lunes, 21 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 14

—Esto no tiene nada que ver con... nosotros —era curioso cómo le costaba pronunciar esa palabra—. Esta reunión es para tratar sobre un libro que Carlos quiere que escriba.

Pedro apoyó la mano en una carpeta que había sobre su mesa.

—No te preocupes, que todo el asunto está detallado aquí. Pero Carlos es un romántico en el fondo, y sabe que tú y yo tenemos mucha historia en común. Cuando me informó de los proyectos de la editorial y oí que tu libro estaba en la lista, le pregunté si podría asistir yo también a la reunión, y él me dijo que podía llevar yo el contrato para que me fuese familiarizando con el negocio. Sospecho que piensa que así nos da una oportunidad para arreglar las cosas —abrió los brazos de par en par—. Así que... aquí estoy.

Su expresión inocente no la engañó ni por un instante.

—Puede que Carlos piense que lo que hubo entre nosotros puede arreglarse, pero tú no.

Pedro abandonó toda pretensión de relajación y dejó que la silla sonase al volver a sentar las cuatro patas en el suelo.

—¿Y qué piensas tú?

Paula lo miró a los ojos. El lunes por la noche no le había creído al oírle decir que quería volver a intentarlo; estaba convencida de que lo único que quería era volver a acostarse con ella. Y por magnífico que fuese como amante, que lo era, necesitaba mucho más de él. Nueve meses de imaginar su futuro como la madre de su hijo le habían enseñado lo mucho que deseaba en realidad una casa de verdad y una familia, precisamente la clase de futuro en la que Pedro se negaba a creer.

—Que se ha terminado —dijo—. Los dos hemos avanzado. Tú con Micaela...

—¿Y tú?

—No es asunto tuyo.

—¿Pero hay un hombre?

Deseó con todo su corazón poder decir que sí y ponerle fin a todo aquello, pero no sería verdad.

—Yo no he dicho eso.

Sus ojos soltaron chispas.

—Tampoco has dicho que no lo haya.

Paula hizo ademán de levantarse.

—Esto no va a conducimos a ninguna parte. Por alguna razón quisiste creer que había otro hombre en mi vida antes de marcharte, y aún sigues obsesionado con lo mismo, aunque ni antes era verdad... ni lo es ahora.

Hubo un breve silencio.

—Estoy intentando comprender qué pasó entre nosotros.

—Lo que pasó es que necesitábamos cosas diferentes. Tú no creías en los finales felices y yo sí. Es así de sencillo.

Él miró a su alrededor.

—Pues no parece que hayas encontrado aún tu final feliz.

—No he dejado de buscarlo.

No la sorprendió que su expresión se volviera escéptica.

—¿Y si nunca lo encuentras?

—Tienes mi permiso para decirme «ya te lo decía yo».

Él movió la cabeza.

—No me proporcionaría tanta satisfacción como tú crees. Yo también quiero creer en los finales felices, pero la experiencia me ha enseñado que son solo un mito.

Ella suspiró.

—¿Lo ves? ¿Cómo puedes esperar encontrar algo si no estás dispuesto a creer que existe?

—Me acerqué mucho cuando estuvimos juntos —respondió con suavidad.

La sorpresa actuó en ella como una droga paralizante. Sintió que se quedaba inmóvil, consciente de que debía marcharse, pero incapaz de hacer obedecer a su cuerpo. Sin querer, recordó las noches en las que él le susurraba al oído que era lo mejor que le había pasado en toda su vida. Nadie más lo había apoyado del modo que lo había hecho ella.

Y ella se enorgullecía de ser lo que él llamaba su ancla, sin darse cuenta de que un barco podía deshacerse del ancla y esta, quedar a la deriva si los vientos y la marea eran lo bastante fuertes. Y así se sentía en aquel momento, a la deriva, a merced de una marea de deseo tan poderosa que amenazaba con engullirla.

—No me hagas esto, Pedro. No es justo.

—No todo es justo en el amor —le recordó él.

—Lo que hay entre nosotros no es amor. Es...

La voz y las palabras le fallaron. ¿Qué había entre ellos? Él parecía intrigado, y era ya demasiado tarde cuando se dió cuenta de que había utilizado el presente del verbo.

—¿Cómo lo llamarías tú? —preguntó él.

—Lujuria, sexo, deseo... Nunca amor.

Los ojos le brillaron.

—Tres de cuatro no es un mal comienzo, teniendo en cuenta que hace tan solo un momento estabas negando cualquier posibilidad para nosotros. Al menos ahora sé que hay algo a partir de lo que se puede trabajar.

—Esta vez no estoy dispuesta a contentarme con tres de cuatro —le dijo sin rodeos—. No voy a permitir que vuelvas a utilizar el sexo para controlarme, Pedro.

Él se sorprendió de verdad.

—Yo nunca lo he utilizado para controlarte. Tú disfrutabas tanto como yo; incluso te gustaba llevar la iniciativa.

A Paula, la sangre le zumbó por las venas al recordar con toda nitidez hasta que punto había disfrutado. Él la había llevado a alturas que jamás habría creído posibles. Y tenía razón también en lo demás: no podía decir que ella se hubiese mostrado pasiva.

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