domingo, 23 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 61

—No voy a permitir que un láser me achicharre la córnea sólo para no llevar gafas.
—La belleza duele. Además, ¿no te gustaría ver el reloj por las mañanas?
—Lo veo muy bien.
—Si te inclinas, lo agarras y te lo pones delante de las narices. Vamos, Maite, es inocuo. Millones de personas se lo han hecho y están encantadas con los resultados.
—Para tí es fácil decirlo; nadie va hablar de calcinarte la cornea.
—Muy bien. Me olvidaré de las gafas. Vamos a buscarte unos vaqueros como Dios manda.
Media hora más tarde, Paula tenía tres vaqueros que le sentaban de maravilla. Se abotonó la primera de las blusas que le había llevado Delfina.
—Te sienta mejor —le dijo su hermana—. Mira cómo se ajusta a las curvas de tu cuerpo. También he traído algunos jerséis, y no son marrones.
—Muy graciosa.
Paula, sin embargo, no tuvo motivos de queja. Le gustó el color verde oscuro que arrancaba reflejos verdes de sus ojos color avellana. Delfina la obligó a seguir probándose todo tipo de colores que ella nunca habría elegido. El montón fue aumentando hasta que Paula notó que la tarjeta de crédito temblaba de miedo.
—No necesito todo esto —se quejó.
Sin embargo, tampoco sabía si podría elegir lo que más le gustaba. Le pareció curioso, porque cuando iba sola de compras, nada le parecía bien.
Su hermana entró al vestidor con un vestido negro.
—Ya sé lo que vas a decir —se adelanto Delfina—. «¿Cuándo voy a ponérmelo? Es muy caro, no es de mi estilo…» Bla, bla, bla. Vas a probártelo y luego, hablaremos.
Paula agarró el vestido, lo colgó de un gancho y se acercó a su hermana.
—Te quiero —la abrazó—. Quiero que lo tengas muy claro.
—Yo también te quiero —respondió Delfina.
Se sonrieron y Paula descolgó el vestido.
—La verdad es que no puedo ponérmelo en ningún sitio.
—Eso no le importa a nadie.
Tuvieron que ir al coche para dejar todos los paquetes, pero cuando Paula había creído que habían terminado, Delfina volvió a entrar y la llevó a una tienda conocida. Conocida porque la había visto por fuera, pero Paula nunca había entrado.
—Ni hablar —Paula se paró en seco a la entrada—. Ya tengo suficiente.
—Nada de eso. Usas unas bragas vulgares y tus sujetadores son sosos. Estás con un hombre estupendo. Se merece un poco de encaje y seda. Hazme caso, le encantará.
En el caso de que quisiera verla en ropa interior otra vez, se dijo Paula, intrigada ante la perspectiva de algo sexy y nerviosa por la reacción de Pedro ante su nueva personalidad.
Delfina  empezó a elegir sujetadores maravillosos con bragas a juego, pero cuando paso por un mostrador lleno de tangas, Paula sacudió la cabeza.
—No vas a ponerme una cosa de esas ni por todo el oro del mundo.
—¿Te apuestas algo? —pregunto Delfina con una sonrisa de oreja a oreja.

Pedro entró en el despacho que tenía Matías en la sede central de The Daily Grind y se dejó caer en una butaca de cuero delante de la mesa de su hermano.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Matías—. Pareces cansado.
—Estoy bien. Sigo repasando el correo. Lo he ordenado en montones por fechas.
—Parece organizado.
—Es una locura. Me escriben infinidad de niños. Algunos quieren algo, pero la mayoría sólo quiere ponerse en contacto conmigo. Creen que verme o hablar conmigo sería algo especial.
—Eres un tipo famoso.
—¿Famoso por qué? —Pedro se sentía el último mono—. He desperdiciado un año de mi vida. Me lesioné y fue por mi culpa.
—¿Cuando te fastidiaste el hombro? —Cal se inclinó hacia él—. No fue culpa tuya. Diste un giro para esquivar a unos niños en la nieve. Fue mala suerte.
—Eso es lo que le conté —Pedro estaba dispuesto a decir la verdad—. No había ningún niño. Estaba borracho. Por eso perdí el control y me estrellé contra un árbol. Así tiré por la borda mi carrera. Estaba borracho y fui un majadero. Luego, leí lo de esos niños enfermos y me di cuenta de que no tengo motivos para quejarme. Debería dedicar cada día a hacerlos felices.
—Ésa no es tu profesión —le dijo Matías—. La vida no es así.
—¿Cómo es? No puedo seguir siendo un cero a la izquierda. Tengo que hacer algo que esté bien, pero no sé cómo —se hundió más en la butaca—. La prensa sigue acosándome. Me persiguen en cuanto salgo.
—Fue una historia ideada para captar la atención de todo el mundo.
—¿Sabes una cosa? Ya no me importa casi nada.
¿Por qué iba a importarle una mujer de la que no se acordaba? Sabía lo bien que había salido todo con Paula. Era curioso que eso le importara mucho más en ese momento.
—Quiero dejar el bar —dijo Pedro—. Más tarde hablaré con Agustín.
—Acabas de decir que lo de la prensa ya no te importa.
—No se trata de eso. Tengo que hacer algo distinto. No soy la persona adecuada para este trabajo. No quiero pasarme el día contando historias. Quiero…
Eso era lo malo. No sabía qué quería.
—Eres rico, ¿verdad? —le preguntó Matías.
—¿Necesitas un préstamo?
—No. Estaba pensando en tí. Tienes más dinero del que podrías gastarte.
—Efectivamente.
—Crea una fundación. Una de verdad. Dótala de fondos suficientes para que se financie con los intereses y ofrécesela al mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario