Maldijo, más que nunca, su sordera. Deseaba desesperadamente llamar a alguien. A Nadia, que compartiría su ansiedad y se compadecería de su sentimiento de miedo y abandono. Este último era el más duro, pues aquella aciaga llamada que había arrancado a Pedro de entre sus brazos se había producido en el peor momento, justo cuando acababan de descubrir el sobrecogedor lazo de dulce pasión que los unía. Paula llevaba tanto tiempo esperando ese momento que había llegado a convencerse de que nunca le llegaría. Que su felicidad hubiera sido interrumpida tan bruscamente era un doloroso recordatorio de que la vida con él siempre sería incierta, que podía verse cercenada en un abrir y cerrar de ojos. Como no podía dormir, se duchó, se vistió y se sentó frente al televisor del cuarto de estar, puso la CNN y vió los reportajes que empezaban a llegar desde la devastada ciudad de San Salvador. No sabía qué información acompañaba a las imágenes, porque el presentador hablaba fuera de plano. Pero el corazón se le subió a la garganta al imaginarlo en medio de aquella devastación. Casi se sintió aliviada cuando llegó el momento de marcharse a trabajar. Necesitaba desesperadamente un respiro, pero lo primero que Jimena le preguntó al verla fue si Pedro había sido enviado a El Salvador. Asintió.
—Recibió una llamada sobre las dos de la madrugada.
Jimena la observó con mirada penetrante.
—¿Cómo te encuentras?
—Asustada —admitió ella.
—Quizá te resulte más fácil cuando hayas pasado por unos cuantos desastres.
Paula lo pensó y luego sacudió la cabeza.
—No lo creo.
—¿Hay algo que pueda hacer por tí?
—Puede que Pedro llame aquí para hacerme saber cómo van las cosas.
—Te avisase en cuanto lo haga —le prometió Jimena —. Quizá deberías instalar el mismo equipo telefónico en casa, para que pueda llamarte. En tu antigua casa lo tenías, ¿No?
Semejante al correo electrónico, el equipo transcribía las palabras del hablante a una pantalla. También tenía una luz que parpadeaba para indicar cuándo se producía una llamada. Era un avance considerable.
—Lo tenía antes del huracán, pero iba a esperar hasta instalarme en otro lugar para reemplazarlo.
—Creo que es demasiado importante — dijo Jimena con gestos, enfáticamente—. Necesitas estar comunicada, no solo con él, sino también con otras personas. Déjame ver si puedo arreglarlo para que te instalen uno enseguida.
—Gracias —dijo Paula.
Se había resistido a instalar el equipo en casa de Pedro porque no quería que pareciera que pensaba quedarse. En esos instantes, en cambio, estaba segura de que él entendería que era de vital importancia. Probablemente, incluso agradecería que no estuviera aislada del mundo exterior cuando él estaba fuera. Durante la semana siguiente, su vida adquirió una textura nebulosa. Cuando no estaba en el trabajo, se pegaba a las noticias de la televisión, con la esperanza de ver a Pedro. Una cadena local había enviado una unidad al escenario del terremoto y a menudo emitía entrevistas con el equipo de rescate de Miami. Algunas noches, Nadia se pasaba por allí y veían juntas la televisión. Otras, Sonia o la madre de esta iban a verla, en ocasiones con algún mensaje de Pedro.Se sentía agradecida a todas ellas, no solo por su compañía, sino por la información que le llevaban.
—Esto debe de ser muy duro para tí —le dijo Sonia—. Sé que Pedro se está volviendo loco por no poder hablar contigo. Normalmente está totalmente concentrado cuando se halla en una misión como esta, pero ahora, cuando llama, nos hace mil y una preguntas sobre tí —Sonia sonrió—. Me parece maravilloso. Ya era hora de que encontrase a una mujer que le haga sentar la cabeza y que ponga un poco de equilibrio en su vida.
Pero ¿Y si ella no podía hacerlo?, quería preguntarle Paula, pero no lo hacía. ¿Cómo iba a explicarle a la hermana de Pedro que no estaba en absoluto segura de poder vivir así? Tenía su propia tragedia demasiado fresca como para ser complaciente con los peligros que él afrontaba conscientemente durante sus agotadoras jornadas. Podía expresarle sus miedos a Nadia, sin embargo. En la cara de su amiga notaba las mismas profundas arrugas de tensión que veía reflejadas en el espejo cuando se vestía por la mañana.
-No creas que con el tiempo se hace más fácil —le dijo Nadia, apartando la mirada de la televisión cuando las noticias pasaron a otra historia.
—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó Paula—. Estabas pensando en volver con Sergio antes de que ocurriera esto, ¿Verdad?
Nadia asintió, con expresión abatida.
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