lunes, 24 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 68

Cada segundo que pasaba, estaba más cerca del orgasmo. No había altibajos. Todo era un deslizamiento húmedo e imparable hacia el paraíso. Le clavó los dedos en los hombros y rezó para que las piernas la sostuvieran. Podría haberle propuesto ir al sofá, pero no quiso romper la sintonía del momento cuando estaba tan cerca.
—Mírame —le pidió él con un susurro.
Sorprendida, ella obedeció y lo miró fijamente a los ojos. Estaban echando fuego, candentes, con un anhelo abrasador que la excitó más.
—Me gusta hacer esto —susurró él con voz ronca por el deseo—. Me gusta acariciarte, excitarte. Me gusta lo húmeda que estás y poder sentir cómo te estremeces. Me gusta todo tu cuerpo. Me gusta la suavidad de tu piel y tus contracciones cuando todavía no has llegado plenamente al límite. Te deseo, Paula. Te deseo con todas mis fuerzas.
A Paula se le aceleró la respiración al oír aquello. Fue a cerrar los ojos, pero hizo un esfuerzo para mantenerlos abiertos.
—Déjate llevar. Alcanza el clímax por mí —le pidió él.
Ella sobrepasó el límite entre convulsiones de placer. Él no separó el pulgar y con otros dos dedos imitó el acto del amor. Ella se estremeció hasta lo más profundo de sus entrañas y susurró su entrega. Casi no había vuelto a la realidad cuando él se inclinó y la besó. Ella también lo besó y se deleitó con el contacto de su cuerpo. Aquello no había hecho más que empezar, se dijo con felicidad mientras él le desabotonaba los botones de la camisa, le soltaba el sujetador y tiraba las dos prendas al suelo. Tomó los dos pechos entre las manos y le acarició las puntas de los pezones erectos. Un instante después, dejó de besarla y se inclinó para tomar su pecho derecho con la boca. Succionó mientras le acariciaba el otro con la mano. La conexión entre sus pechos y su palpitante centro del placer se hizo más intensa. Notaba cada caricia, cada succión y cada círculo de su lengua en lo más profundo de sí misma. A pesar de que hacía un minuto había tenido un orgasmo, se encontró excitada otra vez.
Quiso tenerlo desnudo, que sus cuerpos se estrecharan y se quedaran así hasta que estuvieran exhaustos.
—Quítate la ropa —le ordenó ella—. Ahora.
—Me gusta cuando te pones mandona —replicó él con una sonrisa.
Pedro  se quitó el jersey, los vaqueros y los calzoncillos. Ella pudo verlo de cuerpo entero. Era un cuerpo perfecto, se dijo mientras caminaba alrededor de él acariciando aquello que más le gustaba. Sus hombros, su espalda, su trasero… Hizo lo mismo que había hecho Pedro la primera vez que hicieron el amor. Se puso detrás de él, se estrechó contra su cuerpo y lo acarició por todos lados.
Era demasiado alto para poder verlo por encima de los hombros, pero cerró los ojos y se lo imaginó. Le acarició el pecho y le pellizcó las tetillas. Él dejó escapar un gruñido mientras ella le besaba la espalda con ligeros mordiscos.
Bajó las manos hasta el abdomen y sus estrechas caderas. Le acarició los musculosos muslos y lo tomó con las dos manos. Estaba duro; era esa combinación que siempre la sorprendía de carne inconcebiblemente rígida cubierta por la piel más delicada. Recorrió toda su longitud, se detuvo en el extremo, trazó unos círculos y volvió para tomar los testículos entre sus dedos.
Lo deseaba como no había deseado a nadie. Lo quería dentro; que la tomara, que la poseyera. Ésa era su verdad secreta. Quería que ese hombre la poseyera, la reclamara como suya; que entre ellos sólo hubiera carne desnuda y deseo. Además de corazón, pensó, cuando los sentimientos empezaban a abrumarla. Quería que él la quisiera; lo quería con unas ganas que la dejaron sin aliento. Esas ganas, más profundas e intensas que cualquier otra que hubiera sentido en su vida, amenazaron con sofocar su excitación y decidió dejarlas a un lado hasta otra ocasión.
Se puso delante de él y lo besó. Él respondió como un hombre hambriento. La besó con pasión y la acarició por todo el cuerpo. También empezó a arrastrarla hacia su dormitorio. Él tenía una mano sobre un pecho y la otra entre sus piernas. Ella sintió la misma avidez.
Se encontró en la cama. Pedro, en cuestión de segundos, se puso un preservativo y entró en ella. La colmó, la tomó con una intensidad que no le dio otra alternativa que entregarse y gozar con sus embestidas.


