lunes, 7 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 59

Maldijo, más que nunca, su sordera. Deseaba desesperadamente llamar a alguien. A Nadia, que compartiría su ansiedad y se compadecería de su sentimiento de miedo y abandono.  Este  último  era  el  más  duro,  pues  aquella  aciaga  llamada  que  había  arrancado a Pedro de entre sus brazos se había producido en el peor momento, justo cuando acababan de descubrir el sobrecogedor lazo de dulce pasión que los unía. Paula llevaba tanto tiempo esperando ese momento que había llegado a convencerse de que nunca le llegaría. Que su felicidad hubiera sido interrumpida tan bruscamente era un doloroso recordatorio de que la vida con él siempre sería incierta, que podía verse cercenada en un abrir y cerrar de ojos. Como  no  podía  dormir,  se  duchó,  se  vistió  y  se  sentó  frente  al  televisor  del  cuarto  de  estar,  puso  la  CNN  y  vió  los  reportajes  que  empezaban  a  llegar  desde  la  devastada  ciudad  de  San  Salvador.  No  sabía  qué  información  acompañaba  a  las  imágenes, porque el presentador hablaba fuera de plano. Pero el corazón se le subió a la garganta al imaginarlo en medio de aquella devastación. Casi  se  sintió  aliviada  cuando  llegó  el  momento  de  marcharse  a  trabajar.  Necesitaba  desesperadamente  un  respiro,  pero  lo  primero  que  Jimena le  preguntó  al  verla fue si Pedro había sido enviado a El Salvador. Asintió.

—Recibió una llamada sobre las dos de la madrugada.

Jimena la observó con mirada penetrante.

—¿Cómo te encuentras?

—Asustada —admitió ella.

—Quizá te resulte más fácil cuando hayas pasado por unos cuantos desastres.

Paula lo pensó y luego sacudió la cabeza.

—No lo creo.

—¿Hay algo que pueda hacer por tí?

—Puede que Pedro llame aquí para hacerme saber cómo van las cosas.

—Te  avisase  en  cuanto  lo  haga  —le  prometió  Jimena —.  Quizá  deberías  instalar  el  mismo equipo telefónico en casa, para que pueda llamarte. En tu antigua casa lo tenías, ¿No?

Semejante al correo electrónico, el equipo transcribía las palabras del hablante a una pantalla. También tenía una luz que parpadeaba para indicar cuándo se producía una llamada. Era un avance considerable.

—Lo  tenía  antes  del  huracán,  pero  iba  a  esperar  hasta  instalarme  en  otro  lugar  para reemplazarlo.

—Creo  que  es  demasiado  importante  —  dijo  Jimena  con  gestos,  enfáticamente—. Necesitas estar comunicada, no solo con él, sino también con otras personas. Déjame ver si puedo arreglarlo para que te instalen uno enseguida.

—Gracias —dijo Paula.

Se  había  resistido  a  instalar  el  equipo  en  casa  de  Pedro porque  no  quería  que  pareciera que pensaba quedarse. En esos instantes, en cambio, estaba segura de que él entendería  que  era  de  vital  importancia.  Probablemente,  incluso  agradecería  que  no  estuviera aislada del mundo exterior cuando él estaba fuera. Durante  la  semana  siguiente,  su  vida adquirió  una  textura  nebulosa.  Cuando no  estaba  en  el  trabajo,  se  pegaba  a  las  noticias  de  la  televisión,  con  la  esperanza de ver a Pedro. Una cadena local había enviado una unidad al escenario del terremoto y a menudo emitía entrevistas con el equipo de rescate de Miami. Algunas noches, Nadia se pasaba por allí y veían juntas la televisión. Otras, Sonia o la madre de esta iban a verla, en ocasiones con algún mensaje de Pedro.Se  sentía  agradecida  a  todas  ellas,  no  solo  por  su  compañía,  sino  por  la  información que le llevaban.

—Esto  debe  de  ser  muy duro para  tí  —le  dijo  Sonia—.  Sé  que  Pedro se  está  volviendo loco por no poder hablar contigo. Normalmente está totalmente concentrado cuando se halla en una misión como esta, pero ahora, cuando llama, nos hace mil y una preguntas  sobre  tí  —Sonia sonrió—.  Me  parece  maravilloso.  Ya  era  hora  de  que  encontrase a una mujer que le haga sentar la cabeza y que ponga un poco de equilibrio en su vida.

Pero  ¿Y  si  ella  no  podía  hacerlo?,  quería  preguntarle  Paula,  pero  no  lo  hacía.  ¿Cómo  iba a  explicarle  a  la  hermana  de  Pedro que  no  estaba  en  absoluto  segura  de  poder   vivir  así?   Tenía su  propia tragedia  demasiado fresca  como  para  ser  complaciente   con   los peligros que él   afrontaba conscientemente durante sus agotadoras jornadas. Podía expresarle sus miedos a Nadia, sin embargo. En la cara de su amiga notaba las  mismas  profundas  arrugas  de  tensión  que  veía  reflejadas  en  el  espejo  cuando  se  vestía por la mañana.

-No  creas  que  con  el  tiempo  se  hace  más  fácil  —le  dijo  Nadia,  apartando  la  mirada de la televisión cuando las noticias pasaron a otra historia.

—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó Paula—. Estabas pensando en volver con Sergio antes de que ocurriera esto, ¿Verdad?

Nadia asintió, con expresión abatida.

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