lunes, 17 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 49

Matías, Sofía y la niña se marcharon cuando llego Sandy para hacer su turno. Sandy ayudó a Paula  a recoger los restos.
—Llévate lo que quieras —le ofreció Paula—. No creo que Gloria quiera repetir y a Pedro no le conviene.
—No sé… —Sandy sonrió—. A mí me parece que está muy bien.
—Me refería más a su corazón que a poder meterse los vaqueros —replicó Paula—. ¿No estás prometida?
—Estoy enamorada, pero no muerta. Es un hombre guapo. ¿Tienes tú algún motivo para no llevarte tu parte? Sé que está interesado.
A Paula se le paró el pulso.
—¿Cómo dices? —preguntó con un susurro y casi sin poder respirar—. A mí no me lo parece.
—Podría equivocarme —Sandy se encogió de hombros—, pero no lo creo. Te mira… como si le importaras. Eres importante para él.
—¿Para Pedro…?
A Paula le fastidió desear tanto que eso fuera verdad y volvió a sentirse penosa.
—Tengo cerebro —añadió Paula.
—Pedro se queda con lo fácil porque puede —le explicó Sandy—, pero ninguna de nosotras significamos nada para él. Tiene algo que me hace pensar que lo ha pasado mal, no sé qué.
Sandy era asombrosamente perspicaz, se dijo Paula. Había captado lo que ella no se había imaginado. Al acordarse de la historia de amor y rechazo que le había contado, Paula quiso ir a buscarlo para pedirle perdón por haber pensado que era tan superficial que no tenía sentimientos. También quiso preguntarle por el resto de la historia. Tenía que haber algo más.
—Haz lo que quieras —siguió Sandy—. Lo harás en cualquier caso, pero no descartes a Pedro todavía. Creo que le gustas mucho.
Paula no supo que decir y notó que se sonrojaba, algo que no soportaba. Sandy era una persona generosa que no sería cruel intencionadamente. Si lo decía, era porque creía sinceramente que a Pedro le interesaba ella: algo que, sin embargo, hacía que dudara de su inteligencia.
Aun así, lo peor era la extraña mezcla de resignación y esperanza que le había transmitido Sandy con su fe. Quería que Pedro sintiera algo por ella, pero, por mucho que lo quisiera, era tan improbable como imposible de imaginárselo. Era como si volviera a tener dieciséis años, pero con un conocimiento de sí misma que la abrumaba.
—Tengo que irme. Hasta mañana —se despidió Paula.
Recogió el bolso y la chaqueta y fue hacia la puerta. Sin embargo, cuando pasó junto a las escaleras, giró y las subió. Durante los dos primeros días había explorado la casa, pero una vez que se hizo una idea, no había vuelto a darse una vuelta. Desde que Pedro se instaló allí, el piso de arriba era terreno vedado. Aun así, sabía qué habitaciones se había quedado. Al fondo de la casa había un dormitorio con sala, cuarto de baño y una terraza con vistas magníficas de la ciudad.
Se acercó a la puerta entreabierta y llamó con los nudillos. Desde el pasillo no veía nada, pero Pedro apareció enseguida. Había pasado casi toda la tarde con él y volver a verlo no debería impresionarla, pero la sangre le bulló.
—Hola —la saludó él con una sonrisa que casi la derritió—. Creía que te habías ido a casa.
¿Qué tenía ese hombre? ¿Por qué precisamente él? ¿Por qué en ese momento? Era guapo, evidentemente, pero a ella nunca le habían importado las apariencias. ¿Qué pasaba entonces? ¿Qué mezcla de deseo y atracción impedía que pudiera deshacerse de él?
Pedro  se apartó de la puerta y ella entró. Los muebles era elegantes, pero cómodos. Como todo en casa de Gloria, era perfecto. Pedro llevaba vaqueros y una camiseta y no llevaba botas, sólo los calcetines. Era considerablemente más alto que ella, lo que hacía que se sintiera femenina e incapaz de mantener una conversación racional. Había una botella de cerveza en la mesita.
—¿Quieres una? —preguntó él.
Ella sacudió la cabeza, pero cambió de idea.
—Sí, gracias.
Sacó una cerveza de una nevera disimulada, la abrió y se la dio. Ella la tomó, dejó el bolso y se sentó en el borde del sofá. Él se sentó en el extremo opuesto con aire interesado.
—Lamento lo de antes —dijo ella—. Siento lo que dije y lo que hablamos.
—¿Puedes ser un poco más concreta? —Pedro frunció el ceño—. No recuerdo a qué momento te refieres.
—Yo te regañé por las mujeres y tú me hablaste de Jenny. No sabía que te había pasado algo así. No debería haberte juzgado.
Él dio un sorbo de cerveza.
—Te gusta juzgarme. Hace que te sientas superior.
Ella se sonrojó por el remordimiento y el bochorno.
—Eso no es verdad —replicó, aunque sabía que era mentira y le gustaba.
—Vamos, Paula. Crees que soy un inútil completo.
