viernes, 14 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 36

A la mañana siguiente, Pedro fue a buscar a Paula. Esa noche, en un momento de insomnio, se dió cuenta de algo molesto. Paula estaba dolida porque no se había acostado con ella. Se había acostado con las otras dos enfermeras, pero no con ella. Quería decirle que no se lo tomara como algo personal, pero era una mujer y, naturalmente, lo tomaría así. ¿Cómo podía explicarle que no se había acostado con ella porque no la consideraba ése tipo de mujer? Estaba deseando tener esa conversación.
Intentó convencerse de que tenía que olvidarse de las otras enfermeras y de lo dolida que ella pudiera sentirse, pero no pudo. Bastante tenía con que todo el mundo pensara que era un majadero; no quería que Paula también lo creyera. Aunque seguramente sería demasiado tarde para que cambiara de idea.
La encontró en la cocina. Estaba metiendo la taza del desayuno de Gloria en el lavaplatos. Ella entrecerró los ojos al verlo entrar, pero no dijo nada. Él se dio cuenta de que no llevaba la bata. Llevaba vaqueros y un jersey. La ropa, más ceñida, resaltaba unas curvas que no había captado antes. Muy interesante...
—¿Qué quieres? —preguntó ella mientras se colocaba bien las gafas.
—Conocer a tu hermana.
No fue lo que tenía pensado haber dicho y tampoco supo por qué lo había dicho.
—No —replicó ella rotundamente.
—¿Por qué? Dijiste que está muriéndose. A lo mejor le apetece un poco de compañía. Soy una buena compañía.
—No lo eres y la respuesta sigue siendo, no. Delfina no es un espectáculo al que puedes ir para ocupar el día. Vete a molestar a otra.
Su actitud estaba empezando a sacarlo de sus casillas. ¿Qué le había hecho?
—Sólo intento ayudar —se justificó él—. Puedo consolar a los enfermos.
—No sexualmente, por lo que se comenta.
Él dió dos zancadas, la agarró del brazo y tuvo que contenerse para no zarandearla.
—No tuve la culpa —bramó Pedro—. Era mi primer año apartado del deporte. Mi equipo estaba en la final. Perdieron. Estaba borracho. ¿Te parece mal que estuviera más interesado en ahogar mis penas que en satisfacer a una mujer? Tuve una mala noche. Todo el mundo puede tener una mala noche menos yo, ¿verdad? Soy bueno en la cama, mejor que bueno. Me han clavado la uñas y las mujeres gritan casi siempre.
—Estoy bostezando —ella ni parpadeó—. Eso es lo que me interesa esta conversación.
Pedro soltó una maldición, la agarró y la besó. No lo había planeado, pero estaba a punto de estallar y no se le ocurrió otra forma de liberar la tensión. Dejó que su impotencia, su furia y vanidad herida se derramaran con el beso. Hundió la mano libre en el pelo de ella y se sorprendió al encontrarse con que esos rizos ondulados eran muy sedosos. La estrechó un poco más contra él para besarla mejor porque empezaba a gustarle.
Paula se quedó sin saber qué hacer con los brazos, las manos o el cuerpo. Se sentía ridícula, pero lo único que sabía era que quería que ese beso no terminara jamás. El beso le exigía algo y ella se dio cuenta que quería dárselo. Sin embargo, aunque él perseveraba, sus labios no era demasiado abrumadores. Sólo eran lo suficientemente cálidos y prometedores para que ella quisiera dejarse llevar. Le gustó cómo olía y que tuviera la estatura idónea. Le gustó el contacto de su mano en el pelo y el roce provocador de su lengua sobre el labio inferior.
Si hubiera tenido voluntad o acceso a su cerebro, se habría retirado. Era lo sensato, lo único juicioso. Sin embargo, no tenía nada de eso y no pudo evitar ponerle una mano en el hombro y separar los labios. Él le mordisqueó el labio. Eso la sorprendió y tomó aire; él dejó escapar un risita y entró con una voracidad que la dejó otra vez sin aliento.
Besaba como un hombre que adoraba a las mujeres. Besaba como un hombre que entendía que a veces un beso no era sólo un peldaño que llevaba a otra cosa; que podía ser, si se hacía bien, un fin en sí mismo. Besaba a conciencia y consiguió que ella se sintiera como si hubiera pasado toda su vida esperando ese momento.
Sintió que se abrasaba por dentro, se sintió incómoda con la ropa y dentro de su piel. Quería que la acariciara por todo el cuerpo y quería acariciarlo. Quería percibir el contacto de su cuerpo perfecto, desnudo y en tensión. Lo quería dentro de ella.
La imagen fue demasiado real y se estremeció sólo de pensarlo. Él profundizó el beso y ella correspondió a cada movimiento: entró en su boca para conocerla y excitarlo.
Entonces, tan súbitamente como había comenzado, el beso terminó.
—Estás temblando —Pedro retrocedió.
Ella notó los estremecimientos por todo el cuerpo. Efectivamente, estaba temblando.
—Una bajada de azúcar —explicó como si quisiera justificarse—. No he tomado bastantes proteínas en el desayuno.
Pedro la miró fijamente un buen rato y empezó a sonreír. Fue una sonrisa lenta, de satisfacción masculina. Una sonrisa que expresaba su capacidad para que una mujer cayera rendida por un beso. Seguía sonriendo cuando salió de la cocina y Paula se quedó mirándolo sin saber qué la desquiciaba más, si que la hubiera alterado tanto para luego abandonarla o que ella hubiera correspondido.
Dos días después, Pedro abrió la puerta a  Agustín y Clara. La expresión de Agustin era inescrutable, como siempre, pero Clara parecía atónita.

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