lunes, 24 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 69

—Ya tienes un plan.
—Crees que debo enfrentarme al dragón —replicó ella mirándolo fijamente.
—Nuestros miedos se hacen mayores sin no los afrontamos a la luz del día.
—Eso lo dice el profesor de teología.
—Es posible, pero también el hombre que hay en mí.
—Nunca hablamos de tu vida. Se te da muy bien hacer preguntas.
—Me interesa mucho más tu vida —reconoció él—. Mis días son muy parecidos.
—Y mi vida es como una serie de televisión. Me encanta saber que por lo menos puedo entretener a mis amigos.
—Te lo agradecemos —Marcos se inclinó hacia ella—. ¿Te gustaría salir a cenar conmigo alguna vez?
La había invitado a salir. Ella ya se había preguntado si lo haría alguna vez y qué sentiría. Él lo había hecho y no sintió pánico ni la necesidad de evitar que las cosas pasaran a otro nivel. Marcos era un tipo estupendo. Le gustaba. Era amable y sincero. Además, que no hubiera atracción física podía ser positivo. Últimamente, ya se había abrasado bastante con la pasión.
—Me encantaría salir a cenar contigo —respondió ella.


Pedro estaba encantado de la vida. El día era soleado y hacía cierto calor, había decidido qué hacer con su vida y esa noche había seducido a Paula hasta el paroxismo. No había aceptado lo que le habían ofrecido, no se había conformado con lo más fácil. Había planeado la velada, la había derretido y había conseguido que gritara. Le gustaba pensar que podía conseguir eso de ella. También le gustaba que no hubiera fingido. Podía interpretar el cuerpo de Paula como el suyo propio y sabía cómo complacerla. Se sentía bien con ella. Deseaba cosas en las que no había pensado desde hacía mucho tiempo. Eso debería haberlo aterrado, pero, en cambio, se encontró pensando en el futuro; planteándose qué pasaría si…
¿Qué pasaría si no se separaba de Paula? ¿Qué pasaría si las cosas evolucionaban entre ellos? ¿Qué pasaría si ella se enamoraba de él? Sabía que él le gustaba, que no era solo que se hubiera encaprichado, como reconocía ella, sino que le gustaba de verdad. Si no, no se habría acostado con él. Le gustaría pensar que su transformación física se debía a él, pero sabía que no tenía nada que ver. Lo utilizaba como excusa, pero en realidad, ella quería cambiar desde hacía mucho tiempo. Paula ya no se sentía cómoda ocultándose.
Sin embargo, ¿podía enamorarse de él? ¿Estaba dispuesta a correr ese riesgo definitivo? Sabía que, superficialmente, era una buena conquista. Era atractivo y rico. Sin embargo, ¿qué podía decir de su interior? Nunca se había comprometido con una mujer. Solo lo intentó una vez. Como señaló Paula, luego se aprovechó de ese momento para no intentarlo otra vez. Eso no era suficiente para Paula. Ella tenía principios elevados y no sabía si estaría a su altura. Se sirvió café y siguió con el montón de cartas que tenía en la mesa. Eligió las que le preocupaban más. Tenía que ser capaz de hacer algo por aquellos niños.
Se fijó en una de las cartas. Era de un niño al que se le había muerto su hermano gemelo. Sus hermanos Matías y Agustín, junto con Dani, significaban todo para él. Si les pasara algo…
Descolgó el teléfono y llamó al número que aparecía en la carta.
—¿La señora Baker? —preguntó al oír una voz de mujer.
—Sí.
—Buenos días. Soy Pedro Alfonso. Era jugador de béisbol.
—¿De verdad? Sé quién es. Mi hijo es muy aficionado al béisbol. Es su mundo. Sobre todo desde… bueno, hace poco. Le fastidió mucho que se retirara. Estuvo hablando de eso durante días enteros.
Si el niño supiera cómo había tirado la carrera por la borda, no pensaría tanto en él.
—Señora Baker, su hijo me escribió y me contó la pérdida que han sufrido recientemente. Lo lamento mucho.
—Gracias, ha sido muy difícil —consiguió decir ella después de un silencio.
—Puedo imaginármelo. Estaba pensando qué podría hacer por Justin. Cómo distraerlo un poco. Tengo algunos amigos en el Seattle Mariners y he hablado con el director general. ¿Les gustaría, a usted y Justin, pasar un fin de semana largo con el equipo durante la preparación de primavera? Les llevarían en avión, en primera clase, y los alojarían en un buen hotel. Tendría a su disposición un coche con conductor y dinero para las comidas. El hotel tiene spa. Tendría acceso gratis a todos los servicios. Yo me ocuparía de que hubiera alguien que cuidara de Justin mientras usted se relaja.
—No sé qué decir —reconoció ella casi sin poder hablar—. ¿Por qué iba usted a hacer algo así?
—Porque puedo. Justin y usted lo han pasado muy mal.
—Es usted increíblemente generoso —dijo ella en voz baja—. No sé qué pensar.
—Me encantaría que me permitiera hacerlo. Si quiere un poco de tiempo para pensárselo, le daré mi número de teléfono. Puede llamarme cuando quiera.

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