lunes, 17 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 47

—Si sobrevivo a esto, le lo contaré —levantó la cabeza y sacó pecho—. Estoy preparada.
—No hace falta que te prepares —la tranquilizó Paula—. Todo saldrá bien. Gloria ha cambiado.
—Eso he oído decir, pero como no he visto que las ranas tengan pelo, me reservo el veredicto.
Paula la acompañó a los aposentos provisionales de Gloria.
—Ha venido Sofía —anunció mientras se apartaba de la puerta.
Gloria se incorporó en la cama y sonrió con amabilidad.
—¡Sofía! Qué alegría me da verte. Muchísimas gracias por venir. Sé que tienes que estar muy atareada ocupándote de Sol y cocinando esas deliciosas comidas en el restaurante.
Sofía  se quedó estupefacta y miró a Paula. Luego, volvió a mirar a Gloria.
—Pasa —la invitó Gloria con cortesía—. ¡Qué niña tan guapa! Es perfecta e igualita que tú.
Paula hizo lo posible por no parecer orgullosa, salió de la habitación y cerró la puerta.

Una hora más tarde, Matías llegó con Pedro pisándole los talones. Llevaban unas bolsas enormes con comida del Downtown Sports Bar. Paula sabía que Pedro, en teoría, trabajaba allí, pero últimamente no había ido mucho. Ella no se lo reprochaba. Todo el mundo quería hablar de lo inepto que era en la cama o comprobar que no lo era.
—Tu mujer y tu hija ya han llegado —le comentó Paula mientras tomaba las bolsas de Matías—. Iré preparándolo. ¿Quieren comer en la habitación de Gloria o en el comedor?
Matías miró a Pedro  y éste señaló con la cabeza hacia la habitación de Gloria, donde Sofía  y Sol seguían.
—Me gustaría estar de humor para comer… —dijo Matías con recelo.
—Lo estarás —le aseguró Pedro—. Confía en mí. Pasa, saluda y si le desquicia, comeremos en el comedor.
—Quieres reírte de mí, lo presiento.
—¿Haría yo algo así? —preguntó Pedro con tono de inocencia.
—Sin pestañear —contestó Matías antes de ir al recibidor.
Pedro siguió a Paula hasta la cocina.
—¿Qué tal va todo con Sofía? —preguntó él.
—No he oído gritos y eso es una buena señal.
—Sí…
Él empezó a sacar la comida y ella hizo lo mismo, pero tuvo que hacer un esfuerzo para no decir nada al abrir envases con alitas de pollo, salsas variadas, ensalada de espinacas con alcachofas, gambas fritas, patatas y taquitos. Oyó una risa detrás de ella y se dio la vuelta.
—Dilo —la animó Pedro con una sonrisa—. Estás deseando gritarme por la comida, ¿verdad?
—No sé a qué te refieres.
—Mentirosa.
Estaba tan cerca de ella que podía ver los tonos marrones y dorados de sus ojos. Sonrió levemente y ella se estremeció. La comida dejó de importarle y quiso estrecharse contra él para repetir la escena del beso. Algunos detalles lo impidieron. Por ejemplo, que, salvo el fugaz beso al saludarla en su casa, no había vuelto a intentarlo, y que, además, no estaban solos en la casa. Sin embargo, el verdadero motivo fue el miedo a que la rechazara. Pedro era de los que tomaban lo que querían y ella estaba allí, casi suplicándolo. Que no hiciera nada era muy elocuente.
—No le gusta la comida —dijo él.
Ella tardó un instante en saber a qué se refería.
—Seguro que es muy buena —contestó Paula.
—No te parece sana —replicó él.
—Yo no voy a comerla.
—Vamos, Paula —Pedro sonrió un poco más—. No te reprimas. Estás deseando gritarme y yo oírte. A lo mejor lo entiendo. Grasas, calorías vacías, nada de verdura… Bueno, menos las espinacas y las alcachofas. Algo es algo, ¿no?
Las ganas de besarlo se esfumaron entre la indignación. Sabía que estaba metiéndose con ella, pero no le importó. Una buena discusión sobre sus hábitos alimenticios podría conseguir que se olvidara de cuánto le dolía desear a alguien que no la correspondía.

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