miércoles, 5 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 7

Pedro estaba sentado en su casa flotante y deseó haberse comprado un buen piso. Allí, en el agua, estaba demasiado al alcance de cualquiera. Había cerrado todas las persianas, pero eso no había disuadido a la prensa. Estaban por todos lados. Habían puesto cámaras en el embarcadero y las lanchas no paraban de acosarlo. Querían una historia inmediatamente. Les daba igual que se sintiera humillado. Su representante le había dicho que el interés decaería en un par de días y que desapareciera hasta entonces. Era un consejo fantástico, pero ¿adonde podía ir? Aquella era su cuidad y lodo el mundo en Seattle lo conocía.
Sonó su móvil. Miró la pantalla antes de contestar y frunció el ceño al ver el nombre de su abuela. Si había leído el periódico, iba a vapulearlo verbalmente y dejarlo hecho un trapo.
—¿Sí…? —contestó él con un hilo de voz.
—Soy Paula Chaves, la enfermera de día de tu abuela. Tu abuela está saliendo ahora del servicio de rehabilitación y estará en su casa dentro de una hora.
—A ver si lo adivino —Pedro sonrió—. Quieres que pase por allí para animarla.
Doña Sabelotodo lo necesitaba. Al final, todas lo necesitaban.
—No precisamente. Le han dado un analgésico muy potente y está drogada.
—¿Has drogado a mi abuela? —preguntó él con furia.
—No seas ridículo —Paula suspiró—. Claro que no la he drogado. Le pedí al médico que le recetara algún analgésico. En su estado, el viaje en coche podía ser insoportable. Algo que a tí te da igual…
—¿De dónde has sacado su teléfono? —preguntó él sin hacer caso de la reprimenda.
—Lo saqué de su bolso y, antes de que empieces a protestar, lo hice porque tenía que ponerme en contacto contigo. Nadie le ha mandado flores ni una tarjeta deseando que se recupere. Me parece asombroso. Me sorprende que la llevarais al hospital. Podrías haberla subido a un témpano de hielo y dejarla flotando en el mar.
Pedro  abrió la boca y volvió a cerrarla. Para cualquiera que no conociera bien a Gloria, esa falta de interés era espantosa.
—No le gustan las flores —replicó al cabo de un rato.
—¿Es lo mejor que se te ocurre? Habría sido más ingenioso decir que tiene alergia. Tú eres el jugador de béisbol rico y famoso, ¿no?
—Ex jugador de béisbol.
—Me da igual. Encarga flores para tu abuela. Muchas flores. Que las vayan entregando periódicamente. ¿Me has oído? Añade algunos animales de peluche: osos, gatos, jirafas, lo que sea. Algo que le haga creer que a su familia le importa si vive o se muere. Si no lo haces, tendrás que darme explicaciones y te aseguro que no va a gustarte.
A él le pareció que Paula se preocupaba por lo que no debía, pero respetó su entusiasmo.
—No me asustas.
—Todavía, pero ya le asustaré.

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