viernes, 7 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 13

—¿Leíste esto ayer?
—No leo el periódico.
—Deberías hacerlo. Las mujeres tienen que saber qué pasa en el mundo. Pero no se trata de eso. Pedro ha venido a vivir aquí de manera provisional. Evidentemente, está aprovechándose de mi debilidad. Podría pensarse que ya es mayor para resolver sus embrollos, pero, al parecer, no es así. Ha arrastrado el apellido de la familia por el lodo. Es una decepción y un motivo de bochorno.
Paula  miró el titular y parpadeó.
—«¿Bueno en la cama? No tanto». Es un varapalo.
—Al parecer, no complació a la periodista y ella ha decidido contárselo al mundo. Es repugnante y ella es una furcia, pero Dios nos libre de decir algo así —dio un golpecito en el periódico—. Léelo y aprende. A mi nieto se le dan bien las mujeres. No seas una de esas necias que se enamoran de él y se quedan con el corazón hecho añicos. No tengo paciencia con las necias.
—¿Estás previniéndome? —preguntó Paula  con una sonrisa—. Te preocupo…
—Lárgate.
Por una vez, Paula obedeció. Fundamentalmente, porque quería leer el artículo.
Se sentó a la mesa de la cocina y extendió el periódico. Leyó los dos primeros párrafos e hizo una mueca de disgusto. A cualquier hombre le dolería que dudaran de sus virtudes en la cama, sobre todo en publico y por escrito. Casi sintió lástima por Pedro. Si bien no conocía su destreza sexual, algo debía haber aprendido con tanta experiencia, ¿no?
El objeto de sus conjeturas entró en la cocina con aspecto agotado. Sólo se había puesto unos vaqueros y estaba despeinado y sin afeitar. Estaba mucho más que impresionante.
Paula  lo observó mientras cruzaba la cocina y se servía una taza de café. Sus músculos se contraían y extendían con cada movimiento. Parecía cálido y sexy a la vez, y ella notó un leve estremecimiento en las entrañas. Él levantó la cabeza y la vio.
—Buenos días —farfulló antes de marcharse.
Ella no existía para él. Nunca había existido y nunca existiría. Sentirse atraída por Pedro la convertía en una necia de tal calibre que nunca dejaría de serlo. Era una vergüenza para todas la mujeres inteligentes. Peor aún, no podía hacer absolutamente nada al respecto.
Paula entró en el camino de su casa poco después de las cinco. Su barrio era muy distinto del de Gloria con sus mansiones, pero le daba igual. Le encantaba su casa. Tenía dos dormitorios y dos baños, justo lo que necesitaba. Le encantaban los detalles artesanales y las molduras. Le encantaba haber pintado ella misma todas las paredes. Le encantaban los colores, el jardín, el porche y el aspecto sólido de la casa, que le transmitía seguridad. Entró y notó que olía a ajo.
—Estás cocinando —dijo a modo de saludo—. No deberías.
Delfina  salió de la cocina y sonrió.
—Creo que en el contrato que firmé no dice nada al respecto, pero tengo que comprobarlo. Además, estoy pasando un día estupendo y me apetece cocinar.
Paula  miró la cara de su hermana para buscar algún indicio de cansancio o palidez. Delfina, muy al contrario, mostraba la belleza serena que había tenido siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario