domingo, 23 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 65

—Es una buena idea.
—Podrías encontrar a otro.
Ella lo miró fijamente sin saber qué decir. ¿Quería seguir? No porque él se lo hubiera pedido ni porque Delfina dijera que era una buena idea, ¿quería seguir por ella misma?
—Yo no he salido corriendo —siguió él—. ¿Crees que a mí no me aterra?
—Tú estás atrapado aquí.
—Te equivocas —Pedro le acarició la cara—. Podría estar en miles de sitios, pero estoy aquí. Contigo.
A ella le gustó. Siempre había evitado hacer esfuerzos. Quizá fuera el momento de cambiar.
—Me quedaré —susurró ella.
—Me alegro.

La doctora Grayson era muy simpática y escuchó la triste historia de Paula sobre por qué no podía llevar lentillas.
—¿Hace cuánto que lo intentaste? —preguntó la doctora—. Las nuevas lentillas blandas son de agua en gran medida y la mayoría de los pacientes ni las notan.
—Fue hace cinco años —contestó Paula—. Quizá algo más.
—¿Quieres probar un par ahora?
Paula no quería, pero la transformación le parecía incompleta. Además el último encuentro con Pedro la había animado a pasar al siguiente nivel o, al menos, a planteárselo.
La doctora Grayson sacó un estuche de lentillas.
—Eres la candidata perfecta para el láser —comentó—. Te lo digo por si te interesa.
Paula  estaba absorta mirando a la doctora, que echaba un líquido a lo que parecía ser un inocente trozo de plástico flexible.
—No me apasiona la idea —replicó Paula casi con un susurro.
Tragó saliva e intento relajarse mientras la lentilla se acercaba cada vez más a su ojo. Cuando estuvo a punto de tocarla, lo cerró. La doctora se rió.
—Da mejores resultados con el ojo abierto. ¿Quieres ponértela tú misma?
—Ni por dinero.
—Muy bien. Toma aire. Allá vamos.
La lentilla se deslizó dentro del ojo. En ese instante, Paula pudo ver mejor por ese ojo, algo maravilloso. Quizá no fuera tan horrible. Quizá se hubiera excedido con el asunto de las lentillas. Parpadeó. Era como si tuviera una piedrecilla dentro del ojo. Notó un dolor muy intenso en lo más profundo de la cabeza y empezó a llorar.
—Sácamela, sácamela —repitió implorantemente.
—Muy bien. Mira hacia arriba y mantén el ojo abierto.
La doctora la sacó y le dió un pañuelo de papel.
—Es posible que no puedas llevar lentillas.
—Es posible.
—Hay muchos estilos de gafas preciosos.
Paula parpadeó varias veces para enjugarse las lágrimas y miró sus gafas. Quizá fuera el momento de reconocer la derrota.
Cinco minutos más tarde, entró en la sala de espera y Delfina se levantó.
—No llevas lentillas.
—No soy la persona idónea.
—Muy bien. Y ahora, ¿qué?
Paula sacó un impreso con una cita del bolsillo trasero e intentó mantener la calma.
—Ahora voy a achicharrarme las córneas con un maldito láser.

En el mundo del béisbol era sabido que el pitcher recibía bastantes pelotazos. Pedro se había llevado su ración y recordaba cuánto le habían dolido. Los que lo alcanzaron en el abdomen lo habían dejado sin respiración. En ese momento, se sentía igual. Se preguntaba si alguna vez recuperaría la respiración. Había hecho lo que tenía que hacer, pero caray…
Entró en la cocina y vio a Paula  preparando la comida de Gloria. Ella se dio la vuelta, sonrió, dejó el cuchillo y se acerco a él precipitadamente.
—¿Qué pasa? ¿Te pasa algo? ¿Estás enfermo?
—Estoy bien.
—Tienes un aspecto horrible —Paula le puso la mano en la frente—. No tienes fiebre, pero estás un poco pálido.
—Estoy bien. Sólo intento asimilar que he dado ciento veinticinco millones de dólares.
—¿Qué…? —preguntó ella con los ojos como platos.
—He constituido una fundación para ayudar a los niños que hacen deporte. Les daremos material, haremos campos, los mandaremos a campamentos, ése tipo de cosas. Por el momento estamos precisando eso, los detalles.
—Impresionante —Paula le tocó el brazo—. Es mucho dinero.
—Estoy dándome cuenta.
—¿Ahora eres pobre? —Paula sonrió—. ¿Vas a tener que buscarte un empleo?
—Intento hacer lo que me parece correcto, pero no estoy loco. Me queda dinero. Además, ya tengo empleo. He dejado el bar y trabajaré en la fundación.
—¿Vas a dirigirla?
—No. Voy a contratar a especialistas para que lo hagan. Voy a ser la cabeza visible. He hablado con Cal de ello. Quiero hacer algo. Aquellas cartas me obsesionan —Pedro sacudió la cabeza.
—No fue culpa tuya —ella le apretó el brazo.
—Esos chicos recibieron mi foto y mi firma falsificada. Cuando pienso en lo defraudados que tuvieron que sentirse… No quiero que vuelva a pasar —afirmó tajantemente—. Voy a cerciorarme de que todo sale bien. Soy famoso. Puedo aprovecharlo. Me reuniré con gente, conseguiré más donaciones, llamaré la atención sobre las cosas importantes. Quién sabe, a lo mejor incluso consigo que cambie algo.
Sólo de decirlo se sintió incómodo. Aunque había intentado ser un hombre recto, sólo se había preocupado de sí mismo y de su familia. Echarse sobre los hombros los problemas del mundo le parecía abrumador. Empezaría poco a poco, con un problema cada vez.
—Lo harás muy bien. Quizá éste fuera tu destino. Quizá estuvieras llamado a hacer un trabajo así.
Él no creía mucho en el destino, pero ella podía tener razón. Sin embargo, si ése era su destino, ¿dónde entraba ella? La miró fijamente a los ojos. Era muy guapa. Era guapa, mandona e increíblemente sexy. Bajó la mirada a su boca y pensó en besarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario