lunes, 10 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 23

Pedro echó una ojeada a las cartas de admiradores que tenía delante. Algunas estaban mecanografiadas y parecían de camioneros, pero otras lo conmovieron. Repasó una y otra vez la de Frankie, un niño que estaba muriéndose de cáncer. El niño que había pedido ver a Pedro como último deseo.
—¡Maldita sea!
Pedro descolgó el teléfono, marcó el número que el niño había escrito en la carta y se dejó caer contra el respaldo de la butaca.
—Diga… —contestó una mujer.
—Hola, soy… —Pedro vaciló. La carta era de hacía tres meses y quizá debería esperar a decir quién era—. ¿Está Frankie?
—Dios mío…
La mujer lo dijo con un sollozo y Pedro se puso tenso.
—Señora…
—Disculpe. Es que… —la mujer volvió a sollozar—. Frankie… murió hace dos semanas. Sabía que iba a pasar, era inevitable. Todos lo sabíamos. Esperaba sentirme triste, pero estoy conmocionada. ¿Por qué sigo esperando volver a verlo? Sólo era un niño. Era muy pequeño y ahora estará solo.
Pedro se sintió como si una pelota de béisbol le hubiera alcanzado en el estómago a ciento cincuenta kilómetros por hora. Se quedó sin respiración y no pudo decir nada. Seguramente, fuera mejor así porque no sabía qué decir.
—Lo siento… —consiguió decir—. Lo siento mucho.
—Gracias —la mujer se aclaró la garganta—. Debería contenerme, pero no consigo asimilarlo —tomó aliento—. No he entendido su nombre. ¿Por qué ha llamado?
—Da igual —contestó Pedro—. No volveré a molestarla.
Pedro colgó y dejó caer la carta al suelo. Dos semanas. Dos malditas semanas. Si se hubiera molestado en leer esa carta hacía dos semanas, habría podido ver al niño. Su visita no habría servido de nada, pero Frankie no habría pensado que su último deseo no importaba a nadie.
Leyó otra carta de un niño muy enfadado que lo increpaba por no haber asistido a un acto benéfico. Había docenas de cartas como ésa. Pedro cerró los ojos e hizo un esfuerzo por olvidarlo. No era una mala persona. Tendría defectos, pero trabajaba mucho y no hacía daño a nadie intencionadamente. Al menos, eso era lo que se decía a sí mismo, pero lo cierto era que no tenía un verdadero trabajo, lo que hacía en el bar no lo era, y, en realidad, había hecho daño a bastante gente. Sonó su teléfono móvil, miró la pantalla y vio que era Germán, el que se decía su representante.
—¿Qué? —preguntó a modo de saludo.
—Pon la CNN y prepárate.
Pedro  agarró el mando a distancia y encendió el canal. Estaban entrevistando a dos gemelas idénticas.
—Entonces ¿es un libro de autoayuda? —preguntó el periodista que casi no podía dejar de mirar sus pechos.
—Bueno… —contestó una de las rubias con tono agudo.
La voz hizo que Pedro se quedara petrificado y se acordara de un par de noches en Cincinnati, de una cama gigantesca y de mucho servicio de habitaciones.
— Hemos tenido muchas relaciones —siguió la rubia.
—Hemos conocido a muchos hombres —añadió la otra rubia con una risita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario