domingo, 2 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 2: Capítulo 81

El edificio estaba en el distrito universitario. El curso estaba a punto de empezar y la calle ya estaba llena de coches de estudiantes.
Pedro estacionó detrás de una furgoneta y puso la alarma del coche antes de subir al tercer piso y llamar a la puerta número 16.
En cuanto la mujer abrió, supo que era ella. Casi había olvidado la noche en que Ben se emborrachó y dijo que el pelo de Ashley era del color del crepúsculo. Pero al ver los mechones rojizos, lo recordó.
—¿Ashley? —preguntó, esperanzado pero temeroso.
—Sí —respondió ella—. ¿Te conozco?
—Soy un amigo de Ben —le mostró la foto que siempre llevaba consigo—. ¿Lo conocías?
—¿Ben? —sonrió y aceptó la foto—. Claro. Vaya, hace mucho que no hablo con él. Casi... ¿un año? Perdona, estoy un poco atontada. He pasado toda la tarde en la biblioteca, trabajando. Pero sí, lo conozco.
—Saliste con él, ¿no? —a Pedro se le aceleró el pulso.
—Unas cuantas veces —la sonrisa de Ashley se hizo mayor—. Era fantástico. Muy gracioso. Se alistó en los marines. Nos escribimos unas cuantas veces, pero luego perdimos el contacto.
—¿No estabas enamorada de él?
—¿Qué? —ella dio un paso atrás—. No. Es decir, me caía bien, pero no ocurrió nada entre nosotros. Ni siquiera recuerdo si nos besamos. ¿Por qué me preguntas eso? ¿Ha dicho Ben cosas de mí por ahí?
Pedro  sintió que el peso de la derrota se asentaba en sus hombros. Había luchado sin rendirse para fracasar en el último momento.
—Ben pensaba que eras fantástica —dijo con voz queda—. Me dijo que eras una entre un millón.
—Vaya. ¿Dónde está ahora?
—No ha vuelto. Murió hace unos meses.
—Lo siento —dijo ella con sinceridad, pero sin dolor aparente—. ¿Eras amigo suyo?
—Sí. Estoy buscando a su familia.
—Ah, ya. No sé nada de ella. Nunca la mencionó. Lo siento. Ojalá pudiera ayudar.
—Has ayudado —dijo él—. Gracias por atenderme —se dio la vuelta y bajó las escaleras. Había terminado. Había encontrado a la Ashley de Ben y seguía sin tener nada.
Paula tuvo que esperar casi hasta las nueve para ver a Pedro. Por fin llegó, poco antes de que finalizara la hora de visitas.
Acababan de inyectarle un calmante, así que el día empezaba a emborronarse en su mente. Había hablado con Luz antes de que se acostara, y después con su madre. Alejandra le había prometido varios días de descanso amenizados por grandes cantidades de sus platos favoritos.
A pesar del brazo roto y los cardenales, Paula se sentía querida y segura por primera vez en mucho tiempo. La única nube en el horizonte había sido la ausencia de Pedro, y por fin estaba allí. Parecía cansado, pero eso podía soportarlo.
—Siento llegar tan tarde —dijo él, agarrando su mano sana—. Tenía que ocuparme de algunas cosas. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor.
¿Qué podía decirle? ¿Cómo agradecerle todo lo que había hecho por ella?
—Nos salvaste la vida. «Gracias» no sirve ni para empezar a expresar lo que siento.

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