viernes, 28 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 79

Entonces Dani recordó que no sabía gran cosa de su acompañante. Sabía que tenía una hermana, que era amable y que escuchaba muy bien. Se sintió dominada por el bochorno cuando notó que se sonrojaba.
—Soy un espanto —reconoció ella—. Soy despreciable y egocéntrica.
—¿De qué hablas?
—De mí. De mi comportamiento. ¿Cuántas veces hemos tomado café juntos? ¿Cuántas veces hemos hablado de mi vida, mis problemas, mi trabajo? Yo, yo, yo. Es horrible. ¿Cómo es posible que quisieras salir a cenar conmigo?
—Porque me caes bien.
Evidentemente, si no le cayera bien no se lo habría propuesto. Ella dejó a un lado la carta y se inclino hacia delante.
—Te pido perdón por haber sido tan ruin y te prometo que esta noche está dedicada a ti. Quiero saberlo todo. Puedes saltarte el nacimiento, es un poco desagradable como tema de conversación durante una cena, pero empieza por tu primer recuerdo después de nacer.
—No tienes que disculparte de nada —él sonrió—. Me gusta hablar de ti.
—A los hombres les gusta hablar de ellos mismos.
—Me siento más cómodo escuchando. Es una costumbre que tengo desde hace mucho tiempo.
Eso lo convertía casi en el novio perfecto. Era gracioso, inteligente y amable. Una persona recta de verdad.
—¿Por qué no estás casado? —preguntó ella—. Hemos llegado a la conclusión de que no eres homosexual.
—Pero estoy pensando en poner al día mi guardarropa —replicó él con una sonrisa.
—En serio, Marcos—rogó ella entre risas—. ¿Tienes algún secreto?
Dani lo preguntó con desenfado, pero se quedó cortada cuando él no se rió ni bromeó.
—No es un secreto, pero sí cierta información —contestó.
Ella comprendió que, fuera lo que fuese, no iba a gustarle nada y notó un nudo en el estómago.
—¿Estás casado? ¿Has matado a un hombre? ¿Te has cambiado de sexo? ¿Tienes una enfermedad contagiosa y me quedan tres semanas de vida?
—No —contestó él con expresión amable—. No es nada de eso.
Una mujer de unos cuarenta años se acercó a la mesa, se paró y lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Es usted el padre Halaran?
Dani se quedó petrificada. Su cabeza empezó a dar vueltas como un torbellino. ¿«Padre Halaran»?
—Hola, Wendy —él asintió con la cabeza—. Ahora soy Marcos. ¿Te acuerdas?
—¡Ah, claro! —Wendy miró a Dani y volvió a mirar a Marcos—. ¿Qué tal está? Hace mucho que no lo veía.
—Hace un par de años. Estoy bien.
—Me alegro. Me alegro de verlo, padre… Marcos.
La mujer se marchó y Dani parpadeó varias veces para ordenar las ideas.
—Ya… —dijo ella como si no hubiera pasado nada, cuando quería gritar—. Ha sido interesante.
—Fui sacerdote.
—Eso me ha parecido.
—Bueno… —Marcos sonrió—. Lo dejé hace dos años. Entonces empecé a dar clases. Vivía a unas manzanas de aquí y me gustaba este restaurante. Seguramente, debería haberte llevado a otro sitio.
¿Acaso creía él que ése era el mayor problema que tenían?
—No. Este sitio me encanta. De verdad.
—¿Te pasa algo? —preguntó él.
—No lo sé. Intento asimilar que fueras sacerdote.
—No eres católica —replicó él—. No debería importarte gran cosa.
—Eso crees, pero me importa —dijo ella aunque no sabía el motivo.
Un sacerdote. El celibato, la Iglesia… Un buen punto de partida para una conversación. ¿Habría estado con una mujer desde entonces? Si no, ¿querría estar con una? ¿Quería ella pasar por eso?
—Di algo —le pidió él—. ¿Qué estás pensando?
—No me extraña que escuches tan bien.
—¿Va a suponer esto un inconveniente? —él tomó la carta y volvió a dejarla—. Quería decírtelo, Dani, pero no encontraba el momento adecuado. Tampoco voy a presentarme como «Marcos, el ex sacerdote».
—Eso habría sido un poco aterrador —Dani sonrió.
Ella lo miró y se fijó en la amabilidad de sus ojos y en esa sonrisa que ya le era tan conocida. Él le agradaba. Confiaba en él. Era un hombre bueno.
—Dejarlo también fue alegrador. Había tenido una sola cita antes de meterme cura. Nunca había tenido un empleo, no había vivido solo… Todavía estoy adaptándome, pero me gusta. Me encuentro donde quiero estar. ¿Satisfecha?
Dani abrió la boca para decirle que sí, pero volvió a cerrarla. Todavía notaba el nudo en el estómago.
—Tengo la desagradable sensación de que Dios está mandándome un mensaje importante. Está diciéndome que en estos momentos no debería estar con nadie —le explicó ella—. Por una vez, voy a hacerle caso. Lo siento, Marcos.
Dani agarró el bolso y se levantó. Él también se levantó, pero no intentó detenerla. La decepción empañaba sus ojos claros.
—Quizá, si te dieras un poco de tiempo, podrías acostumbrarte a la idea… —empezó a decir él.
—No lo creo. Me gustaría que siguiésemos siendo amigos, pero entendería que tú no quisieras. Si esperabas más…
—Lo esperaba —reconoció él.
Ella se sintió dominada por el remordimiento. No quería hacerle daño, pero tampoco podía pasar por alto cómo se sentía.
—Lo siento —se disculpó Dani antes de marcharse precipitadamente.

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