domingo, 23 de agosto de 2015

Tentaciones Irresistibles Parte 3: Capítulo 60

—No sé si lo tengo —se justificó Paula—. Creo que no.
—Entonces, ve por él.
—Para ti es fácil decirlo —repitió Paula—. ¿Cuando te ha hecho daño un hombre?
Se arrepintió de haber dicho aquello en cuanto la última palabra salió de su boca.
—Perdona —susurró—. Perdóname.
—No pasa nada —Delfina sacudió la cabeza—. Soy la perfecta, ¿no?
Era una vieja broma entre las dos, pero esa vez, a Paula le costó sonreír.
—Sé que es difícil para ti —siguió Delfina—. Lo deseas, pero él es guapísimo y eso te aterra. Tienes que intentarlo. Es demasiado bueno para dejarlo escapar.
—No sé cómo competir con las otras mujeres. Soy completamente distinta.
—¿No se te ha ocurrido pensar que eso puede ser una ventaja? Me has dicho que Pedro no mantiene relaciones, que es un hombre de una sola noche. Sin embargo, eso no es lo que está pasando contigo.
—En realidad, sólo fue una noche —replicó Paula mientras se encogía de hombros —, pero también es verdad que no me evita.
—A lo mejor eres exactamente lo que está buscando.
—A lo mejor no.
—Ya está bien —Delfina  frunció el ceño—. Estoy muriéndome, maldita sea, así que tienes que hacerme caso. Te gusta ese tipo. Vas a meterte de lleno en la relación. Vas a dar todo lo que tienes y si acaba mal, tendrás la satisfacción de saber que no te arrepientes de nada.
Paula pensó que podía quedarse con un corazón hecho añicos, pero no lo dijo.
—No soporto que juegues la baza de la muerte.
—Busca tus puntos fuertes. A lo mejor, el pelo puede ser un principio. Podemos hacer una transformación completa. Ropa, maquillaje… Pedro se volverá loco.
A Paula le encantó la idea, pero la realidad era muy tozuda.
—No soy… guapa. Lo sabes.
—Claro que lo eres. Puedes serlo si no te ocultas detrás de esas espantosas batas o eso… —Delfina le señaló el jersey.
Paula se miró el jersey marrón que llevaba encima de los vaqueros.
—¿Qué?
—Es el paradigma de lo feo. Es grande y el color le quita la vida de la cara. Pareces una patata. Tienes un cuerpo precioso; enséñalo. Deslúmbralo con un poco de tus pechos. Los hombres tienen el mismo desarrollo emocional que un perro callejero de tipo medio. Si les enseñas tus… virtudes, harán cualquier cosa.
—Eso es repugnantemente sexista.
—Pero es verdad.
Paula se vió tentada. Siempre se había mantenido al margen del juego porque era más fácil que competir. Sin embargo, nadie le había importado tanto como Pedro. Delfina  tenía razón. Algunas cosas merecían la pena, correría el riesgo. Si la aplastaban como a una cucaracha, ya pensaría cómo seguir adelante a pesar del sufrimiento.
—Muy bien —dijo Paula justo cuando un hombre alto y delgado se acercaba a ellas.
—Soy Ramón —se presentó el hombre—. ¿Quién es Paula?
—Yo —contestó ella mientras se levantaba.
—Ya lo veo. Gloria me dijo que tenías un pelo rebelde —Ramón sonrió—. Me gustan las mujeres con pelo rebelde. Indica su temperamento, ¿verdad?
Paula no tuvo coraje para decirle que tenía poco de rebelde y mucho de gatita faldera.
—¿Qué quieres? —preguntó él.
Ella tomó aliento y se inclinó por decir la verdad.
—Un milagro.
Paula se miraba tan fijamente en el espejo de los grandes almacenes que Delfina se rió.
—Eres tú —le aseguró con tono de estar complacida—. Tú y nadie más que tú.
—No puedo creérmelo —reconoció Paula.
Ramón había obrado el milagro y había compensando hasta el último centavo de los ciento veinte dólares que había pagado. Empezó cortándole unos quince centímetros de pelo, lo que casi le cuesta un ataque al corazón. Luego, con una cuchilla, fue dejándoselo a capas. Entre tanto no dejaba de elogiar los distintos colores que tenía su pelo, que nunca necesitaría mechas y que los rizos ondulados eran preciosos. Paula lo rebatió, dijo que no eran rizos, que eran unas ondas sin gracia, pero se había equivocado. Al parecer, los rizos habían perdido la forma y el vigor por llevar el pelo largo. Sin embargo, en ese momento, con el pelo justo por debajo de los hombros, eran rizos, muchos rizos. Ramón le enseñó a utilizar un par de productos para resaltar y separar los rizos. Luego, le dio la vuelta para que viera su reflejo y ella casi se desmayó.
Tenía un pelo maravilloso. Sexy, vaporoso y con un color increíble. En general, castaño, pero con reflejos dorados y rubios.
Antes de que pudiera regodearse con su recién adquirida sensación, Delfina la arrastró al fondo del salón de belleza, donde una mujer perversa le depiló las cejas con cera. El dolor fue intenso, pero breve. A eso siguió una transformación total.
Desiree le prometió que solo tardaría cinco minutos y Paula lo cronometró. Tardó siete minutos en maquillarla, pero cuando vio el resultado, decidió no quejarse. Tenía la piel resplandeciente y los ojos enormes. El brillo de los labios hacía que su boca pareciera carnosa y sexy.
—No puedo creerme que sea yo —insistió Paula mirándose al espejo de los grandes almacenes.
—Lo eres. Aunque, sinceramente, las gafas tienen que desaparecer.
—No puedo llevar lentillas.
Paula dejó de mirarse al espejo y siguió a su hermana a una sección llena de ropa preciosa.
—Hay otras soluciones —comentó Delfina—. Puedes operarte.

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