no me acercara a Paula.
—¿Porqué iba a hacer tal cosa? Soy la mayor. Paula lo pasó mal de pequeña. Yo era más lista, más guapa y más apreciada —hizo una pausa y arrugó la nariz—. Vaya, parezco una egocéntrica, pero es verdad. Mamá estaba borracha todo el tiempo y papá había desaparecido. Se largó cuando mi madre estaba embarazada de Paula. No teníamos dinero y todo era muy complicado. A eso, añádele que Paula se crió a mi sombra. No me extraña que no sepa si me quiere o me odia.
—Paula no te odia —Pedro la miró fijamente.
—Lo sé. Eso es lo maravilloso de ella. Si lo hiciera, nadie podría reprochárselo. Yo menos que nadie. Sin embargo, me propuso vivir con ella en cuanto se enteró de que estaba enferma. Cuando dudé, ella, personalmente, lo embaló todo y llamó a una empresa de mudanzas. Es mi bastón —agarró una cazuela—. Tiene que ser muy difícil para ella. Soy el motivo de que tuviera una infancia desdichada, me quiere más que nadie en el mundo y estoy muriéndome. ¿Cómo se puede conjugar todo eso?
Pedro  no sabía qué hacer con toda la información que le había echado encima, pero no dudó que fuera verdad.
—¿Cómo has llegado a esa conclusión? —preguntó él—. Paula no te lo ha dicho.
—Claro que no. No querría que yo cargara con el peso de sus conflictos. Pero observo y escucho. Es mucho más de lo que ella cree que puede ser.
—Lo sé.
—Me lo imaginaba —ella lo miró—. ¿Qué vas a hacer con ella?
—No tengo ni idea.
Paula no era su tipo. No era una mujer para pasar una noche ardiente y desaparecer, pero él no sabía hacer otra cosa. Lo que significaba que eludirla sería lo mejor para los dos. Sin embargo, se dio cuenta de que quería estar con ella. No sólo en la cama: fuera también.
—Ya lo sabrás —lo tranquilizó Delfina—. Pero intenta no hacerle daño, es más frágil de lo que parece.
Él pensó que Paula era una roca, pero quizá fuera algo más que puro sarcasmo y la fuente de energía de todo el mundo. Quizá tuviera aspectos que nadie veía.
—No sé qué va a pasar —reconoció él—. No se me dan bien este tipo de cosas.
—Entonces quizá sea el momento de aprender.

Pedro estaba sentado en su despacho del bar repasando facturas. Normalmente, dejaba que los tres directores adjuntos se ocuparan del papeleo, pero ese día, por algún motivo, quiso ser útil.
Ordenó los documentos según proveedores, fue al ordenador y comparó las facturas de ese mes con las de los tres meses anteriores. No sabía muy bien qué estaba buscando, pero le pareció una manera lógica de saber si alguien estaba robando o intentando ocultar comisiones. Oyó unos pasos en el pasillo.
—Yo estoy de su parte, digan lo que digan —dijo una mujer a su amiga mientras iban al cuarto de baño—. Es muy guapo. Además, no me importa lo que dijera esa periodista asquerosa, se portó de maravilla en la cama.
—A mí también me lo pareció. Podría haber durado un poco más, pero siempre podrían durar un poco más…
Se rieron y se hizo el silencio cuando la puerta se cerró detrás de ellas. Pedro volvió a centrarse en el ordenador, pero estaba desconcertado. No sabía quiénes eran esas mujeres ni cuándo se había acostado con ellas. Sólo supo que habían hecho un trío. Al menos no se quejaron…
Sin embargo, no era un gran consuelo. Apagó el ordenador. Ya nada le parecía bien, se dijo mientras se ponía la chaqueta y salía. Tenía que hacer algo ese día, algo que valiera la pena. Fingir que dirigía el bar y esconderse de Gloria no servía para nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario