domingo, 30 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 84

—No deberías haberles pedido que vinieran.
Paula estaba sorprendida de que hubieran querido participar en un día tan largo y complicado.
—No se lo he pedido. Les dije que estaría aquí para acompañarte y han decidido venir.
—Eres muy bueno conmigo —susurró ella con un nudo en la garganta—. Quiero que sepas que te estoy inmensamente agradecida. Fuiste a la televisión y permitiste que esos periodistas te torturaran para que mi hermana tuviera una oportunidad. Ahora están dándole un hígado nuevo gracias a ti.
—No me atribuyas tanto mérito —Pedro le acarició la mejilla—. Podrían haber encontrado un donante en cualquier caso.
—No lo creo. Eres el mejor hombre que conozco.
—Paula, yo… —él la miró a los ojos.
—Hola a todos.
Paula se dio la vuelta y vio a una mujer menuda y guapa que entraba en la sala de espera. Tenía vientimuchos años, ojos grandes y una sonrisa conocida.
—Es mi hermana Dani —le dijo Pedro—. Ven a saludar.
Dani había saludado a sus hermanos, a Clara y a Sofía, y se dirigió a Paula.
—Me alegro de conocerte por fin. Siento que sea en una situación así, con tu hermana en el quirófano.
—Gracias por venir.
—Encantada. Los Alfonso vamos en lote —Dani sonrió—. Además, ¿cómo iba a perderme la oportunidad de conocer a la mujer que ha atrapado al abyecto Pedro Alfonso?
—No lo he atrapado precisamente… —Paula se sonrojó.
—No estoy atrapado —masculló Pedro—. Estoy esperando…
—Ya —la expresión de Dani fue muy elocuente—. Llámalo como quieras. Estás fuera de órbita y el país se ha llenado de corazones rotos.
Paula no sabía qué decir. Dani se excusó y fue a tomar a su sobrina de los brazos de Matías. Pedro  rodeó los hombros de Paula con un brazo. Ella se relajó. Era curioso que se sintiera tan segura cuando estaba cerca de él.
—No tienen que quedarse —dijo ella en voz baja—. La operación va a durar todo el día y es posible que parte de la noche. Nadie tiene que quedarse.
—Lo saben —le susurró él—. Les he dicho que pueden marcharse, pero creo que van a quedarse el tiempo que sea. Estás atrapada entre nosotros.
Si eso era estar atrapada, le encantaba, se dijo para sus adentros. Se sintió rebosante de amor. De amor, de anhelo y de la sensación de ser muy afortunada. Sin embargo, aquél no era el momento ni las circunstancias para confesarlo. Cuando Delfina hubiera salido de aquello, le diría a Pedro lo que sentía por él. Si él no le correspondía, podría sobrevivir y, al menos, tendría esa certeza. Ya no se reprimiría por miedo.
—¿Dónde está mi madre? —preguntó con el ceño fruncido.
—En la capilla. Quería rezar, pero ha dicho que volvería enseguida. Sofia le enseñó la comida y, aunque sólo sea por eso, estará tentada a volver.
Paula pensó que un día como ése su madre no comería por nada del mundo. Aunque los Alfonso consiguieron distraerla bastante, parte de su cabeza sólo pensaba en la operación. ¿En qué fase estaría? ¿Habría llegado ya el hígado? ¿Qué sería de la otra familia, sumida en el dolor en vez de tener esperanza? ¿Cómo podría agradecerles que le hubieran dado una oportunidad a su hermana?
Un rato después, la madre de Paula  volvió a la sala de espera. Paula y Pedro le presentaron a todo el mundo y, después, Paula hizo un aparte con ella.
—¿Qué tal estás, mamá? —le preguntó al ver las ojeras y el gesto de sufrimiento.
—Con confianza. Todo está en manos de Dios. He rezado hasta quedarme sin palabras. Dentro de un rato, volveré a rezar un poco más.
—Es lo único que podemos hacer —corroboro Paula.
