viernes, 14 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 35

—Primer error —dijo su abuela—. Era distinto cuando estabas ocupado jugando al béisbol, pero ahora no tiene justificación. ¿En qué, si no, ocupas tu tiempo?
—Trabajo… en el bar.
—A juzgar por el tiempo que pasas aquí últimamente, diría que ese trabajo no es muy absorbente —ella suspiró—. Pedro, siempre has conseguido las cosas muy fácilmente. Eres listo, guapo y tus lanzamientos eran igual de demoledores en la novena entrada que en la primera.
Pedro la miró fijamente sin dar crédito a lo que había oído.
—¿Por qué lo sabes?
—De vez en cuando te veía jugar y aprendí las reglas. Es un deporte, Pedro. No fue difícil aprender los fundamentos.
—Nunca me lo dijiste.
—Me pareció que no era importante.
Él le tocó ligeramente el dorso de la mano.
—Habría sido muy importante. Sigue siéndolo.
Se miraron a los ojos. Por primera vez en su vida, se había dado cuenta de que le importaba a su abuela. Fue maravilloso. Un poco aterrador, pero maravilloso.
—Ese tal Germán… —su abuela apartó la mirada— parece un idiota de los pies a la cabeza. Una cosa es ocuparse del correo de los admiradores, y otra organizar un desaguisado de esta magnitud ¿Qué sabes de Benjamín?
—Que lleva veinte años haciendo esto y que es absolutamente honrado. Ni siquiera permite que sus clientes le hagan regalos de Navidad. Únicamente que mandemos una cesta a la oficina, pero para todo el personal. Ni propinas ni nada parecido. Ni siquiera, entradas para los partidos.
—Perfecto. Despide a Germán y pon a Benjamín en su lugar. No vas a aparecer en público durante un tiempo. Si hace falta, conozco a un par de personas en los medios de comunicación que saben lo que hacen y no son unos mentecatos.
—Intentas dirigir mi vida…
A él no le molestaban sus ideas. Sabía que tenía que despedir a Germán, sólo había pospuesto lo inevitable, pero le sorprendió que ella se tomara tanto interés.
—Puedes hacer otra cosa —replicó ella—. Puedes hacerte responsable. Cambiaremos juntos.
—Es una conversación que nunca me había imaginado que tendríamos —reconoció él.
—Sorpresa… —Gloria sonrió.
A la mañana siguiente, a primera hora, Pedro despidió a Germán por teléfono y luego, con una carta bastante agresiva de su abogado, Germán intentó protestar, pero renunció en seguida. Pedro comprendió que sabía que lo había hecho muy mal y que, en vez de arreglarlo, había mirado hacia otro lado. Su siguiente llamada fue a Benjamín.
—¿Has hablado con mi abogado? —preguntó Pedro a modo de saludo.
—¿Sobre Germán? Claro…
—¿Sabías que era un desastre? —preguntó él con un gruñido.
—Es perezoso. Hace lo menos posible y lo considera una victoria. Sólo le importan el dinero y los privilegios. Le gusta tener una lista de clientes triunfadores.
Eso explicaba que lo hubiera dejado escapar sin rechistar. Ya no era jugador de béisbol y, después de esa campaña negativa en la prensa, tampoco tendría muchos compromisos.
—Le he dicho que me mande todo —le explicó Pedro—. Te encargaré una gran parte a tí.
—Sabes que sacaremos adelante el trabajo —le aseguró Benjamín.
—Lo sé. ¿Cuál es la situación económica?
—Doy por sentado que le refieres a la tuya… —Benjamín se rió ligeramente—. Tu cartera está diversificada. Acciones, bienes inmuebles, algunas empresas pequeñas… Aproximadamente, ciento ochenta y cinco millones, arriba o abajo.
Pedro dejó escapar una maldición para sus adentros. Nunca había prestado atención a sus inversiones. Había pagado a Benjamín para que lo hiciera. Él había hecho lo que le gustaba durante casi diez años y le pagaron muy bien. Fue una vida ardua, pero nunca fue tonto con el dinero.
—Tanto y no pude devolver a sus casas a aquellos niños… —dijo Pedro.
—Nos ocupamos de eso —le dijo Benjamín—. Hace más de un mes les mandamos un cheque.
—Mil dólares. ¿Qué se puede cubrir con eso?
—Dos billetes de vuelta. ¿Por qué? ¿La familia tuvo otros gastos?
—¿La familia? Benjamín, no era una familia. Fue todo el equipo.
—No lo sabía —Benjamín soltó un juramento—. Germán lo planteó como si fuera una familia. Esa cantidad les parecería un insulto.
—Peor aún. Son familias que no llegan a final de mes. El asunto de los billetes fue un desastre económico para muchas. A unos les embargaron el coche.
—Maldita sea, Pedro. Esas calamidades no deberían pasar. Para eso pagas a gente como Germán y como yo.
—Quiero arreglarlo. ¿Puedes enterarte de cuanto se gastó cada uno para volver a su casa y mandarles un par de miles más? En cuanto a la familia que perdió el coche, consígueles otro.
—Dalo por hecho. ¿Algo más?
—Por ahora, no. Pero lo habrá pronto. Voy a estudiar la documentación de Germán en cuanto llegue. Me temo que va a haber que arreglar más cosas.
—Lo haremos. Se puede arreglar —lo tranquilizó Benjamín.
—Muy bien —se despidió Pedro antes de colgar. Sin embargo, no todo podía arreglarse. Como ese niño que había muerto sin saber  que Pedro se preocupaba por él. Eso no podía arreglarse ni deshacerse. ¿Cuánta gente estaría defraudada por él? ¿Cuántos desastres eran culpa suya?

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