viernes, 28 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 77

—Les  agradezco a todos que hayan aceptado sentarse en este consejo. A la mayoría, no los conozco; mi director administrativo me dio una lista de nombres y empecé a llamar. Son los mejores en vuestras actividades y eso es algo que voy a necesitar. Yo no tengo experiencia con la filantropía, pero quiero tenerla. Quiero cambiar el mundo a través del deporte, eso sí, de niño en niño. Ésta es mi declaración de intenciones. Puede ser tan sencillo como proporcionar material nuevo para la temporada de fútbol americano o tan complicado como proyectar y construir un estadio después de un huracán. Que otras instituciones benéficas se ocupen de las enfermedades, quiero que nosotros encontremos la forma de mejorar la vida de los niños mediante el deporte.
—Tenemos una buena base económica —intervino uno de los consejeros.
—Estoy de acuerdo —Pedro se inclinó hacia delante—. Espero que tengamos más. Todo el dinero que obtenga por hablar en empresas dispuestas a pagar, será para la fundación. Aprovecharé mi nombre y mi prestigio para entrar donde otros no pueden hacerlo. Quiero centrar la atención en lo que es necesario. Si eso conlleva un par de reveses de la prensa, aguantaré —Pedro  se levantó—. Todos ustedes aportan  competencia. Algunos, administran  el dinero. Otros, tienen  el don de saber a qué fines asignar ese dinero. Si estáis preguntándoos por la función de Paula—la señaló con la cabeza—, ella nos mantendrá con los pies en el suelo. Es enfermera de profesión. Sabe cómo tratar a la gente que está pasándolo mal. Nos mantendrá centrados.
Le sonrió. Fue una de esas sonrisas que le derretía los huesos. La mujer que estaba sentada a su lado se inclinó hacia ella.
—Vaya, se me ha acelerado el pulso, y eso que estoy felizmente casada.
—Qué me va a contar a mí…
Pedro siguió hablando de lo que esperaba de ellos. Mientras lo escuchaba, ella se preguntó si aquello sería un sueño. Toda su vida había temido buscar los finales felices. Esa vez había querido intentarlo lo suficiente como para arriesgar su corazón y una relación fuera de su alcance.
Pedro estacionó a la entrada del embarcadero.
—Ya sé que no es un restaurante. ¿Te importa?
Paula  miro las luces de las casas al otro lado del lago y la fila de casas flotantes que había al fondo del embarcadero.
—Es fantástico —contestó ella—. ¿Vas a cocinar?
—Ni lo sueñes —él sonrió—. Más tarde traerán la comida. Pasa. Llevo mucho tiempo fuera y no debería haber periodistas merodeando.
Fueron hacia su casa. Paula aspiró el olor del agua y de las plantas y se dio cuenta de que, si no había periodistas, tampoco había motivo para que Pedro se quedara en casa de Gloria. Eso significaría que ya no lo vería tanto. La idea la entristeció y la desechó para centrarse en la casa flotante de dos pisos que tenía delante. Era azul marino, las ventanas tenían marcos blancos y estaba apartada de las demás casas. Unas macetas flanqueaban el camino hasta la puerta. Pedro  la abrió y encendió las luces. Paula entró en un espacio sorprendentemente amplio de cuero y madera. Había una chimenea, alfombras y una escalera que llevaba al otro piso. Detrás de la sala estaba el comedor y un paso que llevaba a una cocina que parecía muy grande. En un costado estaba el despacho. Todo era perfecto. Debajo de la escalera había estanterías con libros, armarios en los rincones, baldas, colores acogedores y una verdadera sensación de hogar.
— Es preciosa —dijo ella—. Perfecta y sorprendente. Me habría imaginado un piso por todo lo alto.
—Miré algunos —Pedro se encogió de hombros—, pero ví esto y lo compré al instante. Era vieja, así que la vaciamos y volvimos a construirla entera.
—¿En plural? —Paula  hizo un esfuerzo para disimular los celos—. A ver si lo adivino. Alta, rubia, grandes pechos y del sur…
Pedro se acercó a ella y la besó.
—Crees que lo sabes todo, pero te equivocas. Mi decorador era un hombre y no me acosté con él.
¿Un hombre? A Paula  le gustó saberlo.
—Antes de que lo preguntes —Pedro  le pasó los dedos entre el pelo—, no traigo mujeres aquí. Es mi refugio. Eres la primera.
Si no hubiera estado enamorada de él, esa declaración lo habría conseguido. Contuvo el aliento sin saber qué decir. Unos golpes en la puerta la salvaron de hacer una confesión.
Pedro  la soltó y fue a abrir al repartidor. Le pagó, y se dirigió a la cocina con dos bolsas.
—Marsala de pollo, pasta, ensalada y una tarta muy decadente de postre —le aclaró él—. Me decidí por el chocolate porque sé que te vuelve loca —sonrió—. Intento seducirte. ¿Qué tal estoy haciéndolo por el momento?
Era el hombre más guapo que había visto en su vida, pero eso ya le daba igual. La atracción física seguía siendo tan fuerte como siempre, pero ése no era el motivo de que estuviera allí. Estaba allí por él. No la había seducido con su cuerpo, la había seducido con su alma. El hombre que llevaba dentro, el ser humano, había entonado una melodía irresistible.
Fue hasta él, tomó las bolsas y las dejó en la encimera. Luego, lo besó.
—No necesito chocolate si te tengo a tí —susurró ella.
—Esta noche, tendrás las dos cosas. Muy parecido al paraíso, ¿no?
—Más de lo que te imaginas —contestó ella con una sonrisa.

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