domingo, 30 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 86

Un par se horas más tarde. Pedro fue a casa de Gloria. Dani y Sofía se quedarían un rato con Paula  y su madre para que él pudiera ocuparse de otras cosas.
La rabia estaba adueñándose de él. La rabia, el sentimiento de culpa y las ganas de enfadarse con alguien. Pero ¿con quién? Él era el único culpable.
—¿No podías haber llamado? —pregunto Gloria en cuanto lo vio—. He estado pegada el teléfono. No podría haber ido a ninguna parte, pero estaba preocupada. Es una operación complicada y… —ella contuvo la respiración—. ¿Qué ha pasado? Tienes un aspecto horrible…
Él se sentó en el borde de la cama y tomó la mano de su abuela.
—Delfina murió durante la operación.
Gloria se quedó pálida. En cuestión de segundos envejeció y pareció muy frágil.
—No —susurró ella—. No es posible. Tendría que estar bien. Tendría que haberse curado. Pobre Paula… y su madre. Tienen que estar destrozadas.
—Lo están.
—Pobrecilla.
—No vendrá a trabajar durante algún tiempo. Intentaré ocuparme de todo lo que pueda. Sandy ha dicho que se quedará un poco más. ¿Es suficiente o quieres que contrate a otra enfermera?
—No… —los ojos de Gloria se empañaron de lágrimas—. Estoy bien. Cada día estoy más fuerte.
—Sé que saldrás adelante —Pedro se inclinó y la besó en la frente.
—Quiero ayudar —dijo su abuela—. ¿Necesitan algo?
—No. Dani está organizando el entierro y llamando a la familia y amigos. Sofía se ocupa de la comida de la casa, y Matías y Agustín están haciendo recados.
—Quiero ir al entierro. Puedo ir —aseguró ella antes de que él dijera algo.
—Entonces irás —Pedro la soltó—. Voy al piso de arriba a hacer algunas llamadas, pero volveré dentro de una hora o así. ¿Quieres algo?
—Vete. Estoy bien.
Ella agitó una mano y él se marchó. Cuando llegó a su cuarto, cerró la puerta y se dejó caer en el sofá. Entonces, dejó brotar todos sus sentimientos. Lo abrumaron y le dijeron la verdad a un volumen que tuvo que oír. Delfina había muerto por su culpa. La había matado como si él mismo hubiera parado su corazón. Se había empeñado en encontrarle un donante. Había estado muy orgulloso de sí mismo. Había querido ser un héroe y había privado a Delfina  del año que le quedaba de vida. En ese momento, podría estar viva, podría estar charlando y riendo con Paula. Quizá podrían haber encontrado una curación o un donante mejor.
Había oído lo que dijo el día antes de la operación. Dijo que quería más tiempo; que había decidido operarse porque se sentía responsable de que él hubiera ido a la televisión.
Era culpa suya. Tuvo que empeñarse en intentar arreglarlo todo. Tuvo que alardear. Tuvo que intentar compensar todo lo que había hecho mal. Sin embargo, el resultado…
Lo fastidió todo cuando no quería participar y lo empeoró cuando hizo todo lo que pudo. Se quedó un buen rato sintiendo rabia y arrepentimiento. Paula nunca le perdonaría que le hubiera arrebatado lo más preciado que tenía en la vida. Había querido ayudar a la mujer que amaba, pero la había destrozado.
Después del entierro, los amigos de Delfina fueron a casa de Paula. Era pequeña y en seguida se lleno de compañeros de trabajo y amigas, de gente que la había tratado durante su breve vida. Paula los saludó y recibió sus condolencias. Evie se mantuvo cerca de ella, pero al cabo de un rato, se excusó. Paula sabía que los días pasados habían sido muy difíciles para ella. Parecía como si su madre hubiera encogido. Esperaba que el tiempo la ayudara, pero ella también seguía conmocionada y era difícil imaginarse que alguna vez se sentirían mejor.
—Lo siento muchísimo —dijo Gloria cuando entró apoyada en un bastón y en Matías—. No sé qué decir.
—No tienes que decir nada —Paula la abrazó—. Gracias por haber venido. No te canses, sigues recuperándote.
—No te preocupes por mí —Gloria tenía los ojos llenos de lágrimas—. Estoy bien.
Paula asintió con la cabeza y Gloria y Matías se alejaron. Miro alrededor y se quedó asombrada de la cantidad de gente que había ido. Había tantas sonrisas como lágrimas, y los amigos contaban anécdotas divertidas o conmovedoras de Delfina. Sofía estaba en la cocina preparando comida como para alimentar a toda la ciudad durante tres días.
—Vamos bien —le dijo Sofía  mientras levantaba la mirada de una fuente—. La comida está hecha y Dani está ocupándose de todo lo demás. He hecho algunos postres. El azúcar viene bien en estas situaciones, ¿no crees?
—A mí, sí —confirmó Paula—. Has estado maravillosa. Todos vosotros. No sé cómo agradecéroslo.
—No tienes que hacerlo. Eres una de nosotros. Naturalmente, queremos ocuparnos de ti.
¿Una de ellos? Pensó que ojalá lo fuera, pero no lo dijo. Volvió a darle las gracias a Sofía y fue a la sala. Pedro estaba junto al mueble bar que habían improvisado en un rincón. Fue hasta allí y aceptó una copa de vino blanco.
—¿Qué tal estás? —preguntó él—. Mejor dicho, ¿te sientes capaz de aguantar todo esto?
—No tengo nada que hacer —contestó ella—. Tu familia se ha ocupado de todo. Quiero darte las gracias. También por tenerte aquí. Significa mucho para mí.
No habría podido soportar todo aquello sin Pedro. Desde la muerte de Delfina, habían pasado los días juntos y luego, por la noche, se quedaba con ella y la abrazaba hasta que se quedaba dormida. Sentía cierto remordimiento por no haberle dado nada más, pero, sinceramente, no le quedaba nada dentro, ni un sentimiento. Se dijo, con tristeza, que se la acabaría pasando y que seguiría adelante.
Quiso decirle algo, algo que lo retuviera hasta que ella empezara a recuperarse, pero no le salían las palabras, aunque tenía que intentarlo. Sin embargo, antes de que se le ocurriera algo, se acercó una mujer y empezó a hablar de Delfina.
—Te adoraba —dijo la mujer con una sonrisa y lágrimas en los ojos—. Todavía me acuerdo de lo feliz y emocionada que estaba cuando le pediste que viniera a vivir aquí. Me dijo que ya no estaba asustada. Sabía que estarías con ella para todo. Sabía cuanto la querías.
Paula asintió con la cabeza y un nudo en la garganta.
—Era mi hermana —consiguió decir.
—Lo siento —la mujer sollozó—. Tiene que ser infinitamente más doloroso para ti que para mí, y yo casi no puedo soportarlo. Sólo quería que supieras que Delfina hablaba de ti todo el rato.
—Gracias.
Otras personas se acercaron para contarle otras historias. Hasta que Paula ya no pudo asimilar más palabras amables. Se refugió en el cuarto de su hermana. Cerró la puerta y se apoyó en ella, pero se dio cuenta de que no estaba sola. Su madre salió de detrás de la puerta del armario con una blusa roja en un brazo.
—Me acuerdo de cuando se la compró —comentó Alejandra mientras se enjugaba las lágrimas—. Acababa de firmar el divorcio y dijo que quería comprarse algo alegre. Sin embargo, la blusa le quedaba fatal y no pude disimularlo.

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