lunes, 24 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 70

—Señor Alfonso—ella se rió, nerviosa—, es posible que no sepa muy bien qué hacer durante todo el día, pero no estoy tan loca. A Justin le entusiasmaría y, sinceramente, a mí también. Claro que iremos. Muchas gracias.
—Será un placer. Dentro de un par de horas la llamarán de una agencia de viajes. Se lo organizarán todo, pero también quiero que tome mi número de teléfono. Si tiene algún inconveniente, lo que sea, llámeme.
—Es increíble. Gracias.
—Vaya con su hijo y pásenlo muy bien.
—Lo haremos.
Pedro le dió su número y colgaron. Luego se dejó caer contra el respaldo de la butaca y miró la lista de cosas que tenía que organizar. La agencia de viajes le había prometido que supervisaría todo, pero él llamaría para comprobarlo personalmente. No quería que se repitiera el desastre de los billetes de vuelta. Arrancó una hoja de papel y la añadió a la lista de los asuntos en marcha. Si la fundación no iba a tener una agencia de viajes propia, quería que alguien se ocupara de que todo se organizara bien.
Paula llegó a su casa poco antes de las cinco y vió un coche conocido en el camino de entrada. Entró en el garaje, cerró la puerta y pasó a la cocina. Oyó que Delfina  y su madre se reían en la sala y se le encogió el estómago. No le importaba que su hermana invitara a gente, también era su casa, pero ¿por qué tenía que ser a su madre? Independientemente de cómo transcurriera la velada, ella siempre se quedaba con la sensación de sobrar.
—Hola, he llegado —saludó desde la cocina mientras dejaba el bolso en la encimera.
—Estamos en la sala —contestó Delfina—. Ven con nosotras.
Paula se quedó un instante pensando una excusa para refugiarse en la tranquilidad de su cuarto. Ojalá Pedro  hubiera querido seducirla esa noche, pero él no estaba en casa cuando terminó el turno y no quiso llamarlo al móvil para preguntarle qué estaba haciendo. Tenían una relación, pero ella no sabía ni entendía cuáles era los límites. Tenía la sensación de que encontraría las respuestas con una conversación, pero no se atrevía a hacer las preguntas. Parecía tonta, se reprendió a sí misma. Debería estar dispuesta a preguntarle qué pensaba y a explicarle sus deseos y necesidades. Presumía de ser una persona que no eludía nada, y era verdad. Pero lo era menos con Pedro y su madre.
Alejandra entró en la cocina y le sonrió.
—Hola, Paula. ¿qué tal ha ido el día?
—Bien, gracias. Gloria está mejorando mucho. He estado preocupada por su recuperación, pero avanza un poco todos los días. Dentro de un par de meses debería volver a su vida normal.
—Qué bien.
Su madre la agarró del brazo y la llevó a la sala, la sentó en el sofá y se sentó a su lado.
—Tu hermana y yo nos hemos confesado.
Alejandra miró a Delfina y las dos se rieron. Paula las miró fijamente sin entender el chiste.
—¿Qué ha pasado?
Delfina agitó una mano en el aire.
—Nada malo —dijo entre risas—. A no ser que seas el pollo.
Volvieron a soltar una carcajada y Paula intentó no perder la paciencia, aunque quería gritar. ¿Qué era tan gracioso?
—Deberíamos tener pollo de cena —le explicó Alejandra mientras se secaba los ojos—. Vine para ayudar a Delfina. Estábamos sazonando el pollo, pero estaba resbaladizo y salió volando hasta la otra punta de la cocina.
Las dos volvieron a reírse sin parar. Paula podía entender que la escena fuera graciosa, pero aquello le pareció un poco exagerado.
—Bueno —replicó Paula lentamente—. ¿Y…?
Delfina se llevó una mano al pecho.
—Lo recogí y cuando estábamos lavándolo, volvió a escapársenos. El pollo estaba decidido a no acabar en el horno.
—Es verdad —corroboró su madre—. Se nos cayó otras dos veces, pero conseguimos sazonarlo, ponerlo en la fuente y meterlo en el horno. Vinimos a la sala para reponemos y cinco minutos antes de que llegaras, nos dimos cuenta… —volvió a echarse a reír.
Delfina  también se rió.
—Nos habíamos olvidado de encender el horno —consiguió farfullar.
Volvieron a troncharse de risa. Paula intentó encontrarle la gracia a que se les hubiera olvidado encender el horno. Al parecer, era uno de esos momentos que había que vivir.
—La cuestión es —le dijo su madre—, que tú no te habrías olvidado. Eso era lo que estaba diciéndole a Delfina cuando llegaste. Tú siempre has sido la fiable, Paula. No eres inestable como tu hermana y como yo.
Paula  contuvo las ganas de decir que su hermana no era inestable. Su madre dejó de reírse.
—Eras una niña muy buena, Paula. Podía confiar en ti para que te ocuparas de las cosas. Cuando estaba sobria, pensaba que eso no era bueno. No te lo reprocho. Sobrevivimos sólo gracias a tí, contigo cerca no tenía que preocuparme de lo que pasaba en casa. Todo estaba controlado.
Paula no supo qué decir. Ella recordaba lo mismo, pero nunca había pensado que eso hubiera unido a la familia. Hizo lo que había que hacer porque su madre estaba siempre borracha y Delfina estaba muy ocupada con su vida.
—Recuerdo que Paula se ponía muy pesada para que comiera —comentó Delfina—. O, al menos, para que comiera mejor de lo que comía.

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