domingo, 9 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 21

Paula la miró fijamente. La buena noticia era que Gloria mostraba interés por la vida, aunque un poco retorcido. La mala era que, al mostrar ese interés, le había arrojado algunas verdades como puños a la cara.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Paula—. ¿Tus comentarios tiene alguna intención o sólo son una diversión?
—Quiero que lleves ropa normal. Vaqueros y jerséis. Verte con esa… ¿Cómo la has llamado?
—Bata.
—Eso. Verte con eso es deprimente. Ya estoy bastante cerca de la muerte, no hace falta acelerar el proceso viéndote con esa ropa espantosa.
Paula se levantó el borde de la bata como si buscara alguna etiqueta.
—No hay ninguna advertencia de que una bata puede ser un arma mortífera.
—Niña insolente.
—Vieja arpía.
Gloria apretó los labios como si intentara contener una sonrisa.
—A partir de mañana llevarás ropa normal.
—No puedes obligarme.
—A cambio, existe la remota posibilidad de que acceda a ver a alguno de mis nietos.
Era una victoria y compensaba ponerse vaqueros.
—Trato hecho.
—También tenemos que hacer algo con tu pelo —Gloria le miró la cabeza.
—No creo. El precio de eso es que cantes karaoke.
Dani esperaba que le sirvieran su espresso en el Daily Grind, rebosante de gente. Ese local, situado en pleno centro de Seattle, siempre había sido su Daily Grind favorito, porque fue el primero que abrió su hermano Matías. Se puso en la fila el primer día, mientras Matías trabajaba en la barra y esperaba para ver si su negocio despegaría. Despegó. En ese momento había Daily Grinds por toda la Costa Oeste.
Naturalmente, pensar en el triunfo de Matías hacía que su vida pareciera aún más lúgubre. Tenía que tomar decisiones. Mejor dicho, ya había tomado las decisiones, sólo faltaba ponerse en marcha.
Le llegó el turno y agarró su café. Era el momento de despedirse de The Waterfront y buscar un trabajo. Un trabajo donde el éxito o el fracaso dependiera de su rendimiento y no de la familia. Se dio la vuelta y chocó con alguien. Levantó la mirada y vio a un hombre bastante atractivo que retrocedía.
—Perdón —se disculpó él—. Estaba distraído.
—No importa.
—¿Te has manchado?
A ella le gustó que se limitara a mirarle el abrigo en vez de aprovechar la ocasión para tocarla.
—No, estás perfecta —él retrocedió otro paso—. Perdona, no quería decir eso. No quiero decir que no estés bien. Lo estás, pero no era un piropo. No quiero decir que no te merezcas un piropo, pero…
Se quedó tan turbado que ella se olvidó de su costumbre de no hablar con ningún hombre desconocido menor de setenta y cinco años.
—No te preocupes —lo tranquilizó con una sonrisa—. Sé perfectamente lo que quieres decir. No tengo ninguna mancha de café en el abrigo.
—Exactamente —dijo él con un brillo de alivio en los ojos grises—. No te he tirado el café.
—Perfecto —ella, impulsivamente, extendió una mano—. Me llamo Dani.
—Marcos.
Se estrecharon las manos y ella no sintió nada. Ni un chispazo ni nada parecido. Gracias a Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario