miércoles, 30 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 34

—Eso es cierto. Son los hombres quiénes se sienten abocados al suicidio o a la violencia cuando les niegan el acceso a sus hijos.

—No hay ganadores en esas situaciones —contestó ella, y el sentido de la justicia le hizo preguntar—: ¿Es un hombre tu informante?

Él negó con la cabeza.

—No puedo decírtelo. Lo siento.

—Lo comprendo. Teniendo en cuenta la clase de gente que vendería bebés, tu informante debe correr un riesgo tremendo al hablar contigo.

—Mayor de lo que te imaginas.

Se alegraba de que la conversación hubiese vuelto a un terreno neutral.

—¿Y los culpables?

—La gente a la que podemos identificar por el momento son peces pequeños. Los peces gordos, que es en realidad el médico que lo ha organizado todo, ha desaparecido. Lo último que sabemos de él es que está en Sudamérica. Hay un partero con el que me gustaría hablar sobre los historiales alterados, y por supuesto a la policía también, pero ha desaparecido igualmente.

—¿Y los niños?

—En ese sentido, hemos tenido más suerte. Uno de los niños va a reunirse hoy con sus verdaderos padres. La historia saldrá esta noche en las noticias, si quieres verla.

—No me la perdería —contestó, alegrándose por él—. ¿Qué pasará con la gente que aceptó pagar a cambio de que les dieran un niño?

—Han arrestado a una pareja. Son portadores del gen de la fibrosis quística y eran demasiado mayores para adoptar, así que decidieron quedarse con el hijo de otros.

—Es horrible estar así de desesperado.

Pedro frunció el ceño.

—No deberías sentir lástima por ellos. Su abogado ya ha explotado esa lástima más de lo que te imaginas. Recuerda que permitieron que otra pareja creyera que su hijo había muerto. No se merecen ni un gramo de piedad.

—Tienes razón —contestó, mientras él abría la tapa del teléfono móvil—. ¿A quién vas a llamar?

—A Matías Ellison, el detective privado.

Paula tragó saliva. Mientras hablaban, casi se había olvidado de él. ¿Qué estaría tan
ansioso por decirle?

Pedro escuchó durante unos segundos y cerró la tapa del teléfono con un gesto de fastidio.

—El maldito contestador.

El alivio de Paula fue notable. Las noticias que tuviera que darle el investigador no debían ser muy urgentes, o habría intentado hacer un esfuerzo por localizar a Pedro .

—Puede que se haya ido ya a casa.

 —Quizás —marcó otro número y esperó, y maldijo entre dientes cuando saltó otro contestador—. Tampoco ha habido suerte.

—A lo mejor no tenía mucho de lo que informar —aventuró.

Pedro frunció el ceño.

—No tengo tiempo de andar persiguiéndolo. Cuando me llamaste, estaba de camino a un estudio de televisión para participar en un coloquio —consultó el reloj—. Menos mal que se trata de un programa grabado, pero aun así el productor debe estar comiéndose las uñas.

—No pretendía entretenerte.

—Ha sido por elección propia. Quería asegurarme de que estabas bien —contestó, y se pasó la mano por la cara—. Después de la semana que he tenido, un programa máso uno menos no supone ninguna diferencia.

—Eres toda una celebridad —dijo, sin poder ocultar el orgullo en su tono de voz.

Él también lo percibió, y la miró sorprendido. ¿Es que no esperaba que se alegrara? Tenían demasiada historia a sus espaldas como para no sentirse orgullosa de sus logros, sobre todo de algo así, que tanto bien podía hacer. Y así se lo dijo.

Él sonrió de medio lado.

—Dudo que la gente que vendió los bebés opine lo mismo que tú. Han pasado ya diez meses, y creerían que estaban a salvo.

Y gracias a él, aquellos niños podrían reunirse con su verdadera familia.

—Lo único malo de todo esto es que, después de salir en la tele, la gente te acosa en la calle. Escribir todos los días en un periódico no te da esa clase de popularidad.

—Pobrecito —bromeó—.Así que tendrás que aguantar hordas de adolescente persiguiéndote por las calles para pedirte un autógrafo y arrancarte la ropa, ¿No?

—No es broma. Ayer estaba en el lavabo de caballeros y un hombre que se puso de pie junto a mí quiso hablar del tema mientras...

—Se calmará, ya lo verás —le dijo por experiencia—. Y mientras tanto, piensa que
estás haciendo un bien.

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