lunes, 28 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 30

Mientras investigaba para el artículo, descubrí que los abortos y muertes de recién nacidos son muy frecuentes.

—Pero las estadísticas no te sirven de nada cuando tu hijo figura en ellas.

—Es cierto —contestó, y notó por primera vez en su voz que aquella visita no lo había dejado tan indiferente como ella creía.

¿Pero por qué no podía compartirlo con ella, en lugar de ocultar sus sentimientos e intentar convencerse de que no importaba? Pues por la misma razón que ella no podía desprenderse de su ilógica sensación de culpa. Los dos llevaban su equipaje a cuestas desde hacía mucho tiempo, y era lo que les impedía enfrentarse a las cosas en el presente. Seguramente por eso estaban mejor separados.

—Me alegro de que me hayas traído aquí —dijo Pedro.

Ella asintió y se apoyó en él.

—No sabes cómo desearía poder hacer las cosas de un modo distinto al que las hice.

—Significa mucho para mí oírtelo admitir.

Y la besó suavemente en lo alto de la cabeza, hundiendo las manos en su pelo. Mientras la acariciaba, se sintió consciente de hasta el último detalle que les rodeaba: la brisa moviendo las hojas de los árboles, el crujido de la grava bajo sus pies y, sobre todo, el calor y el olor de Pedro. Apoyó la mejilla en su pecho y al escuchar el latido de su corazón, se dijo que no lo había superado. Por mucho que intentase convencerse de ello, y por mucho que no formaran la pareja ideal, no podía separarse de él. Debía salir de sus brazos antes de que las cosas se complicaran. Fue él quien hizo el esfuerzo y la apartó.

—Debemos volver. Es tarde.

—Y el cachorro... —dijo, intentando disimular la desilusión.

Pero nada podría hacer desaparecer esa sensación de su interior.


Una semana más tarde, Paula saludaba a su cuñada con agrado. Habían quedado en la cafetería y Laura acababa de llegar.

—Siento llegar tarde —se disculpó—. Al llegar al tribunal he descubierto que mi cliente se fue anoche a Europa. No cayó en la cuenta de que iba a tener que presentarse en persona, y pensó que bastaría con enviar a su secretaria. Me ha costado un triunfo convencer al tribunal de que se aplazara el juicio hasta que pueda estar de vuelta.

El camarero llegó a su mesa.

—Un café solo —le pidió Laura—. Necesito una buena dosis de cafeína. Y una ensalada.

El camarero se llevó las cartas y Paula quedó sin nada tras lo que ocultarse. A Laura  le bastó mirarla un momento para saber que algo no iba bien.

—Vamos, habla. Cuéntame.

Poco después de la vuelta de Pedro, Paula le había contado que habían estado a punto de hacer el amor con él en su casa. Una semana después, se lo había permitido antes de ir a la subasta.

—La atracción física no basta para reavivar una relación —dijo, casi más para sí misma que para Laura.

Su cuñada sonrió.

—Si lo repites con insistencia, puede que hasta te lo creas.

—Es que tengo que creerlo —contestó, apoyándose en la mesa—. Pedro ya es historia. Aparte de mi trabajo en la fundación, tengo que escribir un libro, y he decidido irme a Phillip Island a trabajar en él.

—Bueno. Y si todo eso te hace feliz, ¿Dónde está el problema?

La verdad era que tampoco podía decir que eso la hiciera feliz. Tenía la sensación de estar perdiéndose algo, aunque intentaba convencerse de que era solo el pasado, reavivado por el regreso de Pedro. Con eso no le bastaba para controlar la excitación que sentía solo con pensar en él, pero por algo se empezaba. Y en la isla conseguiría quitárselo de la cabeza completamente.

Laura se sirvió ensalada en el plato y señaló el cuenco con el tenedor. Paula negó con la cabeza.

—Una mujer con una misión necesita una buena alimentación —dijo.

Paula sonrió.

—Voy a escribir un libro, no a subir al Everest.

—Si te costara tanto escribir como a mí, te parecería lo mismo.

—Menos mal que no es el caso. Estoy deseando empezar.

—Me alegro por tí, y estaré encantada de comprar una docena de copias del libro cuando salga —de pronto se quedó seria—. Cuando hemos hablado por teléfono, me ha dado la impresión de que había algo más que te molestaba. ¿Quieres hablar de ello?

—Me conoces demasiado bien —contestó, haciendo dibujos sobre el mantel con un dedo—. Pedro se ha enterado de lo del bebé. Encontró mi nombre en el registro del hospital mientras investigaba un caso de tráfico de niños.

—Vaya. Ya es casualidad que fuese en el mismo periodo de tiempo. ¿Y qué tal se lo ha tomado?

—Mal. Sabía que no iba a ser fácil para él, pero no me imaginaba hasta qué punto podía gustarle la idea de ser padre.

Laura la miró sorprendida.

—Estaba en contra de las familias felices...

—No cree en ellas, y con su experiencia, es comprensible. Por eso su reacción ante la paternidad me ha sorprendido tanto. Ha reaccionado como si le hubiese arrebatado algo, algo que creía que no iba a poder tener nunca.

—Pero no fuiste tú, sino la naturaleza —le recordó—. Necesitará un poco de tiempo para asimilarlo, igual que tú. Aun así, me cuesta trabajo imaginarme a Pedro de padre.

Paula detestaba las lágrimas que tan a punto estaban de salir a la superficie. Creía que por fin tenía controladas sus emociones, pero no era así.

—Es que no le has visto con su cachorro.

También le había hablado de ello.

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