lunes, 24 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 67

La verdad era que ella nunca había esperado que lo fuera, pero lo era y eso lo hacía más irresistible todavía. Notó que el corazón se le resquebrajaba un poco. Como si se hubiera abierto para Pedro, como si ya pudiera dejarlo entrar. La idea de que le gustara más era aterradora, pero ¿cómo podía evitarlo? Él era mejor de lo que ella se había imaginado.
—Será mejor que vayas a dar de comer a mi abuela —Pedro la besó ligeramente—. Está en los huesos y necesita comer.
—Tienes razón.
Él, sin embargo, no la soltó y siguió abrazándola.
—¿Qué vas a hacer después del trabajo?
—No lo sé. ¿Se te ocurre algo? —preguntó ella con cierta ansiedad.
—En mi habitación —Pedro miró hacia el techo—. A las cuatro. Seré el tipo guapo que te espera.
Ella sería la mujer estremecida, pero prefirió no decírselo.
—Parece divertido —susurró Paula mientras se separaba.
—Falta mucho —comentó él mirando el reloj de pared.
—Cuatro horas…
—¿Sigues llevando el tanga?
Él lo preguntó con una voz profunda que hizo que ella notara una sacudida entre los muslos.
—Mmm…
—Pide a mi abuela que te deje escaparte un poco antes.
Paula, emocionada y nerviosa, subió las escaleras. Estaba segura de saber lo que Pedro tenía pensado; la idea general, no los detalles. Si bien estaba excitada por la idea de volver a estar con él, también se preguntaba qué tendría de distinto. La vez anterior, la situación la había arrastrado completamente. Esa vez, sabía lo que la esperaba y, además, tenía que pugnar con unos sentimientos que cada vez eran más intensos. Hacer el amor en ese momento conseguiría que quisiera unirse a él con más fuerza. ¿Quería atarse más? ¿Tenía alguna alternativa?
Llegó a la habitación de Pedro antes de decidirse. La puerta estaba entreabierta y entró. Se encontró con una música suave y seductora, velas encendidas por todos lados y el hombre de sus sueños que se acercaba a ella. Cuando la abrazó y la besó, supo que la respuesta a su pregunta era negativa; no tenía la fuerza de voluntad para alejarse de él. Iría hasta el final. Si le hacía daño, apechugaría con el sufrimiento.
—Creí que no ibas a llegar nunca —musitó él mientras la besaba en el cuello.
Ella llevaba una camisa de manga larga y él le desabotonó los dos primeros botones, le abrió la camisa y le besó el hombro.
—Tengo vino de chocolate y frambuesas bañadas en chocolate —susurró él—. ¿Estás preparada para la seducción?
—¿Vino «de chocolate»?
—Te encantará —aseguró él—. Créeme.
Ella se dejó abrazar y empezaron a dejarse llevar por la música, una música voluptuosa con el ritmo marcado por el deseo. Pedro la sujetaba con una mano en el final de la espalda y la otra hundida en su pelo. La besó con una boca ardiente y ávida. Ella separó los labios. Pedro introdujo la lengua con un movimiento excitante. Tenía el cuerpo duro y su excitación era palpable. El contacto de su erección en el vientre hizo que el anhelo se adueñara de ella.
Pedro la deseaba a ella; a ella… Lo imposible se debatió con lo real y lo real ganó. Lo abrazó con más fuerza y se abandonó. Lo besó con toda su alma, correspondió a cada una de sus caricias, cerró los labios alrededor de su lengua y succionó. Él se quedo rígido con la erección palpitante, mordisqueó su labio inferior y se separó un poco.
—¿Qué te parece un poco de vino de chocolate? —preguntó.
—No hace falta —Paula abrió los ojos.
—Pero tengo pensada toda la seducción. Sobre todo, la parte del chocolate.
Era un detalle. Evidentemente, él se había tomado muchas molestias y ella agradeció el gesto.
—De verdad, más tarde aceptaré el vino de chocolate, pero no en este momento.
Se apartó un poco y se quito los zapatos con los pies. También se quitó los calcetines y los vaqueros y los tiró al sofá. Lo agarró de las manos y las puso en su trasero… casi desnudo con el tanga que llevaba. Él contuvo el aliento, tomó las curvas entre las manos, agarró la cinta de seda y la bajó por las piernas. Ella también se lo quitó. Pedro la acarició entre los muslos con esa destreza que la dejaba sin respiración. Empezó a trazar círculos sobre la esencia de su deseo casi sin tocarla. Lo hizo una y otra vez hasta que ella estuvo a punto de suplicarle. Estaba con las piernas separadas y las manos en sus hombros para mantener el equilibrio, aunque también quería que todo su mundo se volviera del revés. Cuando iba a agarrarle la mano para llevarla a donde ella la necesitaba, él introdujo un dedo y apoyó el pulgar en el punto exacto. Los músculos se le pusieron en tensión y se le aceleró la respiración. Pedro sabía muy bien cómo excitarla. Era como si tuviera acceso directo a su cerebro y pudiera sentir lo que sentía ella.

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