viernes, 18 de mayo de 2018

No Estás Sola: Capítulo 6

Pedro se tomó su tiempo para ordenar sus notas y los folletos de Paula en la carpeta, mientras la sala. El periodista y el fotógrafo se habían marchado, molestos porque se hubiera negado a que lo entrevistaran. Solo quedaba otro hombre: Javier Jessman. La fundación de Paula había ayudado a su familia, recordó, y por su hábito de periodista ya tan arraigado, aguzó el oído para enterarse de la conversación.


—Me encantaría que me enviases fotografías del bebé —le oyó decir a ella, y al detectar cierta emoción en su voz, frunció el ceño.

 ¿Acaso no sabía que no debía involucrarse emocionalmente con la gente a la que ayudaba? Las emociones eran una debilidad que nublaba la objetividad. Otro punto en el que Paula y él divergían.

—Claro. Se las enviaré. Y gracias otra vez.

Jessman tocó el brazo de Paula y Pedro se puso alerta, lo cual lo sorprendió. Qué estupidez. Aquel hombre estaba casado y tenía un hijo. Aunque también cabía la posibilidad de que no estuviese recibiendo suficiente atención en su casa y hubiese malinterpretado la preocupación de Paula. Antes de darse cuenta, estaba interponiéndose entre ellos físicamente. Era alto, y aunque no solía utilizar su talla deliberadamente, no le importaba sacar partido de ella de vez en cuando. Su gesto molestó a Paula, que retrocedió un paso. ¿Se alejaba de él? No le gustó lo más mínimo.

—Tengo que irme —le dijo al joven, y Pedro juraría que la voz le temblaba.

Jessman pareció captar el mensaje.

—De acuerdo. Estaremos en contacto.

—¿Te gusta intimidar a la gente? —le preguntó ella en cuanto el otro se alejó.

—Contigo nunca me ha funcionado.

—Pues sería mejor que no lo olvidases —comenzó a recoger sus cosas—. No has hablado mucho con la gente de la revista.

Así que se había dado cuenta. Bien.

—Les dije que esta historia era cosa tuya y que tendrían que hablar contigo si querían saber algo. ¿Qué esperabas? ¿Que te criticase?

—¿No es eso lo que has venido a hacer aquí? —preguntó, y él no pudo negarlo—. Tengo que irme.

—Me habías prometido que íbamos a hablar.

—¿Por qué soy yo la única que debe cumplir lo que promete? —le espetó.

Él respiró hondo.

—Yo nunca te he hecho promesas a las que haya faltado después, Paula.

Eso era cierto. Le había prometido que sería la única mujer de su vida y lo había sido, mientras estuvieron juntos. Le había prometido el sol, la luna y las estrellas, y todo lo había encontrado en sus brazos. Pero no le había prometido que estarían juntos para siempre porque era algo en lo que no creía. Comprendía que su niñez y su adolescencia se interpusieran en ese camino, creando una barrera en torno a su corazón que ninguna mujer podía penetrar, y mucho menos ella, pero no por eso su dolor era menor. ¿Habría conseguido Lucy romper esa barrera? Era poco probable. Siempre había sospechado que si Pedro ubiera permitido entrar en ese lugar que uardaba con tanta fiereza, sería un amante sin igual. Ya casi lo era.

—¿Por qué has vuelto a Australia? —le preguntó.

—Parece que lo lamentas.

Seguramente así era.

—No nos separamos en buenos términos.

—Fuiste tú quien los impuso —contestó él con frialdad, y miró hacia donde un onserje estaba apagando las luces—. Tienes razón. Tenemos que hablar, pero no aquí. e vendría bien un café.

—Ya mí, dormir un poco —contestó—. Podemos hablar de camino al coche, pero uego tengo que irme.

—Qué amable por tu parte ofrecerte a llevarme a casa —dijo, aunque sabía erfectamente que no era eso lo que había querido decir—. Vendí el coche al archarme y aún sigo sin él. Vivo en Neutral Bay, así que te queda de camino, si sigues iviendo en el mismo sitio. ¿Cómo había terminado llevándolo a su casa?, se preguntó mientras tomaban el scensor para bajar al aparcamiento. Su utilitario se veía pequeño en aquel espacio avernoso y se alegró de que Pedro  estuviera con ella, aunque no quiso analizar esa sensación—. Odio los aparcamientos por la noche.

-Cuando yo no esté, deberías pedirle a algún guarda de seguridad que te acompañase al coche.

Era un buen consejo, aunque le costase trabajo pasar de la primera parte.

—¿Qué quieres decir con eso de cuando tú no estés? Llevas un año y medio sin estar y me he manejado perfectamente bien. ¿No te parece un poco tarde para decirme lo que debo o no debo hacer?

—Nunca he podido decirte lo que tienes que hacer —contestó mientras se sentaba en el asiento del pasajero.

 A Paula le gustaba aquel coche, que le recordaba a otro que había tenido cuando acababa de sacarse el carné, pero en aquel momento deseó tener uno más grande para poder disponer de un poco más de espacio entre ellos. Cuando fue a quitar el freno de mano, no pudo evitar rozar su muslo y un montón de sensaciones se le pasaron por la cabeza, ninguna de ellas bienvenida. O al menos de eso intentaba convencerse. Pero convencer a las partes de su cuerpo que anhelaban el contacto con las manos de Pedro  era más difícil.

—Pero no por eso dejabas de intentarlo le reprochó, poniendo el coche en marcha.

—Nunca dejé de intentarlo —dijo, tan bajo que Paula se preguntó si lo habría oído bien.

—¿Dos confesiones en una misma noche? —preguntó sin apartar la mirada de la calle, cargada de tráfico—. Trabajar en Estados Unidos no ha podido cambiarte tanto.

—He tenido mucho tiempo para pensar en lo que es importante en mi vida y lo que no, y quiero que volvamos a intentarlo, Paula.

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