—No inútil. Vago.
—Vaya…
—No haces nada porque no lo necesitas. Como con Jenny. ¿Renunciaste al amor porque te rechazó o te vino muy bien para no volver a enamorarte?
—Vaya, vaya. No te gusto mucho, ¿eh?
Ella notó un destello de emoción en los ojos de Pedro. ¿Le había hecho daño? Sabía que se le podía hacer daño, pero no se había imaginado que pudiera hacerlo ella.
—Si me gustas —replicó ella impulsivamente—. Mucho.
—¿De verdad?
—Quiero decir que eres un tipo estupendo —Paula se había ruborizado—. Pero le gusta disimular tus virtudes.
Pedro arqueó las cejas y ella se ruborizó más.
—Mis virtudes. Interesante. ¿Como cuáles?
Estaba pinchándola. Le gustaría pensar que estaba coqueteando con ella, pero no estaba segura.
—Eres listo y te preocupas por la gente. Tienes corazón y captas las cosas. Sin embargo, lo disimulas todo con una fachada de ser superficial e inútil.
—Jugar al béisbol no era ser inútil.
—No me refería a tu trabajo. Hablaba de tu actitud. Actúas como si no tuvieras la culpa de nada. Como acostarte con las enfermeras. Quieres que crea que pasó sin querer, pero no es así. Tú hiciste que pasara —Paula se sintió más relajada—. No te haces responsable de tus relaciones. Ahora sé más o menos por qué.
—Veo que sigues en tu salsa al criticarme.
—No quiero decir lo que dije de mala manera.
—Claro que no —Pedro la miró—. Estás enfadada porque no intenté acostarme contigo.
Fue como si su peor pesadilla se hubiera hecho realidad. Se sintió humillada por tercera vez en unos minutos, pero ésa vez fue infinitamente peor que las otras. No pudo hablar ni respirar, sólo pudo prepararse para oír cómo le decía lo insulsa que le parecía. Lo diría con delicadeza, claro. Diría algo cortés, pero el mensaje sería el mismo.
—No lo pediste —Pedro  la miro directamente a los ojos—. Te ocupaste de dejarme muy claro que te parecía un ser rastrero, lo cual habría podido soportar. Pero ¿no pedirlo? —se encogió de hombros—. Ése es el motivo.
Ella le daba vueltas a la cabeza a toda velocidad.
—¿Te acostaste con Sandy y Kristie porque te lo pidieron?
Él asintió con la cabeza. Ella abrió la boca y volvió a cerrarla. Tenía que haber algo más.
—¿Quieres decir que sólo te acuestas con las mujeres que se ofrecen?
—En gran medida. Si se abalanzan sobre mí o se presentan desnudas en mi habitación, soy suyo.
Ella no podía creérselo.
—¿Quieres una relación en la que sólo tienes que estar allí?
—No es una relación —replicó él—. Es sexo, pero sí.
—¿Las mujeres lo hacen? ¿Van y se ofrecen?
—Con frecuencia.
—¿No tienes otro requisito?
—Nada de maridos ni novios formales —Pedro sonrió—. No quiero que me aticen.
—Entonces, si pudieras persuadir al marido, ¿las casadas te parecerían bien?
Él negó con la cabeza.
—Era una broma, Paula.
—No estoy muy segura. No puedo creerme que sea tu único límite. ¿Ni la edad ni el aspecto?
—Me gustan las mujeres; todas las mujeres. Siempre me han gustado.
—No eres tan libidinoso. Tienes sentimientos. Tienes que querer algo más.
—¿Por qué? ¿Porque tú lo hagas?
No estaba dispuesta a hablar de ella.
—Porque eres una persona, no una máquina sexual.
—Me gusta la idea de ser una máquina sexual —Pedro sonrió.
—Pedro, estoy hablando en serio.
—¿Por qué? ¿Qué buscas? Quieres descifrar esto, pero ya sabes las respuestas. No lo compliques más. Las mujeres se ofrecen y acepto. Nada más.
Ella quiso acusarlo de mentiroso, pero tuvo la sensación de que estaba diciendo la verdad.
—Me ofende que haya mujeres tan estúpidas que van ofreciéndose.
—¿Por qué? Consiguen lo que quieren.
Ella tuvo la sensación de que era verdad.
—¿Y tú? ¿Consigues lo que quieres? No me creo que no pidas más de tí mismo. Según tú, si yo te dijera: «Hola, grandullón, ¿quieres un poco de marcha?», ¿te acostarías conmigo ahora mismo?
Ella no había pensado la pregunta, estaba hablando por hablar, pero lo había dicho y nunca había estado tan espantada. Pedro la miraba como no la había mirado nunca. Ella captó toda su virilidad y cómo lo anhelaba. Había manifestado su deseo y al hacerlo se había expuesto al mayor de sus temores. Iba a rechazarla. Él la apreciaba lo suficiente para hacerlo con delicadeza, pero el resultado sería el mismo, la dejaría destrozada.

2 comentarios:

  1. Wowwwwww, Paulita se anima a decirle de todo jaja. Muy buenos los 5 caps.

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  2. Muy buenos capítulos! cada vez me cierra más la forma de ser de Pedro! jajaja

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