domingo, 16 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 43

Tomó el coche y se dirigió hacia el este hasta que llegó, sin propósito alguno, a Bellevue. Se detuvo delante de una tienda enorme de artículos deportivos y se quedó mirando el escaparate. Añoraba el béisbol. Los deportes siempre habían sido una vía de escape para él. Le habían dado firmeza y un objetivo. Sacó el teléfono móvil y marcó un número conocido.
—¿Qué tal? —preguntó al oír la voz de Matías.
—Bien. ¿Dónde estás?
—No estoy en el bar —contestó él—. ¿Hay algún sitio en Seattle que necesite material deportivo? Un colegio en alguna zona pobre, un club…
—Claro. Espera —Pedro oyó que tecleaba algo—. Hay un par de sitios a donde van los niños pobres después del colegio. Seguramente necesiten material. ¿Por qué?
—Voy a hacer una cosa. ¿Tienes una dirección?
Matías se la leyó junto al número de teléfono. Pedro colgó, llamó y pidió hablar con el director. Una mujer se puso al teléfono.
—¿Tienen un patio donde juegan los niños? —le preguntó.
—Sí… —contestó ella con cautela.
—¿Qué tal están de material? Me gustaría mandarles unos bates, pelotas y otras cosas. ¿Les vendrían bien?
—Claro. Naturalmente. ¿Quién es?
Pedro colgó.
Dos horas después, estaba aparcado ante un edificio viejo y medio derruido. Había unos treinta niños alrededor de un camión enorme de reparto. Los niños gritaron de alegría cuando descargaron el material.
—No lo entiendo —dijo una mujer bastante mayor—. Un hombre llamó y preguntó si lo necesitábamos. ¿Está seguro de que es gratis?
—Todo está pagado —le confirmó el repartidor—. Firme el recibo y en paz.
La mujer sonrió y firmó. Pedro metió la primera y se marchó.
Pedro llegó a casa de Gloria y se encontró a Paula esperándolo. Habían pasado las cuatro y su turno había terminado. El coche de Sandy estaba estacionado y eso quería decir que no había motivo para que Paula siguiera allí. A no ser que quisiera verlo.
Ver a aquellos niños con sus bates nuevos le había venido muy bien para sentirse menos desastroso. Que Paula estuviera esperándolo aumentaba sus buenas vibraciones.
—Te has quedado —la saludó Pedro.
—Tengo que hablar contigo. En privado.
A él le gustó la idea. Por algún motivo que no podía entender, seguía acordándose de aquel beso. Quería repetirlo, pero no había encontrado la ocasión. Siguió a Paula a la parte de atrás de la casa. Allí había una pequeña habitación con una televisión y un equipo de música. Entraron y Paula cerró la puerta. Él se acercó a ella expectante. Ella le detuvo con una sola frase.
—Han llamado de una productora de televisión preguntando por tí.
El deseo se le congeló y se esfumó.
—¿Qué les has dicho?
—Mentí. Dije que no sabía dónde estás y que tampoco sabía de qué estaban hablando.
—Gracias.
—No me las des. No quiero tener que hacer estas cosas. Ya tuve bastante con la periodista emboscada.
—No puedo detenerlos. ¿Qué quieres que haga?
—No ser así. No acabo de entender quién o qué eres. Por un lado, tienes momentos en los que eres amable e inteligente. Por otro, parece que sólo te interesa acostarle con todas las mujeres del país. No tiene sentido.

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