lunes, 31 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 4: Capítulo 1

—Mira, déjame facilitarte las cosas —le advirtió a Paula Chaves el hombre trajeado que parecía estar vigilando el pasillo—: no vas a poder hablar con el senador hasta que no me expliques qué estás haciendo aquí.
—Por mucho que te sorprenda, esa información no me facilita en absoluto las cosas —musitó Paula Chaves, asustada y emocionada al mismo tiempo, para desgracia de su estómago revuelto.
Ya había conseguido convencer a una recepcionista y a dos secretarias. En aquel momento, estaba viendo la puerta del despacho del senador Miguel Schulz. Pero entre la puerta y ella se interponían un largo pasillo y un tipo enorme que no parecía muy proclive a doblegarse.
Paula  pensó en empujarle directamente, pero era demasiado alto y fuerte para ella. Por no mencionar que aquel día llevaba un vestido y zapatos de tacón, algo en absoluto habitual en ella. El vestido quizá no representara un gran obstáculo, pero los tacones le estaban matando. Podía soportar el dolor en las plantas de los pies, y también la ligera presión en el empeine, ¿pero cómo podía mantener nadie el equilibrio encima de aquellos zancos? Si aceleraba aunque fuera sólo un poco el ritmo de sus pasos, corría el serio peligro de romperse un tobillo.
—Puedes confiar en mí —le dijo el hombre—, soy abogado.
Y parecía estar hablando en serio.
Paula soltó una carcajada.
—¿Y ésa te parece una profesión que inspira confianza? Porque a mí no.
El hombre apretó los labios como si estuviera disimulando una sonrisa. «Una buena señal», pensó Paula. A lo mejor conseguía ganarse a aquel tipo. En realidad, nunca se le había dado especialmente bien encandilar al género masculino, pero no tenía otra opción. Iba a tener que fingir.
Tomó aire y echó la cabeza hacia atrás. Por supuesto, tenía el pelo corto, así que no hubo melena alguna que cayera sobre su hombro, lo que significaba que aquella artimaña supuestamente seductora no iba a tener efecto alguno. Tras aquel pequeño fracaso, no pudo menos que alegrarse de haberse jurado no volver a salir con ningún hombre durante el resto de su vida.
—Considérame como el dragón que protege el castillo —continuó el hombre—. No vas a poder pasar a no ser que me digas qué es lo que quieres.
—¿Nadie te ha explicado nunca que los dragones se extinguieron hace siglos?
En aquella ocasión, su interlocutor no disimuló la sonrisa.
—Yo soy la prueba de que continúan vivos.
Estupendo, pensó Paula; había llegado hasta el final para ser interceptada por aquel tipo. Un hombre de rostro atractivo, por cierto, lo suficiente como para que no pudiera mirarle con indiferencia, pero, al mismo tiempo, no tanto como para no haber cultivado, además de su belleza, su propia personalidad. Tenía unos ojos azules que podían resultar matadores. Y una mandíbula cuadrada que denotaba una fuerte determinación.
—Estoy aquí por motivos personales —contestó.
Era consciente de que aquella respuesta no iba a ser suficiente, pero tenía que intentarlo. ¿Qué otra cosa iba a decir? ¿Que había descubierto que podía no ser quien pensaba que era y que la respuesta a sus dudas estaba en aquel edificio?
El hombre dragón se puso serio y cruzó los brazos sobre el pecho. Paula tuvo entonces la sensación de estar siendo juzgada.
—No me lo creo —replicó el hombre con dureza—. El senador no participa en esa clase de juegos. Estás perdiendo el tiempo. Vete inmediatamente de aquí.
Paula se le quedó mirando fijamente.
—¿Eh? ¿Pero él…? Oh, crees que estoy insinuando que el senador y yo… —esbozó una mueca—. ¡Dios mío, no! ¡Jamás! —retrocedió, un acto peligroso, teniendo en cuenta la altura de los tacones, pero no le quedaba otro remedio. Tenía que poner cierta distancia entre ellos—. No hay nada que pudiera resultarme más desagradable.
—¿Por qué?
Paula suspiró.
—Porque hay alguna posibilidad de que yo sea su hija —más que una posibilidad, si su estómago revuelto era un indicativo de algo.
El hombre trajeado ni siquiera pestañeó.
—Te habría sido más útil insinuar que te habías acostado con él. Me sentiría más inclinado a creerlo.
—¿Quién eres tú para juzgar lo que Miguel Schulz pudo o no pudo hacer hace veintinueve años?
—Su hijo.
Aquello consiguió captar toda su atención. Paula lo sabía todo sobre la familia del senador.
—¿Pedro?

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