lunes, 21 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 13

Media hora más tarde, cargada de tensión, Paula tomó el ascensor desde la cafetería a la planta editorial.

—Gracias por el café. Me alegro mucho de haber vuelto a verte —le dijo a Diego.

—Teniendo en cuenta que apenas has oído una sola palabra de lo que te he dicho...

Ella lo miró con tristeza.

—¿Tan obvio ha sido?

 Él asintió.

—Te conozco desde hace mucho tiempo. Te diste cuenta de que Pedro era el hombre que buscabas nada más verlo, y tengo la impresión de que nada ha cambiado.

Ella mantenía la mirada clavada en el suelo del ascensor.

—Todo ha cambiado. Dejó de ser el hombre de mi vida cuando se marchó del país.

Diego se encogió de hombros.

—Si tú lo dices.

Ella respiró hondo. ¿A quién tenía que convencer: a Diego, o a sí misma?

—Diego...

Pero las puertas del ascensor se abrieron y él la invitó a salir la primera.

—Las damas primero. Ella se sonrió.

—Por lo menos, tú nunca cambias.

Pero la sonrisa se esfumó al ver que Pedro aún no había vuelto.

—¿Es que sigue sin tener horario?

—La verdad es que el despacho es una mera cortesía. Oficialmente es un colaborador, de modo que puede disponer de su tiempo como quiera.

Por su expresión se deducía que lo consideraba un tipo con suerte. Paula miró su reloj.

—Ya no puedo esperar más.

—¿Quieres que le diga a Pedro que has venido a buscarlo?

—Dile... —dudó. ¿Qué podía encargarle que le dijera que no pareciera una excusa para volver a verlo?—. No te molestes. Ya me pondré en contacto con él.

Diego fingió desilusionarse.

—Qué pena. Habría sido un espectáculo entretenido. Lo único que me espera esta tarde es procesar las fotos de esa mujer montando su caballo en Centennial Park.

Diego solía quejarse de su trabajo para las páginas de sociedad, pero Paula sabía que en el fondo le gustaba.

—A lo mejor tiene algún hijo rico —lo consoló.

—Podría ser, aunque con la suerte que tengo, seguro que es hetero.

Paula se marchó llena de ansiedad y de frustración, y mientras pulsaba el botón del ascensor, se preguntó si de verdad no andaría buscando alguna excusa para volver a ver a Pedro. A lo mejor su cuñada tenía razón y no había nada en su columna abiertamente ofensivo. Incluso podía estar sacando las cosas de quicio con la cancelación de la cena. Cuando las puertas se abrieron, entró en el ascensor decidida a concentrarse en la reunión que la esperaba. Aquel proyecto le interesaba mucho y no estaba dispuesta a permitir que nada ni nadie se lo estropeara.

Furlong Press estaba en el cuarto piso del mismo edificio. La editorial había sido fundada por Carlos Adeel, un jinete profesional retirado que había empezado dedicándose solo al ámbito de la equitación pero que después había pasado a publicar toda clase de libros, tras descubrir que tenía un olfato infalible para los futuros éxitos de ventas. Su paso fue haciéndose más liviano a medida que se acercaba a la puerta de la editorial. Se había sentido halagada cuando Carlos le había pedido que escribiera un libro sobre Model Children y puesto que otros escritores le habían dicho que debía escribir sobre algo que conociera bien, aquel podía ser el punto de partida para su ambición de escribir.

—Adelante, señorita Chaves—le dijo la recepcionista antes de que hubiera podido presentarse.

Paula empujó una puerta de cristal al ácido con el nombre de Carlos Adeel grabado en ella y de pronto se quedó plantada donde estaba, con el corazón latiéndole aceleradamente.

—¡Pedro! ¿Qué haces aquí?

—Mi trabajo. Soy accionista de Furlong Press.

De pronto tuvo la sensación de que le hubiesen exprimido todo el aire de los pulmones.

—Carlos no me comentó que pensase vender el negocio.

Pedro se recostó en el sillón negro, tanto que Paula temió que terminase cayendo al suelo, pero como siempre, su sentido del equilibrio resultó perfecto.

—Y no lo ha vendido. Necesitaba capital para crecer, y yo quería algo más que una simple columna en el periódico, así que un amigo común nos preparó la sociedad. Tú no eres la única que tiene sueños, Paula—añadió con suavidad.

—No me habías comentado que te interesara entrar en el mundo editorial —fue lo único que se le ocurrió decir.

Su presencia la había pillado tan desprevenida que se sentía tremendamente vulnerable.

—Hay muchas cosas de las que no hemos hablado y muchas otras que siempre hemos dado por sentadas.

¿Qué estaba diciendo?

—Ahora es demasiado tarde —murmuró.

—Nunca es tarde mientras no dejes de respirar —señaló una silla que había al otro lado de su mesa—. Siéntate y deja de pensar en salir corriendo. Somos nosotros, ¿Recuerdas?

¿Tan evidente era su incomodidad? Había ido al periódico dispuesta a arrancarle la piel a tiras, convencida de poder mantener a raya sus recuerdos mientras le decía un par de cosas. Pero se había imaginado la situación con más gente alrededor, y no los dos solos. Por un momento pensó en dar media vuelta y marcharse, pero no iba a darle esa satisfacción, así que se sentó.

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