—Tengo una corazonada. Delfina se merece una oportunidad —los ojos se le empañaron de lágrimas y tomó la mano de Paula—. Sé que yo no me la merezco. Sé que te he hecho mucho daño durante mucho tiempo. Lo siento de verdad. Si no te crees nada más de mí, créete esto.
A Paula se le nubló la vista e intentó no llorar.
—Mamá, no hace falta que…
—Sí hace falta. Tendría que haber dicho algo hace mucho tiempo. Sé que estás enfadada conmigo y no puedo reprochártelo. Yo quiero achacárselo al alcohol, a haber estado borracha, pero no tengo excusas. Te hice daño y sólo eras una niña. Eso es lo que me duele en el alma. Eras una niña adorable y nunca te lo dije. Nunca te dije que te quería. Pero te quería y te quiero. Solo me odiaba a mí misma. ¿Puedes entenderlo?
Paula entendió la intención, aunque no las palabras, pero asintió lentamente con la cabeza.
—No era una alcohólica contenta —su madre suspiró—. Lo sabes mejor que nadie. Decía unas cosas… —Evie se encogió de hombros—. Si pudiera retroceder en el tiempo, te tomaría en brazos y te diría lo importante y especial que me parecías. Sigo pensándolo, pero temo que creas que es por Delfina: que quiero recuperarte porque puedo perder una hija.
El orgullo y las viejas heridas se debatieron con la necesidad de pasar página. Hubiera lo que hubiese entre ellas, eran una familia. Tomó la mano de su madre.
—Sé que has intentado acercarte a mí desde hace un tiempo: que no es por Delfina.
—No lo es —insistió su madre con lágrimas en las mejillas—. Es por todas nosotras. Siempre dices que tu hermana es perfecta. Nunca lo fue. Nadie lo es. La quiero mucho a las dos y me gustaría que fuésemos una familia.
—A mí también, mamá —Paula tragó saliva.
—¿De verdad?
Paula asintió con la cabeza. Su madre se secó las lágrimas y miró alrededor. Los Alfonso se habían retirado un poco para que ellas pudieran hablar tranquilas.
—Me gusta ese joven —comentó su madre—. ¡Caray! Es una expresión espantosa que habría usado mi abuela.
—Sé lo que quieres decir —la tranquilizo Paula con una sonrisa—. Ya somos dos. Es muy especial.
—Deberías quedártelo.
—Es lo que tengo pensado.
Se abrazaron. El abrazo de su madre le pareció inusitado, pero decidió que dejaría de serlo. La familia sería un incentivo para que Delfina se repusiera más deprisa.
—¿Qué tal están? —les preguntó Clara—. ¿Quieren algo? Sofía había pensado servir algo de comer. Como un desayuno tardío. Hay toneladas de comida. He hecho un pastel, que, ahora que lo pienso, es bastante disparatado, pero a Agustín  le encantan mis pasteles —se calló un instante—. Perdonen, estoy diciendo tonterías, es que no sé qué decir.
Paula no había pasado mucho tiempo con Clara, pero en ese momento le agrado.
—No tienes que decir nada. Que estés aquí significa mucho. Mamá y yo agradecemos el apoyo. ¿Sabes una cosa? Me encantaría probar el pastel.
—Son las nueve… —su madre la miró fijamente.
—Ya, pero me apetece pastel.
—Creo que a mí también —su madre sonrió—. ¿Hay crema?
—Seguro que Sofía ha traído —Clara se rió—. Ha pensado en todo.
—Tu hija es muy buena —dijo Paula mientras Clara cortaba un trozo de pastel—. A su edad, yo estaría subiéndome por las paredes.
—Siempre se ha portado muy bien —confirmo Clara—. En parte, es gracias a que pasa mucho tiempo con Agustín. Ella dice que es el príncipe azul de nuestras vidas.
Paula  vio a la niña acurrucada junio al ex marine. Parecían absortos en su mundo. Agustín levantó la mirada y sonrió a Clara. Paula, pese a la preocupación, también sonrió. Eran una pareja enamorada.

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