—Un desastre —sentenció Dani mientras se sentaba frente a Marcos en The Daily Grind—. Fue un desastre absoluto. El sitio me encantó. Valerie era estupenda y el personal encantador. Además, me habría encantado trabajar con Martina, la jefa de cocina.
—Entonces ¿dónde está el desastre?
Dani miró alrededor para cerciorarse de que no había nadie del restaurante de Valerie.
—La comida era malísima —contestó en voz baja—. Espantosa, de verdad. Hasta el té helado. Al parecer, no tengo buen paladar para la comida vegetariana más sofisticada. Si me hubieran dado una quesadilla normal y corriente, habría firmado con los ojos cerrados. O si hubiera sido otro tipo de comida. Incluso si me hubiera gustado mínimamente, habría intentado hacer el trabajo, pero te aseguro que lo que me sirvieron era casi repugnante.
—No creo que te busquen para hacerles propaganda —Marcos se rió.
—Yo tampoco. Estoy desalentada. ¿Por qué tiene que pasarme esto? Nada me sale bien.
Marcos le dió una palmada en la mano.
—Encontrarás algo. Estoy seguro.
—Eso espero —farfulló ella mientras intentaba discernir qué sentía con el contacto de su mano—. Seguiré buscando. Estoy dispuesta a progresar en mi carrera. Recibo llamadas y eso es bueno. Sólo tengo que tener paciencia.
—Así me gusta —la animó él—. ¿Has hablado con la detective?
—Sí. Gracias por darme su nombre. Es fantástica y congeniamos, pero me dijo que si no le daba más datos, no podría ayudarme. Yo no sé nada de él, ni el nombre ni la dirección. Ni siquiera puedo darle una descripción. Le he preguntado a mi hermano mayor, Cal, si sabe algo, pero tampoco sabe nada. Era muy joven y seguro que mi madre tuvo mucho cuidado de que no conociera al hombre con el que tenía una aventura.
Marcos retiró la mano y dio un sorbo de café.
—¿Tu madre no dejó cartas, notas o un diario?
—No lo sé, pero es una buena idea. Se lo preguntaré a mis hermanos, aunque tampoco tengo muchas esperanzas. Sólo hay una persona que puede saber algo, pero sería un milagro que me lo contara.
—Los milagros ocurren.
—No en mi mundo.
Era imposible que Gloria quisiera ayudarla. Sus hermanos juraban que había cambiado, pero ¿era eso suficiente? Gloria había dejado muy claro que la despreciaba.
—No quiero darle el placer de tener que pedirle algo —comentó Dani—. No se lo merece.
—¿Qué te mereces tú? —preguntó él—. Si tienes la oportunidad de conseguir algo, ¿no te compensa mantener una conversación incómoda?
—Claro… —ella sonrió—. Tengo que ser racional.
—Soy profesor de matemáticas. ¿Qué esperabas?
—Sé que tienes razón —Dani suspiró—. Pero no soporto la idea de rogarle algo, aunque ya sé que dirás que, entonces, encontrar a mi padre no me importa lo suficiente —Dani dió un sorbo de café—. Hablaré con Pedro. Está viviendo en casa de Gloria y pasa mucho rato con ella. Si me dice que está dispuesta a ayudarme, se lo preguntaré.

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